La vida da muchas vueltas, y el fútbol, como parte de ella, también. Hace algo más de cinco meses el Tenerife perdía en Pamplona uno de esos partidos en los que, en un análisis en frío, parece difícil de explicar el resultado, pero en el que atendiendo a cómo llegaban los de Álvaro Cervera, lo que pasó parece lo más normal. El equipo llegó a El Sadar en puestos de descenso, sin haber encontrado todavía sensaciones en el juego, tras dos derrotas seguidas en las que el rendimiento había sido muy mejorable, y envuelto por un ambiente muy crítico. En estas circunstancias, lo que sucedió fue lo normal.

Fue normal que, a falta de escasos segundos para que los blanquiazules se fuesen al descanso con 0-1, el colegiado señalara un penalti bastante polémico que pusiera las tablas tras el fin de la primera mitad. Fue normal que, tras haberse vuelto a adelantar, los blanquiazules acabaran permitiendo que Osasuna remontara el partido con un gol de Kodro en el último minuto que Roberto debía haber atrapado sin problemas. Hubiese sido normal incluso que Vitolo hubiese fallado el penalti que, también de forma polémica, permitió a los chicharreros poner el 1-2 en el electrónico, pero aquella noche al fútbol le apetecía ser cruel. Fue normal que, en aquellas circunstancias, el Tenerife sumara su tercera derrota consecutiva tras un gran partido en Pamplona.

Pero el domingo, de nuevo ante Osasuna, las tornas se invirtieron. Hace algunos meses, Merino habría puesto sin problemas el 0-1 en el minuto 22, pero esta vez apareció Dani Hernández para recordarnos que el Tenerife, por fin, tiene portero. Hace algunos meses Riesgo habría atrapado sin problemas el centro que Suso puso en el minuto 34, pero esta vez se la dejó muerta a Diego Ifrán para que inaugurara el marcador a puerta vacía. Hace varios meses el Tenerife habría perdido este partido, como ya le ocurrió ante otros rivales como Ponferradina y Girona, pero algo ha cambiado. Ahora es el rival quien regala los goles, y son los de Agné los que, cuando parecen inevitables, acaban encontrando a alguien que los salve. A falta de un gran juego, bueno es que los tinerfeños tengan por fin suerte y la confianza de la que han carecido gran parte de la temporada.

Los jugadores rebosan ahora mucha más confianza que hace algunas jornadas, la grada ha entrado, por fin, en comunión con el equipo, y de forma más o menos justa y sufrida los resultados están llegando. Tras seis jornadas consecutivas sin perder, y con la particular media inglesa de ganar en casa y empatar fuera, el Tenerife ya aventaja en siete puntos a los puestos de descenso, y debe aprovechar este estado anímico y de resultados al que tanto ha costado llegar para continuar su escalada. En ausencia de un fútbol brillante y un juego resolutivo, los de Agné están encontrando la fórmula para ir sumando tras cada partido. Que dure, porque nadie en la isla quiere volver a la dinámica anterior de la que tanto costó salir.