El sol se erigía sobre Balaídos en una tarde plácida en Vigo. El césped desprendía ese olor particular de los días tranquilos, en los que todo parece marchar sobre ruedas y que no dejan hueco a la indecisión. Las butacas color celeste se iban llenando, paulatinamente, en víspera de una tarde más de fútbol a orillas de la máxima satisfacción. Desde Getafe llegaba un conjunto en un pésimo estado de forma. El más brillante éxito vigués de las últimas jornadas presagiaba un partido emocionante y lleno de matices. Huir del pozo, el objetivo. 

Cinco minutos antes de la hora del comienzo, los 22 implicados saltaban al terreno de juego. Entre aplausos y críticas, Roberto Lago aparecía de nuevo en su casa vestido de rojo y representando a un correoso rival. El silencio se apoderaba del recinto minutos antes del arranque del partido en un minuto de silencio que supuso la calma antes del tornado de sensaciones. Clos Gómez, encargado de llevar las riendas del partido, oteaba su reloj de mano a la espera de que se cumpliese la hora. Tras un par de titubeos, finalmente el silbato sonó. El balón comenzaba a rodar.

Batacazo inicial

El Celta de Luis Enrique comenzaba adueñándose del esférico. La posesión, su distintivo, suponía la marca de clase de los primeros minutos del partido. La asociación en el centro del campo se remataba con tímidos disparos a puerta de Charles o Álex López, mientras los azulones buscaban su oportunidad a la contra de la mano de un activo Pedro León. El balón se desplazaba sin demasiados altercados por una defensa viguesa que lo movía a placer, sin apenas sobresaltos. 

Sería en el minuto 19 cuando el encuentro tomase su primer giro inesperado. Un balón largo a la espalda de la defensa viguesa y un afortunado remate de Lafita terminarían con el esférico en el fondo de la portería de un Yoel desubicado. El partido tomaba un nuevo rumbo: los celestes debían buscar la remontada. Atisbando en el horizonte las victorias ante Almería y Betis tras sendas remontadas, los pupilos de Luis Enrique trataron de retomar la manija del partido. Sin embargo, el gol de Lafita suponía una losa demasiado grande. El Getafe dominaba y acechaba la portería de Yoel con agresividad.

Fue entonces cuando Rafinha y Orellana tomaron la iniciativa. El primero, con una eléctrica jugada que logró detener Moyá, y el segundo, con un magistral lanzamiento de falta que se estrellaba en la cruceta. Escalofríos recorrían las venas azulonas y el descanso parecía una quimera lejana. Las intenciones viguesas, sin embargo, se ahogaron en una marea de indefinición y ante un sobresaliente Moyá

Explosión vikinga

La segunda mitad comenzaba sin cambios y con el partido siguiendo la misma dinámica con la que la primera terminaba. Sin embargo, Lisandro era expulsado en el minuto 52 al recibir su segunda tarjeta por una entrada sobre Orellana. El partido cambiaba por completo. Casi de inmediato, Krohn-Dehli ingresaba al terreno de juego en sustitución de un desafortunado Oubiña. En su primera aparición, asistía para que Rafinha, aprovechando su potencia, superase a dos rivales y pusiese el empate con un preciso disparo que batía a Moyá. Quedaban más de 30 minutos y un nuevo horizonte de posibilidades se abría ante la mirada celeste.

El jugador danés tomaba el timón del equipo y el Getafe se encerraba atrás. Los minutos y las ocasiones se sucedían sin éxito, y las esperanzas viguesas se desvanecían ante el defensivo planteamiento azulón. Un potentísimo disparo de Nolito a la madera fue la última oportunidad para un Celta que no logró arrancar más que un punto del muro getafense. Un punto que les permite mantener las distancias con el peligro. Un punto que, lejos de corresponderse con la realidad, fue quién de mostrar el poder de un Celta desatado.

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