Lejos, muy lejos queda ya el 18 de febrero de 2013. Aquel día significó el fin del período de Paco Herrera como entrenador del Real Club Celta. Un periodo que ya está en la historia del club vigués, que será recordado como el del final de unos años oscuros y el del regreso a la Primera División. Cinco años en el pozo de la Segunda quedaron atrás con la llegada del barcelonés, que le dio a la entidad una idea, una filosofía, una normalidad.

Paco Herrera se encontró un Celta en 2010 sin identidad, sumido en la oscuridad de la Segunda División y tras unos años de estrambóticos bailes en el banquillo y en el vestuario. Multitud de cesiones, coqueteos con la Segunda B y una ley concursal, habían dejado al Celta en su peor momento en muchísimos años. La temporada anterior, Eusebio Sacristán esbozó la hoja de ruta; Herrera la definió, la plasmó y la cumplió con éxito.

Bendita normalidad

La receta de Herrera para acabar con unos años convulsos fue simple: sentido común, trabajo y humildad. Normalidad. Algo tan sencillo se había perdido en el camino del Celta por los infiernos de la Segunda División. El técnico barcelonés asumió la austeridad en fichajes, tiró de la cantera como elemento principal de sus plantillas y generó un vestuario saludable, en el que todos sus miembros iban a una. Esa receta generó un grupo sólido, comprometido, que remó en una única dirección: la Primera División.

Foto: La Voz de Galicia.

Fue el técnico catalán el que apostó por hombres Andrés Túñez, Álex López, Michu, Hugo Mallo… Fue él, el que los convirtió en futbolistas de élite. Pero, sobre todo, fue él el que forjó un mito: Herrera le metió en la cabeza a Iago Aspas que debía jugar como delantero centro, que debía hacer diferencias y que debía anotar goles. El de Moaña respondió con 23 tantos, siendo el factor diferencial de un Celta que volvía a ser de Primera.

Del éxito al destierro furtivo

Sentido común, trabajo y humildad, su receta

Como entrenador, Herrera demostró ser versátil. En su primera temporada, el Celta era una máquina de contragolpear. Trashorras enlazaba y David Rodríguez y De Lucas picaban al espacio como flechas endiabladas. El equipo celeste cuajó una fantástica primera vuelta, pero la falta de recursos y el conocimiento de los rivales, le hicieron caerse en la segunda, en una categoría larga como una noche de hospital. La contra no era suficiente para mantenerse arriba y el agotamiento físico y mental pasó factura a un Celta en claro declive en la segunda vuelta.

Con todo, el Celta aguantó y logró meterse en unos play-off que todavía continúan en la retina de los aficionados. Con defensa de cinco y con el trío Abalo-Aspas-Michu en ataque, los celestes cogieron ventaja en la eliminatoria contra el Granada, ganando por un gol a cero con tanto del actual jugador del Nápoles. El partido de vuelta, cargado de intensidad y emoción, acabó con idéntico resultado en la tanda de penaltis. Los celestes cayeron desde los once metros y la gloria que había saboreado Michu unos días atrás se convirtió en amargura al fallar el penalti definitivo. Ya está en la memoria de todos los aficionados celestes las imágenes de un Herrera abatido y hundido, llorando acompañado de la parroquia viguesa que había ido a recibirles al aeropuerto. Lágrimas de compromiso.

Foto: Faro de Vigo.

Tras pinchar en hueso en el primer intento, Herrera atinó en el segundo. Su Celta de la temporada siguiente era distinto. Más balón. Curioso, teniendo en cuenta la marcha de peloteros como Michu o Trashorras. Lo cierto es que el gusto por la pelota del equipo vigués se retomó en aquella temporada 2011/2012. O como es conocida por todo el mundo: la temporada del ascenso. La temporada de la pareja de centrales Oier-Túñez, impecable todo el año. La temporada de “los mejores laterales de la categoría”, en palabras de Herrera, Hugo Mallo y Roberto Lago. La temporada del regreso de Borja Oubiña. La temporada del renacimiento de Fabián Orellana. La temporada del coraje de Bermejo (aunque de eso también hubo mucho al año siguiente en Primera). Pero sobre todo, la temporada de los 23 de goles de Iago Aspas, auténtico jugador franquicia de aquel equipo y figura principal sobre la que orbitó el proyecto de Herrera. El de Moaña es el hijo putativo del barcelonés.

Su nombre y está en la historia reciente del Celta

Con el equipo en Primera, Herrera continuó al frente del proyecto. El equipo empezó fuerte, practicando buen fútbol y con Aspas como jugador revelación. Pero la cosa se torció. Los resultados no llegaban y aparecieron los problemas. Rumores sobre la salida del de Moaña en diciembre, bajón en su fútbol y falta de alternativas. El entrenador pidió un delantero centro y un mediocentro y le ficharon a Pranjic y a Orellana, ambos hombres de banda y en el caso del croata con un compromiso nulo.

Todo se complicó y una derrota en Getafe, con cambio de Aspas (debut de Santi Mina) precipitó un desenlace prematuro. Decisiones como ubicar a Cabral de mediocentro, cambios controvertidos y una difícil gestión de la plantilla fueron el caldo de cultivo para aquel detonante definitivo. El club decidió cesar a Herrera y fichar a Abel Resino en su lugar, todo ello a espaldas del barcelonés, que se enteró de la operación por la prensa. Incluso en su final, Sir Paco mostró elegancia. Se fue visiblemente emocionado, en una rueda de prensa en la que dedicó elogios y agradecimientos para todo el mundo, pero en la que dejó claro que se veía con fuerzas y con capacidad para salvar al equipo.

Han pasado casi dos años, pero el celtismo no ha olvidado a Paco Herrera. Un caluroso recibimiento le espera en la que fue su casa. El cariño no se compra ni se vende, solo se comparte. Y la inmensa cantidad que dejó Sir Paco en su etapa en Vigo le será devuelto cuando vuelva a pisar el césped de Balaídos este martes.