Galicia es tierra de trabajadores. Esta primera descripción se acompaña de sus paisajes, admirables por encima de todo. Su riqueza natural, gastronómica y cultural resulta también incomparable. En el terreno deportivo, la profusión de talentos es excelsa. Esta opulencia se acentúa en el ámbito futbolístico. Tras varias temporadas de idas y venidas, la comunidad norteña vuelve a tener dos conjuntos en la élite del fútbol estatal como son el Deportivo y el Celta de Vigo.

A primera vista, todos los indicios apuntan a la alegría. La presencia de dos entidades históricas en Primera División es una realidad que acentúa la buena salud de la que goza el fútbol galaico. Pero una lectura subcutánea arroja un diagnóstico diferente al de la felicidad.  Cada vez que el derbi asoma a la vuelta de la esquina, un virus localista invade la mente del aficionado gallego. La sana rivalidad se torna en odio, y las gradas se llenan de una escandalera aguantable hasta cierto punto. Pero llegó el tiempo de hacer un pacto.

El jugador número 12

Los partidos entre el Deportivo y el Celta han dejado momentos para la posteridad. Nadie puede olvidar los duelos salvajes de líderes como Alexander Mostovoi y Djalminha. Tampoco se queda atrás las pugnas entre dos equipos que por aquel entonces maravillaban a Europa. Tardes y noche de decibelios aumentados, de árbitros que aguantaban la presión como podían, y de sonrisas acompañadas de lágrimas, que tenían su correspondiente sonrisa en el bando contrario.

Atrás quedan los derbis con ambos equipos en Europa

El aficionado gallego, que de fútbol sabe un rato largo, perdía la cabeza con esos duelos. Caía preso de un éxtasis temporal que le permitía hermanarse con el buen juego de su equipo. La igualdad reinante se reflejaba en todos los lances. Las aficiones eran un punto decisivo que podía desequilibrar la partida hacia uno u otro lado. El jugador número 12 estaba alineado desde el principio, y de su destreza dependía una remontada o un gol decisivo.

Pero luego llegaron los descensos. La encarnizada batalla de presupuestos y objetivo acabó cargándose a ambos equipos. Primero el Celta, y luego el Deportivo. Los números comenzaron a resquebrajarse. La alegría de tiempos pretéritos se oscureció y dejó paso a años de sequía. El celeste acabó siendo un color de luto, mientras que la mezcla blanquiazul sobrevivió hasta que el cataclismo de una gestión dio al traste con sus aspiraciones.

La vuelta de un clásico

El 2004 puso fin a doce temporadas consecutivas de un derbi incomparable. Ese año, el Celta bajó de las estrellas europeas para caer en el averno de la Segunda División. Esta calamidad pudo alegrar a algunos en el norte. Pero los que encontraron en el descenso del Celta un motivo para alegrarse, es que entienden bastante poco lo que significa ser gallego. Lo que es formar parte de una comunidad enfrentada por los cuatro costados, pero en la que el entendimiento es clave para seguir adelante.

Tras varias campañas de devaneos, el derbi por excelencia del fútbol galaico vuelve. Lo hace en un marco infrecuente. Con el Celta reforzado por sacar un empate frente al Atlético, y con el Deportivo todavía recuperándose de los balazos disparados por el Real Madrid. A pesar de lo sucedido en estas últimas jornadas, las diferencias volverán a ser más de carácter que deportivas.

El partido se jugará a las 22:00 de este martes

La carne estará en el asador desde el primer instante, y solo aquel que encuentre el punto exacto de hechura acabará llevándose el encuentro. La salazón correrá a cuenta de ambas aficiones, que intentarán responder a la llamada de sus equipo a pesar del horario. Porque aunque las élites mandatarias intenten ahogar este deporte con brujuleos indebidos, el fútbol resistirá porque el orgullo de sus seguidores es mayor y mejor que la mafia que algunos intentan imponer.

O noso derbi

Y ahora es cuando toca rubricar el pacto entre caballeros que anuncia el título. El momento en que el fútbol se convierte en una fiesta. Donde las masas sociales de uno y otro equipo convergen en competencia, que no en harmonía, puesto que esto no es un baile de instituto. Nadie tiene la necesidad de que la enfrentamiento se convierta en cordialidad. Ni siquiera se pretende que la lucha sea pacífica, porque entonces sería un juego de niños.

El matiz requerido es el del desafío. Este debe ser un partido en el que la carrera más larga sirva para llegar hasta la portería. En el que el centro medido consiga un remate correspondiente. Donde el griterío acompañe a los jugadores, y donde las desavenencias queden en el terreno de juego, en el que 22 gladiadores ofrezcan sudor y sangre por los suyos.

El fútbol gallego vuelve a estar de enhorabuena, por lo que el mero regreso del enfrentamiento entre celestes y blanquiazules es ya un acto histórico. Quien lo niegue o intente menospreciar esta realidad, puede ir agitando su bandera del Bierzo hacia el este, porque habrá demostrado la escasa capacidad que tiene para sentirse parte de esta tierra, una tierra que vibra al son del buen fútbol y que no entiende de peajes ni fronteras, a excepción de los que impone la AP-9.