Domingo 24 de mayo de 2015. El Real Betis regresa a Primera División. El ambiente de optimismo que se respiró en Heliópolis desde los albores de la mañana no decepcionó y se teletransportó al terreno de juego. Alrededor de 50.000 espectadores llevaron en volandas al conjunto de Pepe Mel.

Si algo caracteriza al equipo hispalense es el sentimiento que desprende su más que centenaria afición. En sus corazones reside el ímpetu de la fidelidad, del entusiasmo, pero sobre todo, de la entrega.

Con todo este panorama de éxtasis colectiva, los futbolistas verdiblancos salieron al verde con la mente puesta única y exclusivamente en conseguir el ascenso, y lo lograron. Cristiano Picccini, novedad en el once en detrimento del sancionado Molinero fue una de las sorpresas del envite.

Por su parte, los alfareros desembarcaron en la capital de Andalucía para sumarse a la fiesta. Bordalás no se inmutó en ningún instante y permaneció atónito al espectaculo que yacía dentro y fuera del terreno de juego.

La primera ocasión del partido la aportaría la gran revelación del curso. Dani Ceballos segue atesorando quilates en sus botas y en una tarde memorable, volvió a brillar. Su chut carente de potencia se topó con el meta amarillo. Se empleó a fondo para abortar la ocasión y lucirse.

El jolgorio no había hecho más que comenzar, sin embargo el dominio alterno en los instantes iniciales inquietaba a Pepe Mel. Guichón y Femenía arrimaban por los costados pimienta para los madrileños pero la concentrada zaga helipolitana enfilaba voces de batalla para aupar a la gloria al resto de sus compañeros.

Como de si el fin del mundo se tratase, ni la lluvia ni el vendaval quisieron perderse la cita. El hombre del Real Betis es sin duda Rubén Castro, Su deseo era hacer el gol que guiara el ascenso y lo hizo, vaya que si lo hizo. A los 20 minutos, un buen servicio de Jorge Molina, deja al canario completamente solo ante el portero y con su habitual sangre fría en la definición esculpe una maravillosa vaselina para enloquecer el Benito Villamarín. 50.000 gargantas rugían al unísono y las lágrimas defilaban por los rostros de jóvenes y adultos.

Nadie perdía la vista del colorido césped palmerino. La alegría iba invadiendo los rincones. Padres e hijos dialogaban con más corazón que cabeza tratando de encontrar una explicación convincente a lo se estaba viviendo en el sevillano barrio de Heliópolis.

Antes de llegar al descanso, tanto Molina como N'Diaye pudieron ampliar diferencias, aunque el marcador ya no se movería hasta la apoteósica segunda parte final.

La locura se apodera de una afición entregada

La segunda parte comenzó con un penalti favorable a los béticos. Rubén Castro hacía el segundo desde los 11 metros y la Primera División miraba a los ojos al Real Betis. El claro derribo a Dani Ceballos fue señalado por Arias López y el matador de La Isleta, lápiz en mano, engrosaba su extensa lista de éxitos.

Del conjunto de Pepe Bordalás poco que mencionar. Atenazados por el mágico ambiente que envolvía el aire, se limitaron a acumular hombres en defensa en busca de algún contragolpe estéril que a la postre nunca llegó. El ariete David Rodríguez, con un cabezazo a la salida de un saque de esquina tuvo la ocasión más clara para los alfareros. Un sublime Antonio Adán disfrazado de espartano aullaba al infinito en un gesto de superhéroe.

Pasada la hora de choque, aterrizaría la guinda del pastel en el luminoso. Una poderosa contra lanzada por Alfred N'Diaye, cuya zancada ilustra la ambición de quien quiere recuperar el sitio perdido, la culmina Jorge Molina a trompicones después de un disparo envenado del italiano Cristiano Piccini.

El tramo final se vivió con la mente puesta en los rincones de la memoria. Sensaciones e emociones encontradas en todas y cada una de las mentes verdiblancas. La salida de Vincenzo Rennella dinamitó la parcela ofensiva. Por dos veces, el de Sant Paul de Vence trató de imprimir su sello a la contienda pero el marcador ya no se movería.

El silbido final se evaporaba. Las carreras sin destino se producian. Las lágrimas resbalaban por rostros cargados de sufrimiento que con el inexorable trabajo del crono se transformaban en alegría.La propia alegría de la satisfacción por el deber cumplido.

Mel no pudo contener sus pupilas en estado natural y rompió a llorar en una noche que jamás olvidará. Es su tercer ascenso con el Betis, dos como entrenador y otro como jugador.

Un escenario improvisado daba el pistoletazo de salida a la fiesta. Familiares de jugadores, empleados, aficionados se fundieron en un solo ente. Y es que el ser humano es el único animal capaz de expresar y exteriorizar lo que no se puede explicar con palabras.

El Real Betis Balompié regresa a la élite y además lo hace como campeón. Por delante, trabajo pero también ilusión por lo que vendrá. El Benito Villamarín ya cuenta las horas para ser visitado por los mejores equipos del país.

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