“Papá, ¿por qué somos del Atleti?”, rezaba el anuncio emitido en televisión en el año 2006. Quien escribe esto puede admitir que realmente se hacía esa pregunta. No tenía ni idea. En el colegio, todos mis compañeros eran seguidores del Real Madrid de “los galácticos” Zidane, Beckham, Raúl, Ronaldo, etc. Sin embargo, mi padre se ponía la zamarra rojiblanca cada fin de semana y animaba a nuestro Atleti desde el salón de casa sin parar. Hasta que mi madre le daba a elegir entre el fútbol o cenar, claro.

“Pero, ¿por qué?”, seguía preguntándome. Mi padre tampoco sabía explicármelo, obvio. Decidió entonces que la mejor manera de que su preciado hijo comprendiese en qué narices consistía ese peculiar sentimiento era sintiéndolo, obvio también.

En efecto, se hizo con dos entradas y me llevó a ver el fútbol. Pero claro, yo cómo iba a saber el 25 de febrero del 2006 –por cierto, mismo año que el estreno del anuncio– por la mañana, que algo realmente importante iba a ocurrir, más allá de mis citas con el desayuno, la comida y la cena. Pues bien, terminé conociendo a Fernando Torres; mejor que cualquier comida del día, eso seguro.

Sin abrir la boca, mi padre decidió secuestrarme mientras merendaba. Me subió al coche y, a velocidad de crucero, aterrizó en los alrededores del Estadio Vicente Calderón. Tras aparcar prácticamente encima de otro vehículo, me sacó y me tendió la mano, como si de un paseo se tratase. Me pareció raro. Hacía demasiado frío para un paseo por la ribera del Manzanares. Tras avanzar, comencé a ver una nube de camisetas rojiblancas. Conocía todos los nombres, lo que me llevó a deducir que debía estudiar algo más y coleccionar menos cromos. Aún así, algo me decía que tanta gente vestida de rojo y blanco no era fruto de la casualidad.

Entonces, por fin, mi padre abrió la boca. “Corre, que llegamos tarde al partido y no sé si vendremos a más”, fue lo que dijo. Tras esquivar a diestro y siniestro, nos topamos con la puerta número 55, nuestra puerta.

Es difícil describir la situación a partir de este momento. Pero lo entendí. Mientras los agentes de seguridad me confiscaban el tapón de la Coca-Cola, lo entendí. Mientras un voluntario de peto naranja fosforito me regalaba un “Forza Atleti”, lo entendí. Mientras mi padre buscaba nuestros sitios, lo entendí. Mientras me sentaba en aquel asiento de color azul, duro y frío, lo entendí. Mientras escuchaba por primera vez a más de 50.000 personas entonar el himno del Atlético de Madrid, lo entendí.

Sí, lo entendí. Y desde entonces, si es posible, acudo cada fin de semana a entenderlo.

Cuando entramos, apenas habían transcurrido diez minutos de partido. Suficientes para dejar de notar físicamente las manos, pies, orejas, nariz y extremidades por el frío. Pero entonces llegó él, el gol. Fernando Torres, con apenas 22 años entonces, mandó a la red un rechace de Goitia, guardameta malaguista, previo disparo de Maxi Rodríguez. El capitán y ‘9’ rojiblanco levantó a toda la grada con su tanto. Claro, a nosotros también.

No tardó en llegar el segundo, también obra de “El Niño”. Tampoco se hizo de rogar el tercero, de Maxi Rodriguez. Mateja Kežman falló un penalti, pero aquello era una fiesta, y la zona del fondo sur, más. Finalizó entonces la primera parte. De la adrenalina adquirida no probé bocadillo de jamón alguno.

Comenzó la segunda mitad y el Calderón lo volvió a hacer. Enamorarme. Juan Valera, reciente fichaje colchonero en el mercado estival, entró en lugar de Velasco, en la posición de lateral derecho. Quién me iba a decir a mi, y quién le iba a decir al propio Valera, que iba a marcar dos goles nada más pisar al campo. Acción y reacción, punto. El ex del Real Murcia recibió el balón en la banda derecha y, tras recorrer unos metros, nos regaló un gol digno de hemeroteca. Minutos después remató directo a la red un centro de Gabi. Ojalá hubiese seguido por esa línea el '18'.

El árbitro decretó el final del encuentro y el Calderón siguió cantando. Salimos por la puerta 55, pero en lugar de enfilar el camino al coche, nos quedamos esperando en la puerta 0. Recuerdo preguntarle a mi padre “Papá, ¿por qué no nos vamos?”. Sí, yo preguntaba mucho, por eso ahora estudio periodismo. “Porque no toca”, respondió.

"Para Martín, de su amigo Torres"

Tampoco hizo falta que diera más explicaciones. Acto seguido, el doctor y amigo José María Villalón, jefe de los servicios médicos del club, nos invitó a pasar a los vestuarios, donde conocí al ídolo de todo hincha rojiblanco, Fernando José Torres Sanz, “Nando” para los amigos.

Sin despegarme de mi sonrisa de oreja a oreja, recibí un caluroso abrazo por su parte, una dedicatoria que todavía guardo, y le prometí un dibujo (tenía 10 años).

Cumplí. Nunca supe si finalmente llegó a sus manos, pero cumplí.

Me enamoré de una hinchada, de una actitud, de una camiseta, de un estadio, de un jugador, de un dorsal, de un deporte y de una multa de tráfico por no aparcar bien. Normal, que jugaba el Atleti. Perdón, nuestro Atleti. Gracias papá.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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