Las cuentas eran fáciles: el Celta tenía 33 puntos, un colchón de siete sobre el descenso y sólo necesitaba un par de victorias y algún empate para certificar la permanencia. Una semana con tres jornadas brindaba la oportunidad de conseguirlas en Balaídos, sacándose la espina que el equipo tenía clavada ante su público, ya que, en ocho días, venían a Vigo el Málaga y el Sevilla, dos rivales andaluces. Sobre el papel, la victoria en el Ciutat de Valencia lo dejaba todo bien encauzado.

Otra vuelta de tuerca

Así que Luis Enrique se puso manos a la obra, con un planteamiento que volvió a sorprender a propios y extraños. Sorprendió la vuelta de David Costas al centro de la zaga tras el buen partido de Íñigo López en Valencia. Sorprendieron los numerosos cambios de posición de los protagonistas, aunque muchos eran obligados: Fontàs volvía a la defensa, Jonny, a la izquierda, Krohn-Dehli, a la medular... Pero, sobre todo, sorprendió su decisión de dejar a Álex López en la grada.

Puede que el ferrolano esté algo saturado y necesite un descanso, pero excluirlo de la convocatoria parece una decisión drástica, que puede privar al equipo de un valioso recurso a la hora de buscar, por ejemplo, una remontada. Algo que no era nada descabellado de pensar teniendo en cuenta los precedentes y el delicado estado de Rafinha.

Un equipo inofensivo

El Celta visitante sabe muy bien a lo que juega. Quiere la pelota y, cuando la consigue, sale como un rayo en busca de la portería rival. Se asocia rápido, busca los espacios y, sobre todo, busca el gol.

El Celta local también sabe a lo que juega. O, al menos, a lo que debería jugar. Porque también quiere el balón, pero, cuando lo consigue, no es capaz de hacerlo llegar con Por momentos parece que los jugadores no confían en sus propias posibilidadesfluidez al área visitante. Combina con cierto criterio en horizontal, pero también con mucha lentitud. Cuando intenta progresar, aparecen las imprecisiones, los balones demasiado largos, la falta de entendimiento y, en definitiva, las pérdidas que convierten al Celta en un equipo totalmente romo en ataque. Es muy revelador que el primer tiro entre los tres palos de Caballero llegase a cinco minutos de la conclusión a pesar de que el Málaga llevaba ventaja desde la primera mitad y jugaba con un hombre menos. Ese es un lujo demasiado grande para cualquier equipo que intenta remontar.

Por momentos, incluso, parece que falta la intensidad necesaria para afrontar el partido, que los jugadores no confían en sus propias posibilidades ni en las de sus compañeros. Contra el Málaga, se vio a un equipo totalmente metido en el juego y a otro desbordado por el rival. Esto es algo que hay que corregir con urgencia si no se quiere ningún susto en las jornadas que quedan.

Vuelta a las andadas

La defensa tampoco tuvo su mejor día, aunque no se le debe echar toda la culpa por las razones que se acaban de enunciar. Si en algo se apoya la mejoría viguesa es precisamente en un palpable aumento de sus prestaciones defensivas, especialmente a balón parado. Justo lo que falló contra el Málaga. Los dos goles fueron consecuencia de errores claros en la marca.

El Celta afrontaba el partido con dos ausencias por sanción: Cabral, titular indiscutible desde hace muchas semanas, y Aurtenetxe, que se está convirtiendo en un importante recurso para Luis Enrique. Se echaron de menos.

Más madera

Con el 0-2 en el marcador y la mala imagen del Celta en la primera parte, el técnico sabía que necesitaba un revulsivo, así que apostó por Rafinha en lugar de un desafortunado Oubiña. Era la vuelta del hispano-brasileño, del hombre clave en el resurgir vigués, del futbolista con mayor desborde de la plantilla. O quizás del único Rafinha dio todo un recital de regates y jugadas personales que sólo le sirvieron para ser cosido a patadasfutbolista con desborde de la plantilla, viendo lo que estaba ocurriendo sobre el césped de Balaídos. Otro de los más talentosos, Orellana, experimenta un notable bajón de forma. Acabó sustituido por Madinda, aunque más de un aficionado echó entonces de menos a Álex López, que también veía el partido desde la grada. En los últimos minutos, ingresó al campo Santi Mina, que aún no parece capacitado para desatascar un partido de Primera División.

Los cambios no dieron el resultado deseado, aunque Rafinha dio todo un recital de regates y jugadas personales que sólo le sirvieron para ser cosido a patadas. Por lo menos, forzó una expulsión, que tampoco cambió lo más mínimo la decoración de un partido que estaba ya abocado a la victoria visitante. Esa es otra de las lecturas más negativas del encuentro: la incapacidad de los celestes de sacar provecho de la ventaja numérica. No fueron capaces de abrir el campo contra diez y lo acabaron pagando.

Mal menor

El Celta perdió una buena oportunidad de acariciar con las manos la salvación pero, una semana más, resultó beneficiado por el resto de los resultados de la jornada, ya que sólo fue adelantado por el Granada.

Los celestes son incapaces de sacar provecho a una ventaja numéricaEs una buena señal de cara a la visita al Camp Nou que, en circunstancias normales, no dejará grandes beneficios en forma de puntos. Lo que sí se van descontando son las jornadas que restan para el final de Liga y el Celta sigue aguantando en una posición relativamente cómoda, teniendo en cuenta los graves problemas de Balaídos. Problemas que urge solucionar, aunque los próximos rivales no son los más adecuados: Sevilla y Real Sociedad. Más vale que sirvan para reconciliarse con las buenas sensaciones como local, teniendo en cuenta que después, a cuatro jornadas del final, viene la cita con el Real Valladolid, en lo que podría convertirse en una verdadera final por la permanencia, al menos para el Celta.