En el momento en el que el codo de Javi Varas se luxaba sobre el verde del José Zorrilla, los corazones de todos los celtistas también se luxaron. Tanto los más de mil aficionados que acompañaron al equipo a Valladolid, como los que lo estaban viendo por la televisión, se estremecieron. Ese brazo fuera del sitio, hacía que las ilusiones de la parroquia celeste también se dislocaran. Miedo.

Toda esa incertidumbre no parecía ir con un crío de 17 años que observaba desde el banquillo. Rubén Blanco se puso los guantes y la camiseta con la misma parsimonia que lo hace cuando juega en Barreiro o en A Madroa. Con esa misma tranquilidad que juega en Tercera o con los juveniles, el muchacho se desempeñó en su debut en la máxima categoría, con su equipo jugándose la vida. El chico, todavía imberbe, transmitió serenidad y aplomo a todos sus compañeros que, a su vez se hicieron más grandes para proteger al muchacho. Dos intervenciones de mérito, una gran sobriedad y la puerta cero fueron su tarjeta de presentación en la Liga BBVA. Solo cuando Estrada Fernández pitó el final, las emociones explotaron en un niño que no pudo reprimir las lágrimas cuando era felicitado por sus compañeros y aclamado por la afición celeste en Zorrilla.

Las lágrimas de Rubén Blanco no fueron las únicas que corrieron por las mejillas de un portero celeste al término del partido. Un profesional como Javi Varas, con 30 años y un largo recorrido en el fútbol, rompía a llorar en el centro del campo. Sabía que los cuarenta minutos que había disputado sobre el verde pucelano eran los últimos con la camiseta del celeste. “Lloro porque me duele despedirme así”, comentaba. Con su brazo izquierdo inmovilizado, los abrazos y muestras de cariño de sus compañeros, unidos a una afición rendida a sus pies, hicieron que el portero andaluz fuera batido por las emociones. El Celta, Vigo y su afición le habían metido un gol al guardameta sevillista. "Me voy como un celtista más, enamorado de la ciudad, del club y de su gente”.

Rubén Blanco emocionado. (Foto: LOF)

Parece difícil que cualquier persona con sensibilidad no se haya emocionado con todo lo acontecido sobre el José Zorrilla. La implicación y el compromiso de Javi Varas han sido absolutos. Encomiable, tratándose de un futbolista cedido que sabe que, pase lo que pase, volverá a su ciudad y a su club la próxima temporada. "Más allá de como buen o mal portero, me gustaría que se me recordase en Vigo como una buena persona y un buen profesional”. El deseo del sevillano concuerda totalmente con la personalidad demostrada a lo largo de la campaña.

Fundamental dentro y fuera del campo

Por méritos propios, el de Pino Montano se ha convertido en uno de los líderes del vestuario celeste. Su buen humor en la caseta contrasta con su seriedad a la hora de trabajar. Su dedicación caló rápidamente entre la joven plantilla celeste. En poco tiempo, Varas era una de las voces más autorizadas del equipo. Además del factor emocional, Javito mostró desde el primer partido de liga que llegaba al Celta para ser factor diferencial. Más allá de fallos puntuales, el sevillano ha demostrado una regularidad y un estado de forma óptimos durante todo el curso. Paradas inverosímiles mantenían al equipo en los partidos. El Celta competía en todos los choques gracias a las magníficas actuaciones de su portero. La falta de contundencia en las dos áreas impedía que el puñado de paradas que hacía el meta sevillano en cada encuentro significasen más puntos para los vigueses.

La lesión del andaluz en Zorrilla es un duro golpe para la plantilla celeste. Tras la caída del gigante Bermejo, se desploma otra columna que sustentaba, desde la veteranía y la sensatez, la estabilidad del vestuario céltico. De los tres puntales que garantizaban aplomo y serenidad dentro de la caseta, solo queda en pie el capitán Borja Oubiña. No obstante, por otra parte, las lesiones de dos de los líderes emocionales de este Celta, pueden significar un estímulo de cara al último y decisivo partido de liga contra el Espanyol. A buen seguro que sus compañeros lo darán todo para dedicarles la victoria y la tan ansiada permanencia.

Javi Varas reclamando las asistencias. (Foto:LFP)

Por todo esto, Javi Varas ha sido, probablemente, el mejor futbolista del Celta esta temporada. Junto con Aspas, ha demostrado ser el único jugador del equipo capaz de ganar puntos por sí solo. Además de su agilidad y sus reflejos, su mejor virtud es aparecer en momentos clave para salvar a su equipo. Decisivo. Lo hizo en Zaragoza, donde su excelente actuación sumada al gol de Aspas en los compases finales del choque otorgaron al Celta su primera victoria a domicilio del curso. Grandes intervenciones del sevillano significaron puntos para su equipo, como contra el Mallorca en Balaídos o en La Rosaleda, donde Javito fue trascendental con paradas decisivas. Su figura en Riazor, con el Celta en inferioridad numérica, evitó una goleada de escándalo en el derbi de la segunda vuelta. Más recientemente, el de Pino Montano colaboró activamente a las trascendentales victorias celestes contra el Granada y el Zaragoza en casa. Frente a los granadinos, Varas mantuvo a su equipo en el choque con sus intervenciones. Particularmente primoroso fue su partido contra el Real Madrid en el municipal vigués. En aquella jornada 27, el andaluz lo paró prácticamente todo aunque, por desgracia para los célticos, su colosal actuación no pudo evitar la derrota local.

A causa de su lesión, Varas no podrá volver a vestir la elástica celeste. El de Zorrilla es pues, el último partido del sevillano con el Celta. Una dolorosa despedida que no empaña, en absoluto, la fantástica temporada que ha cuajado el portero andaluz. Tanto la afición céltica como el propio Javito preferirían un adiós sobre el verde de Balaídos. No podrá ser. Aun así, Varas regresará a su tierra con todo el afecto de una ciudad, sabedor de que en Vigo tiene una segunda casa. Contra el Espanyol, el portero formará parte de esa afición que tanto lo quiere y empujará junto a ellos para que su marcha sea de la manera más dulce posible, con el Real Club Celta en Primera División.