El pasado sábado 20 de febrero, sobre las 16:39 horas de la tarde, un gol en el Estadio de Las Palmas de Gran Canaria  bajo el dorsal del afamado jugador Neymar hacía saltar a los más alarmistas y confirmar y afirmar con absoluta certeza y convicción que en  la Liga BBVA ya se había apuntado al ganador de la temporada: el FC Barcelona. Algo más de 24 horas después, el Atlético de Madrid –inmediato perseguidor del conjunto azulgrana- agrandaba la victoria del equipo catalán al no lograr pasar del empate ante un submarino que se negó a hundirse en las aguas del Manzanares. El Barcelona puso así tierra de por medio con el segundo de la tabla, dejándolo a ocho puntos y a nueve con el tercero  -puesto ostentado por el Real Madrid-. Desde entonces, para muchos, el ganador ya estaba escrito. Al parecer había puntos, pero no había opciones. 

Las distancias se ampliarían incluso más gracias a un derbi madrileño en el que se impuso el Atlético de Madrid a su, por esencia, 'eterno enemigo', y a un luchador Sporting de Gijón que le dio por cambiarle los planes a Diego Pablo Simeone en el Molinón ¡Para qué queremos más! Los diarios predecían al campeón de la competición doméstica 13 jornadas antes del final, olvidando, por completo, que en el fútbol no se puede subestimar porque, por extraño que parezca, el Correcaminos algún día también se quedó dormido. Y no les quepa duda que allí, en ese mismo instante, apareció el Coyote para darle caza.

La Liga para el Barça: de claro a oscuro

El Atético de Madrid tropezó ante Sevilla, Barcelona – aquel famoso partido  de la patada de Filipe Luis a Messi en el que los rojiblancos  acabaron con nueve-, ante el Villarreal  y más recientemente ante el Gijón. Lejos de bajar los brazos, los colchoneros se empeñaron en no dejar de creer – eso que está tan de moda a orillas del Manzanares-  y seguir en la lucha por la Liga a pesar de la diferencia contra el FC Barcelona.

La jornada 30, coincidiendo con aquella en la que el conjunto colchonero cayó en Asturias, comenzó un vuelco, cuanto menos impredecible de la competición doméstica. El Villarreal logró arrancarle un empate a los de Luis Enrique que, sin saberlo,  se convirtió en el punto de inflexión de los catalanes. El Real Madrid, contra todo pronóstico, logró asaltar el Camp Nou y acortó distancias, aunque esa victoria no hizo dubitar los cimientos de quienes afirmaban al Barcelona como claro campeón de Liga.

Llegó entonces Mikel Oyarzabal  y gracias a un testarazo en el que Bravo lo más que pudo hacer fue sacar el esférico del fondo de las redes, puso el fútbol español patas arriba. La confirmación de ello y, desagradable sorpresa para todos los aficionados que se arropan con una bufanda azul y granate, la puso el propio Rakitic y Santi Mina. La capital condal se vino abajo al ver caer algo que ya sentían como propio.

Mientras tanto, el Atlético, que también ha tenido mucho que ver con la depresión de los del norte, avanzaba en silencio a la caza del fugitivo. Persecución que, por cierto, su entrenador siempre ha decretado como inintencionada. Pero así, a lo tonto, el equipo del Manzanares, acusado de romper el duopolio hace ya dos años,  ha obligado a aquellos que le daban la Liga al Barça a afirmar que ahora, más que nunca, la Liga es cosa de tres.

El Atlético de Madrid, así como quien no tiene nada que ver en el asunto, está colíder. Quedan cinco jornadas para el final y todo puede pasar. A ver quién es el valiente que se atreve ahora a augurar al campeón.  El fútbol nunca dejará de sorprendernos. Hay Liga; siempre la hubo.