Estuvieron ahí durante muchos partidos, durante bastantes temporadas. Era habitual verlas en uno y otro fondo, en lateral y en tribuna, salpicando casi todos los sectores de ese estadio a la orilla del río erigido con los sacrificios de los socios hace ya más de tres décadas. No eran ni mucho menos mayoría, pero se veían con facilidad gracias a sus colores, muy llamativos en medio de un mar rojiblanco con toques azules. Durante un tiempo se hicieron tan populares que hasta los chiringuitos de Pirámides y Melancólicos vieron el filón y las vendieron junto a las demás, a cinco euros la pieza.

Esas bufandas, a priori, no tenían absolutamente nada que ver con el Atleti. A muchos incluso les chocaban, les parecían feas, ajenas a la identidad de la casa. Pero sus franjas verde y oro tenían una carga simbólica innegable. La idea estaba copiada directamente de Inglaterra, donde un grupo de seguidores de los diablos rojos bastante descontentos con el nuevo propietario (un magnate estadounidense apellidado Glazer) reivindicó la pureza original de la entidad usando como emblema trapos con los colores originales de la fundación, hace ya más de 130 años, y se escindió para formar el FC United of Manchester en categorías inferiores. Es el club de la gente, de los aficionados, no de ningún advenedizo que quiera aprovecharse del nombre y el escudo para sus propios negocios.

La mayoría de los males proceden de la transformación en SAD en 1992En Madrid se mantenía el significado pero cambiaban las identidades: el portador del emblema no sólo quería proteger su cuello del frío húmedo del Manzanares, sino que también pretendía hacer notar su rechazo a la directiva del Atlético. Motivos no faltaban: mirando los fríos números, el equipo con la tercera mayor masa social y el tercer presupuesto más alto de España no sólo no consiguió un solo título entre 1996 y 2010 (¡¡trece temporadas!!), sino que en ninguno de esos años, ni en los tres siguientes, fue capaz de meterse entre los tres primeros de la Liga. Se llegó incluso a la afrenta histórica de celebrar como éxito la clasificación para la Liga de Campeones (en la que, como máximo, no se pasó de octavos)... a través de un cuarto puesto en el torneo nacional. Aún peor: se alcanzaron cotas de mediocridad tan bajas como para descender a Segunda División y permanecer dos años, cosechando derrotas contra equipos como el filial de Las Palmas.

Eso en el ámbito deportivo, que es lo que suele interesar al aficionado de a pie. En materia económica y societaria las cosas son aún peores. La inmensa mayoría de los males rojiblancos proceden de la transformación en Sociedad Anónima Deportiva en 1992, que tuvo tantas irregularidades que acabó con varias condenas impuestas por la Audiencia Nacional y ratificadas por el Tribunal Supremo. Está plenamente probado, demostrado y confirmado que Jesús Gil y su hijo Miguel Ángel incurrieron en delitos de estafa y apropiación indebida contra el Atlético de Madrid, y que el actual presidente Enrique Cerezo fue colaborador necesario de esos delitos. 

Qué manera de olvidar

Salvo en el caso de Gil padre, cuyos trapicheos marbellíes apestaban demasiado como para pasarlos por alto, la única razón de que estos individuos no hayan sido presos es el concepto de "prescripción de delito" que existe en la legislación española. Básicamente quiere decir que si usted roba algo y se las apaña para que no le condenen en un plazo determinado (en concreto quince años), usted seguirá siendo un ladrón, pero las consecuencias desaparecen: ya no le podrán encarcelar, ni hacerle pagar multas, ni nada de nada. Teniendo en cuenta esto, ponga usted el calificativo que considere oportuno a los directivos actuales. Que, ciertamente, son sólo un caso de los muchos dirigentes futboleros con "irregularidades" de tipo penal en su expediente. Pero no hay otros en toda Europa, y posiblemente en el mundo, cuya víctima sea el mismo club que gestionan.

El atlético, ese fidelísimo seguidor del equipo pero pésimo seguidor del clubOtras aficiones con menos tragaderas que la madrileña habrían tenido suficiente con este atropello para lanzarse a machete a por los gestores y forzar su salida con broncas continuas cada dos fines de semana. Así, y con la pizca de colaboración judicial que aquí falta, acabaron cayendo otros individuos de dudosa catadura moral como Lopera en el Betis o Ruiz Mateos en el Rayo. Aquí hay aún más argumentos. Recuerden corruptelas escandalosas como el caso Van Doorn o el de los "negritos". Recuerden episodios vergonzosos como la irrupción de la Guardia Civil en las oficinas del estadio y la posterior intervención judicial del club, que se usó durante años como excusa para todos los males, como si la Benemérita se metiera en tal jaleo por capricho. Recuerden otro esperpento como el posible y cada vez menos probable cambio de estadio, ese que primero iba a reportar inmensos beneficios monetarios y que ahora el club tendrá que pagar, ese en el que iban a consultar a la afición (¿a usted le han preguntado?). Recuerden los centenares de millones de euros (las cifras exactas varían según la fuente, algunas dan cifras obscenas) de deuda del club, una buena parte de la cual es con Hacienda, es decir, con usted y conmigo.

Justificaciones para el hartazgo, como se ve, hay muchas. Y el público llegó a estar muy enfadado. No sólo lo demostraba con bufandas: durante una época el "que se vayan, diles que se vayan" y el "estoy hasta los h... de la familia Gil" eran habituales en el repertorio de cánticos. Pero todo eso quedó atrás. Desde 2010 el equipo ha ganado dos veces la Europa League (esa competición a la que se clasifican el quinto y el sexto de las ligas importantes y los segundos y terceros de las secundarias), otras tantas Supercopas de Europa, y ha llegado a un par de finales de Copa del Rey. Además, este año, por fin, por primera vez desde el Doblete, se está haciendo un papel digno en Liga, a pesar de que la desastrosa confección de la plantilla hace que a disposición de Simeone sólo haya 14 o 15 jugadores de alto nivel y que cada vez que se necesite una rotación el rendimiento caiga. El equipo juega, gana y pelea como el mejor, como dice el himno, como ha sido el Atlético toda la vida. Esto no es una época extraordinaria de gloria, sino lo normal, lo que corresponde a un club del calado de los colchoneros que nunca, jamás, se había siquiera planteado la posibilidad de identificarse con una tonadilla que dijera algo parecido a "qué manera de perder".

La vuelta (esperemos que definitiva) a la normalidad sobre el césped, que no en el plano institucional, ha tenido un efecto anestesiante que Gil y Cerezo no imaginaban ni en sus mejores sueños. Son los mismos que estafaron en su día, son los mismos que se sientan en el palco de forma ilegítima, son los mismos que mantienen la tesorería como un solar. Son los mismos que ya vendieron a estrellas de altísimo nivel (con Torres, Forlán, Agüero y De Gea como ejemplos más recientes) haciendo creer al público que eran ellos los que se querían ir (obviando el detalle de que no eran capaces de montar equipos competitivos a su alrededor). Son los mismos que, a día de hoy, no son capaces de garantizar que los mejores de la plantilla actual (Falcao, Arda Turan, Courtois, etcétera) seguirán por aquí la próxima temporada. Y sin embargo ya nadie les pide que se vayan, ni nadie saca la bufanda verde y oro del cajón del armario.

Es el eterno mal del hincha atlético, ese fidelísimo seguidor del equipo pero pésimo seguidor del club. Mientras la pelota entre hoy, da igual lo que pase mañana, o lo que se cueza en los despachos con el dinero de los abonados: se dan palmas con las orejas y se hace la ola si es necesario. La memoria es demasiado corta como para recordar dónde estaban anteayer, y más corta aún como para acordarse de dónde estaban hace dos décadas. Y si por un casual a alguien se le encendiera la bombilla, ya están la señora Rushmore y el señor Sabina para recordarnos lo bonito que es ser sufridores. Ya saben lo que se lleva años diciendo en muchas localidades del templo de la Virgen del Puerto: aquí se viene a animar incondicionalmente. Quien quiera exigir, que agarre el metro y se vaya a Chamartín.