Una larguísima pretemporada, con trabajo muy intenso, tuvo sus frutos en forma de buenos resultados en el comienzo liguero, la etiqueta de “equipo revelación”, e incluso la tímida invocación de una hipotética clasificación para jugar en Europa la temporada que viene. Pero, inevitablemente, ha traído un desplome final que obliga a mirar con avidez al parón navideño que, como regalo, se espera que traiga a los jugadores de vuelta con las pilas cargadas.

Toda la artillería

Pero para antes del parón, los caprichos del calendario guardaban una última semana llena de trampas, con tres partidos en solo seis días y, en el medio, la vuelta de Copa contra el líder de Segunda. Toda una prueba para un Celta que acumulaba derrotas a velocidad de vértigo, y cuyo problema con el gol amenazaba con enquistarse.

Las Palmas ponía a prueba a un Celta que acumulaba derrotas, y cuyo problema con el gol amenazaba con enquistarse

Por eso, Eduardo Berizzo no se guardó nada. Contra Las Palmas devolvió al equipo titular a los sacrificados en Málaga: Radoja, Nolito y un Larrivey dolido por su suplencia, como reconocería sorprendentemente tras el choque, matizando después sus declaraciones. Esta vez, con la idea de prolongar el idilio copero de Santi Mina, y pensando en la despedida del año contra el Almería, Orellana esperó su turno en el banquillo. Todo un as en la manga para afrontar un choque que, como admitió el entrenador en la previa, no admitía medias tintas.

Un hueso duro de roer

Contra Las Palmas había mucho que perder y poco que ganar. Ya se ha comentado la oportunidad única que se le presenta al Celta en el torneo copero, al que no está dispuesto a renunciar. Pero, para seguir progresando, debía superar el primer escollo, un equipo canario que ya había demostrado su nivel en la ida y que, pese a su engañosa condición de segunda, es un señor equipo, modelado desde la banda con el inconfundible sello de Paco Herrera.

Consciente de todo esto salió el Celta al césped de Balaídos pero, pese a la intención, le costó entrar en el partido. Los 500 minutos sin ver puerta pesaban como una losa en el ánimo de los futbolistas vigueses, igual que la facilidad con que están encajando en los últimos partidos. Así que afrontaron el choque con pies de plomo, intentando dar un paso atrás y dos adelante. Comenzando la casa por los cimientos, y no por el tejado.

Y por fin, el gol

De todos es sabido que el gol es sumamente caprichoso. En ocasiones, cuando más se busca, cuando más se necesita, no aparece. En otras parece excesivo premio a los logros de un equipo.

Se pueden poner varios peros a la victoria: uno de ellos, la gestión del banquillo

Contra Las Palmas, el Celta no necesitó mucho para conseguirlo. Fue, además, en una acción en la que hasta dos rivales tocaron el balón, primero en el centro de Álex López, y luego tras el remate de Larrivey, que acabó besando el poste. Una auténtica carambola para acabar con el maleficio del gol y liberar a los delanteros celestes.

Ya sin el miedo en el cuerpo, y con la eliminatoria cuesta abajo, el Celta aumentaría la ventaja, con un tanto que puso en valor el trabajo de Nolito, que sigue sin encontrar su mejor forma, y de Santi Mina, que crece a cada partido que juega.

La otra tarea pendiente

Pero, de la misma forma en que terminó la sequía goleadora, se acentuó el otro problema que arrastra el equipo, que sigue concediendo facilidades defensivas al rival. El equipo canario se manejó a sus anchas en ataque, sobre todo a la contra, con la pareja de centrales formada por Fontàs y Sergi Gómez sufriendo con cada acometida. Otra vez el gol es paradigmático: una contra en la que tres futbolistas de Las Palmas se las arreglaron para superar a cinco rivales mal situados.

El gol devolvía la igualdad a la eliminatoria, pero tiene otra lectura más preocupante: prolonga una racha de seis partidos consecutivos recibiendo algún tanto. Urge una vuelta de tuerca para llevar la seguridad, por lo menos, a los niveles que demostró el Celta en las primeras jornadas de Liga.

Orellana, el salvador

Se pueden poner varios peros a la clasificación del Celta para los octavos de final de Copa. Uno de ellos es la gestión del banquillo. El Toto Berizzo, expulsado en la primera parte, lo que da muestra de la importancia que para él tenía el choque, apostó por Augusto Fernández para desnivelar la eliminatoria. Hasta ahí, todo normal. El problema es que, para hacerlo, retiró del campo a Jonny, dejando al argentino como carrilero, desde donde poco daño podía hacer. Después de introducir a Orellana por Santi Mina -mala suerte la del canterano, que se marchó lesionado cuando merecía redondear su gran actuación sobre el campo-, tuvo que recomponer el equipo sustituyendo a Radoja por Hugo Mallo, y devolviendo a Augusto al centro del campo. Hubiese sido mucho más sencillo dar entrada al argentino directamente por Radoja, guardando un cambio para la entrada, por ejemplo, de Charles, porque, conviene no olvidarlo, el rival jugaba ya en inferioridad numérica. O, simplemente, ahorrar una sustitución en vista a la inminente prórroga.

Orellana desatascó el partido con uno de esos goles que valen su peso en oro

Afortunadamente, no fue necesario, por lo que el Celta recibirá al Almería con toda la frescura que aún tienen las castigadas piernas de sus jugadores. Y todo gracias a Orellana, uno de los hombres más en forma del equipo, quizá por su tardía incorporación al grupo tras la disputa del Mundial de Brasil. El chileno entró con la misión de desatascar el partido, y así lo hizo, consiguiendo uno de esos goles que valen su peso en oro. Un remate certero por un resquicio en la defensa, que hizo inútil la estirada del portero. Quien sabe si, en otras circunstancias, el balón se hubiese encontrado con un rival, o con el palo, prolongando un poco más la agonía goleadora celeste. Pero, con la racha interrumpida, parece que la alegría volverá a Balaídos. Habrá que comprobarlo el viernes, contra el Almería.