Ambiente desangelado es el que presentó el Benito Villamarín para despedir el curso futbolístico 2014/2015. La asfixiante calor que envuelve a la capital de Andalucía unida a la consecución matemática del objetivo hicieron que la parroquia verdiblanca aguardara en lugares más frescos el final de la Liga.

Al margen del aspecto de las gradas, los onces dispuestos sobre el terreno de juego dejaban entrever las intenciones de ambas escuadras. Mel apostó por equilibrar un esquema entre fijos y menos habituales. El italiano Cristiano Piccini ocupó el interior, mientras Caro acompañó a Figueras en el eje de la zaga. Arriba, la eterna dupla conformada por Molina y Rubén Castro acapararon balones carentes de intensidad.

Por su parte, los de Abelardo tan solo presentaron una variedad en el once con respecto a lo visto semana atrás en El Molinón ante el Sabadell. Carlos Carmona sustituía al hoy suplente Jony.

Bajo este panorama arrancó el envite falto de fuelle y con la muesca de quien observa el crono para perderse en unas vacaciones idílicas. Obviamente, las ganas del Real Betis estuvieron muy lejos de lo que acostumbra.

La balanza comenzaba muy ponto a inclinarse de lado sportinguista. Prueba de ello supone la primera gran ocasión. Miguel Ángel Guerrero probaba los reflejos de Giménez en un disparo rechazado que repele el gallego para en segunda instancia el exrecreativista Carlos Carmona reventara el esférico contra la cruceta derecha de la portería verdiblanca.

La escuadra bética, jugando al ralentí, gozó de la aproximación camino de los 20 minutos cuando una internada de Piccini hasta línea de cal fue conectada por Rubén Castro. El máximo goleador de la historia del Club, tal como venía, enchufa un derechazo que se marcha pegadito al poste.

Las idas y venidas se sucedían y tan solo cuatro minutos después el pichichi asturiano Guerrero convertía el tanto inaugural del envite a placer tras una formidable asistencia de Luis Hernández. Jorge Molina, acto seguido, cabeceaba a las nubes una bola franca que circulaba por sus dominios.

A raíz del gol, los pupilos de Gijón miraban de reojo las noticias que llegaban desde Montilivi, pero los de Girona no fallaron e hicieron inútil el esfuerzo sportinguista.

Nada sucedió en el ecuador del primer acto. En el tramo final, Isma López avisaba de lo que haría instantes posteriores. Excursión en solitario donde ningún jugador heliopolitano salía a su paso. El boquerón Portillo, cazaba un esférico desde el balconcito del área que no puso nervioso a Cuéllar.

Los primeros cuarenta y cinco minutos morían con un zapatazo desde medio campo de Rubén Castro que se marchó por encima de la primera mitad. Carmona, completamente solo, se colaba entre los centrales para conectar un potente testarazo. Desviado, fue engullido por línea de fondo.

Sentencia en la segunda mitad

La segunda no se veía, se escuchaba. Los viejos transistores echaban humo. Jorge Molina pudo hacer el empate al inicio después de recibir un taconazo magistral del matador de la Isleta. El chut fue interceptado por un zaguero y desviado a córner. Sería la única ocasión de la que iba a disfrutar a lo largo de los postreros minutos de la temporada.

A la hora de encuentro, un recién ingresado en el verde Jony, ampliaba diferencias aprovechando un fuerte centro de Carlos Carmona. Una vez más, la defensa del Betis no estuvo a la altura.

El asedio continuaba y desde Montilivi las noticias no volaban. Rachid, en una nueva aproximación, ponía contra las cuerdas a Dani Giménez. El veloz Isma López, en una galopada incólume y eléctrica se deshacía de rivales y plantándose delante del cancerbero verdiblanco definía a las mil maravillas. Disparo ajustado, raso y seco, al palo largo, y el 0-3 campaba en el luminoso.

Con todo el pescado vendido, todos los ojos apuntaban a Montilivi. Con el pitido final, se hizo el silencio. El entorno de La Palmera congelaba el corazón y la mareona contemplaba el nuboso cielo de la capital sevillana. Como un resorte, y al unísono, aterrizaba el gol del Lugo. Los rostros daban un giro de 180 grados y la felicidad estallaba en el Benito Villamarín. Sin dirección ni orden, los jugadores rojiblancos corrían sin saber bien que buscar. Abelardo clavaba sus pupilas en su propio banquillo intentando insuflar un soplo de aire fresco.

La fiesta se desataba y eso que el encuentro en Girona aún no tocaba a su fin. La mareona vibraba en señal de júbilo y es que su equipo, el Sporting Gijón, es nuevo equipo de Primera División.