Martes, 15 de septiembre de 2015, 20:45 horas,  Türk Telekom Arena (Estambul). El silbato de Szymon Marciniak  estimó que era el momento perfecto para que el Atlético de Madrid comenzara a componer al compás de su juego la sinfonía adecuada para avanzar por el intrépido, pasional, infartante y arriesgado camino de la UEFA Champions League. Todo con un único destino: Milán.

De Estambul a Lisboa

Parece que fue ayer, pero desde entonces han pasado casi nueve meses; aquí el que no corre, vuela. La máxima competición continental no es, precisamente, la que mejor se ha portado con los rojiblancos, uno de los motivos que llevaban a Diego Pablo Simeone a afirmar, sin pelos en la lengua, que “el Atlético de Madrid tiene un interés especial por La Liga de Campeones” y ya sabe España y Europa entera lo que pasa cuando al Cholo se le mete algo entre ceja y ceja. Dicen que lo que bien empieza, bien acaba, y los de la orilla del Manzanares comenzaron su andadura por Europa recogiendo los tres puntos del tan conocido “infierno turco”, como aquel que se va a recoger piñas piñoneras en plena estación otoñal. Juanfran y Koke fueron los encargados de llevar la cesta y Antoine Griezmann de encestar los frutos. Nada de andarse con bobadas, que demasiado bien saben los del Cholo que la competición europea no permite tonterías.

Y si no se acuerdan, va eso que llaman la suerte y se encarga de recordarlo: El Atlético a Da Luz, a pelearse con su pasado. Zasca. En la fase de grupos, su segundo oponente: el Benfica, o, mejor dicho, el propietario del estadio anteriormente citado. Eso para que luego digan que la vida no da segundas oportunidades. Allí fue el Atlético de Madrid y pisó el césped con una frialdad equiparable a aquella que un día se llevó a Coco Chanel en la suntuosidad del Ritz. Corrió Vietto y la dejó centrada en área de Julio César para que Saúl Ñíguez la empujara con todo el alma al fondo de unas redes anteriormente conocidas. 20 minutos más tarde el asistente del primer tanto apuntaba el segundo al marcador rojiblanco, Kostas Mitroglou acortaba distancias, pero no valió para nada: el Atlético estaba clasificado para los octavos de final de la Champions por tercer año consecutivo.

Entre Estambul y Lisboa hubo de todo: que si una victoria del Benfica en el Calderón, por eso de darle emoción al asunto. Un 0-0 en el Astana Arena, por caprichos de hacer turismo en Kazajistán. Un 2-0 al Galatasaray a orillas del Manzanares o, un 4-0 al Astana para cerrar la polémica de los problemas ofensivos de los pupilos del Cholo y ya de paso, darles una alegría a los aficionados atléticos, que en pleno mes de noviembre nunca están de más unas sonrisas. Así, no sin esfuerzo, seguían avanzando por el camino europeo los colchoneros.

A octavos sin mirar atrás

Llegaron Papá Noel y los Reyes Magos,  se pasaron las rebajas e incluso llegó el periodo de exámenes universitario, y allí un 24 de febrero, en plena lucha por la Liga y la Copa, renacía la Champions. La suerte, nuevamente presente en esas bolitas que tanto nos gustan a los aficionados al balompié, determinaba al PSV – por aquel entonces líder de la Liga Holandesa- como rival del Atlético de Madrid. Dicho y hecho, a Eindhoven se fueron los rojiblancos; volvieron igual, con un cero a cero y dejando la Champions a la suerte de la jurisprudencia – una vez más- del Vicente Calderón. Allí sí resolvieron los del Cholo, eso sí, a más de uno le costó un ataque al corazón. Al octavo penalti se tuvo que ir ni más ni menos que Juanfran a llevar al Atlético a los cuartos de final. Pero no piensen erróneamente, todo fue por eso de que no se malacostumbren los niños rojiblancos.

Foto: Juanfran celebrando el octavo penalti /Rodri J. Torrellas
A cuartos y sin miedo 

Y otra vez, vuelta a las bolas blancas y negras. La suerte, de nuevo protagonista, determinó que las rayas azul y granates se cruzaran en el camino de las rojiblancas. Otra lección para los que afirma que no existen las segundas oportunidades. Esta vez no fue Diego Ribas y Koke Resurreción, fue Fernando Torres, que por cierto, pasó un mal rato al ver una rigurosa tarjeta roja en el Camp Nou, y su pareja de baile, Antoine Griezmann, que se empeñó en hacer realidad eso que está tan de moda a orillas del Manzanares: No dejen de creer.

Foto: Atlético de Madrid celebrando su victoria ante el Barcelona/ Rodri J. Torrellas

No existe el vértigo en semis

Así, atacando a los gigantes directamente a la yugular, se plantó el Atlético en las semifinales de la UEFA Champions League. Para 'molestias de algunos' tal cual como se farfullaba en los vestuarios indios, los de rojo y blanco se plantaban dos años después, nuevamentem entre los cuatro mejores de Europa. ¡Para qué queremos más!, las bolitas en juego, y vualá, el líder de la Liga alemana para el Atlético de Madrid: el Bayern de Múnich.
 
En el primer asalto con la llegada de la primavera, los colores y los patos al afluente del rio Tajo, el claro protagonista fue Saúl. Sí, el mismo que al principio de curso la empujó en Da Luz como si no tuviera nada que ver con él el asunto, pues por allí apareció el canterano rojiblanco y esta vez sí fue el responsable auténtico de la 'molestia' rojiblanca; como también fue el responsable de la visita múltiple a la enfermería alemana de la zaga, al completo, de los hombres de Guardiola bajo un diagnóstico común: rotura de cadera.

Y en esas llegó el Atlético, a jugarse las cartas de la vida o la muerte, ni más ni menos, que al verde más comentado del panorama futbolístico europeo, sí, ese que mide Pep Guardiola cada día al levantarse, o que al menos, medía antes de recibir al conjunto de Diego Pablo Simeone. Con el corazón en un puño, sintiendo cada latido entre los dedos, pasaron los minutos los rojiblancos. Hubo de todo y para todos los gustos: que si tres goles, dos penaltis, paradas de todos los colores, tensión y pasión. Pasión, a raudales. Y al final,  el Atlético se agarró a un Oblak que pareció esculpido en corcho ante el tsunami ofensivo de los alemanes para mantener a los suyos a flote. En el Manzanares ya le pueden preparar un altar.

Así con la eficacia de Antoine Griezmann y el valor doble de los goles, los colchoneros consiguieron un billete a Milán. Sí atléticos, han leído bien, un billete a la final de la UEFA Champions League. Y... ¿Ante quién? No podía ser otro, esta Liga de Campeones no podía preparar un final que nos dejara indifirentes. Ante el Real Madrid, sí, han vuelto a leer bien. Así es el fútbol señores,   y esto lo que nos regala  por si a alguno al final de estas líneas le quedaba alguna duda de si existían o no las revanchas o, como diría don Diego Pablo Simeone: las nuevas oportunidades. Y vaya, qué oportunidad te buscaste Atleti, qué oportunidad…