Desde Estambul y con la cara de un niño que viaja por primera vez, desembarcaba Arda Turan en la ribera del Manzanares hace cuatro años entonando una frase por la que le tomaron por loco ''tenemos potencial para llegar al nivel de Real Madrid y FC Barcelona''. Desde el principio dio muestras de su carisma dentro y fuera del campo y se marcha como llegó, sin pasar desapercibido.

Tras cuatro temporadas, el turco deja el Vicente Calderón con 178 partidos, 22 goles y 32 asistencias en sus botas. Números pobres, con altibajos y sin regularidad para un gran talento. Un jugador que para lo bueno, y para lo malo ha sido diferente en el Atlético de Simeone. Un chico al que le gustaba jugar y aprendió a competir. Que llegó sin defender y se convirtió en el primer defensa. Que anticipó lo que venía y ayudó a conseguir lo que anticipaba. Un chaval, que quería ser un ídolo fuera de su Galatasaray y consiguió lo que quería hasta que quiso. Un jugador diferente que pudo ser recordado entre sonrisas, y sin embargo por muchos, será recordado con odio. El caos dentro del orden, el rayo en la tormenta, la flor en el desierto, el vestido rojo en La lista de Schindler. La magia dentro de la ciencia del esquema de Simeone.

Su primera temporada fue la más anárquica, sin ancla en el campo, con dos compañeros de baile como Diego y Adrián. Tres medias puntas con la misión de abastecer a un Falcao recién llegado y hambriento de goles. Con un tren inferior que podía recordar al del Kun, recién salido ese mismo verano, el turco rapidamente encontró en el Calderón un cómplice. Pisaba, escondía y asistía, en la que fue su mejor temporada como pasador. Cinco goles y doce asistencia en su primera temporada, la que ha sido la mejor en el apartado asistente. Una temporada que finalizó con el robo y pase de Miranda, con el que Arda bailó hasta la línea de fondo y posteriormente Falcao introdujo en el fondo de la red en medio de la noche de Bucarest.

Una carrera para el recuerdo

Con un aspecto más maduro y con el pelo más salvaje, Arda llegaba a Mónaco con el papel de dirigir el ataque del Atlético, que había perdido a Diego y cuyo sustituto era un joven Koke, aún verde para dichas funciones. Una noche en la que el turco decidió dejar su firma para el recuerdo. Decidió parar el tiempo mientras cruzaba el campo, decidió esperar mientras el resto miraba, y decidió volver a reanudar el partido cuando Falcao le adelantó por la izquierda. Era el 3-0 de una noche mágica y la reafirmación del turco como dueño del ritmo de los partidos.

Temporada con 5 goles (todos en liga) y 8 asistencias, en la que vio y ayudó crecer a Koke y en la que el anarquísmo de su juego fue tomando control. El baile en las medias puntas cesó para hacerse el mejor amigo de los laterales. La pausa y el tacón desdoblado en las bandas. La protección del esférico esperando la aparición de Filipe o Juanfran. Todo concentrado en el partido que cambió los derbis, el resguardo del balón entre asedio madridista, aquel que encontró el hueco entre Xabi Alonso y Essien. Un partido con su sello, dentro y fuera del campo, donde se dejó escuchar por primera vez en español con su famoso ''Slowly cabrón''. La llegada de su predicción, el Atlético había competido con el Real Madrid, y había ganado, pero lo mejor estaba por llegar.

El hipster rojiblanco

No transmitía seriedad, ahora su imagen daba miedo, su cara dejaba entrever lo que venía. Sin melena y con barba poblada Arda fue el hipster entre el clasicismo de un centro del campo que fue un ejército en la conquista de la liga y en el camino hacia la final de la Champions. Sin números llamativos, el turco logró su mejor campaña goleadora apareciendo en momentos puntuales y recordados. Desde la falta en Do Dragao hasta la pared con el larguero en Londres, pasando por los rebotes frente a Zenit y AC Milan. Momentos especiales sin el desenlace deseado, ya que Turan se perdió la final de Champions League por lesión.

Se confirmó su sociedad con los laterales, especialmente con Filipe Luis y esporádicamente con Juanfran, algo que tanto ha echado de menos el conjunto de Simeone en la temporada 2014/2015. Apenas era posible ver a Arda por el centro del ataque, su función consistía, en aguantar, esperar al compañero y ganar el dos contra uno. Siempre con la rebeldía que caracterizaba al turco. Junto a Koke, decidía parar o seguir el partido al ritmo que necesitaba el Atlético. Su frase tenemos potencial para llegar al nivel de Real Madrid y FC Barcelona, se había convertido en realidad, y él manejaba los tiempos frente a los gigantes, el centro del campo blaugrana lo buscaba en el Calderón sin encontrarlo, una hilera de jugadores blancos lo seguía mientras Koke se hacía con un hueco que solo Arda conocía. Se respiraba que era un jugador diferente, no dejaba a nadie indiferente.

De más a menos en su última temporada

Tras lesión veraniega con su selección, algo que ya era costumbre, reapareció dinamitando el Santiago Bernabéu. Un centro de Juanfran y una dejada de Raúl García fueron suficiente para que Turan apuntara y colocara el balón en la portería de Casillas. Algo que parecía indicar el comienzo de una gran temporada para el interior rojiblanco. Sin embargo, después de esto llegó su peor campaña en números y juego. Un gol a la Juve para certificar el primer puesto en la fase de grupos de Champions League, el lanzamiento de una bota, la protección del balón en la prórroga frente al Bayer Leverkusen con el posterior rezo en la tanda de penalty y su expulsión en la siguiente ronda frente al Real Madrid fue lo más destacable en el último año de Arda Turan como rojiblanco. Lo que antes eran desequilibrios, se habían convertido en regates estériles y de nuevo la temporada acababa sin Arda vestido de corto. Una temporada en la que la falta de fútbol del equipo echó en falta un paso adelante del mago que no mucho tiempo atrás era capaz de controlar los tiempos de un partido.

Una decadencia que ha puesto fin a cuatro temporadas de relación. Arda sin la capacidad de seguir la exigencia de Simeone, y el equipo de Simeone sin la dependencia de Arda. Un jugador que pudo convertirse en ídolo para varias generaciones y que se marcha recordando la fuga del Kun Agüero. Cuatro años con un final inesperado e indeseado que no borra lo que Arda dibujó en el terreno de juego.