"Traedme al Tucu antes que a nadie". Lo tenía todo para triunfar, era el hombre de confianza del entrenador, uno de los artífices de que el O'Higgins se sintiese el mejor del fútbol chileno. Berizzo no dudó en que Pedro Pablo Hernández tenía que formar parte de su Celta, y así, Carlos Mouriño y Miguel Torrecilla cumplieron con la voluntad de su entrenador. Un desembolso de 1,6 millones de euros, cuatro centenares más que lo que costó el traspaso de su compatriota Orellana, y el nacido en la argentina Tucumán tomaba un avión rumbo a Vigo.

Llegaba a España un jugador de gran envergadura. 1,85 metros de recorrido y remate tanto con el pie como con la cabeza, y la tremenda misión de hacer olvidar a Rafinha Alcântara. El aval de Berizzo, ídolo celeste, se tradujo en ilusión. En un año, Pedro Pablo se había convertido en un ídolo en Chile, motivo por el que Jorge Sampaoli no dudó en contar con él para formar parte de la Roja en virtud de la ascendencia chilena de su abuela Adriana. Los once goles en 29 partidos, sin llegar a ser delantero, anotados en la liga de su nuevo país de adopción eran una cifra jugosa para un Celta que, en mayor o menor medida, siempre había mostrado ciertos problemas a la hora de ver portería desde su regreso a la élite. El fichaje más caro de los vigueses en el verano de 2014 parecía justificado.

Magia celeste sin su participación

Pero la estancia del Tucu en España empezó con el pie izquierdo. Pocos días después de empezar el equipo los entrenamientos en julio, y el fichaje estrella caía lesionado. Ni más ni menos que una rotura fibrilar de grado II en el recto anterior de su pierna izquierda, exactamente el mismo problema que le había impedido concurrir en el Mundial de Brasil, y quizás un nimio detalle que se habría olvidado el Toto de mencionar en las reuniones de planificación de la temporada. El doctor García Cota diagnosticaba un mes de baja para el mediapunta, lo que suponía el adiós a la puesta a punto de la pretemporada y el inicio de un largo camino para recuperar la forma y una demora en su adaptación a los esquemas de su nuevo equipo.

Nada más empezar a entrenar, recayó de la lesión que le dejó sin MundialPasaron las semanas, y el equipo empezó a competir. Las piezas, sin Hernández, encajaban. El Celta mostró sus mejores sensaciones en Liga durante la ausencia del chileno, sustentado en un Krohn-Dehli que empezó excelso el campeonato y un Álex López dispuesto a cubrir con esfuerzo las ausencias de Augusto y el propio Pedro Pablo. Se sucedía una larga racha de partidos invicto, con un fabuloso arranque ofensivo y una imagen que invitó a la grada a soñar. El Tucu había pasado de esperado a olvidado, mientras disputaba minutos residuales una vez recuperado, en los que evidenciaba algo que en aquel momento se tomó por falta de forma.

Mientras el protegido de Berizzo aumentaba su papel en el equipo, las sensaciones venían siendo las mismas. El chileno jugaba a una marcha menos que sus compañeros, parecía perdido en el campo y, lo más preocupante, fallaba muchos pases fáciles en un esquema basado en el toque. Se empezó a achacar la situación a que Hernández no estaba jugando en su posición natural, que el puesto de co-organizador junto a Krohn-Dehli no le venía bien a un jugador más predispuesto a enlazar la medular con el ataque y que no estaba acostumbrado a hacer tantos kilómetros en un partido. Es un mediapunta nato, y como tal, la intermitencia, y no la consistencia, formaba parte de su día a día, pese a la insistencia y confianza de su entrenador.

El espejismo del taconazo

Un gol tan maravilloso como absurdo, dio la casualidad que en el campo del campeón y dando momentáneamente la ventaja a los suyos contra todo pronóstico. Si lo hubiese marcado cualquiera de los asistentes a la gala de Zurich del pasado lunes, nos habría tocado aguantar unos meses insufribles en en televisión. Pero fue él, ese chico del Celta que resulta que no era el Pablo Hernández que jugó en el Valencia y al que se le perdió la pista hace un tiempo. Aquel taconazo circense fue su carta de presentación ante todo un Atlético de Madrid, lo que no impidió que el Tucu, todavía fuera de forma, sumase un nuevo partido discreto a su ingente lista. Con todo, lo que resultó ser un viral curioso a nivel nacional, al más puro estilo Moyes comiendo patatas fritas, devolvió un poco de confianza al aficionado celtiña. Era el primer gol de un futbolista fichado para marcar, y quizás el chileno se quitaba una losa de encima con este golpe de fortuna.

"No soy Messi ni Ronaldo, no sé qué esperan ver"Un buen hacer en el 1-1 registrado en San Mamés parecía el punto de inflexión de Pedro Pablo, un gris mes después de su delicatessen en el Calderón. El Tucumano parecía tener el orgullo herido, y aprovechó ese golpe de moral para defender su estilo y asegurar en rueda de prensa que su juego "no es el de estar acelerado, sino el de poner la pausa". Y es que, pasados varios meses después de la inoportuna lesión, Hernández seguía mostrándose clamorosamente lento en el centro del campo, seguía aportando poco al equipo y, sobre todo, seguía sin rendir a esas expectativas que se le presumían en verano. De hecho, a partir de ahí, Pablo enlazó una sucesión de partidos como titular en los que fue reemplazado mediada la segunda parte debido a sus escasas prestaciones, desaparecido y poco sacrificado. Esto desbordó ya la paciencia de la grada, cuando la nefasta mala racha que atenaza al equipo estaba a punto de comenzar. "Yo no soy ni Messi ni Cristiano Ronaldo, no sé qué esperan ver", atizó el Tucu en la sala de prensa.

Dos moralejas

Es ya oficial que el Celta tiene las alarmas encendidas. El equipo se ha convertido en una caricatura de la máquina de hacer fútbol que empezó la Liga. El partido ante el Espanyol ha disparado el runrún respecto al futuro de Eduardo Berizzo en el equipo, más aún cuando el entrenador argentino no fue capaz de utilizar el banquillo para solucionar el asfixiante partido planteado por los pericos. Pedro Pablo, que ya sin ser noticia, volvió a ser el peor de los suyos durante los 94 minutos que permaneció en el césped, vuelve a estar señalado; fueron 15 pérdidas de balón en un partido que se disputó en el centro del campo. Es el favorito de un técnico que parece haber perdido a sus jugadores en medio de un ambiente tenso que parece entrever problemas fuera del césped; la no convocatoria de Álex López en Cornellà, hombre de la casa y uno de los veteranos del equipo, fue una señal. A perro flaco, todo son pulgas.

Fue, de largo, el peor del Celta en el Power8 StadiumPorque una temporada buena la puede tener cualquiera, especialmente cuando se ha jugado en siete equipos en ocho años en países como Uruguay, Chile o Estados Unidos. Pablo Hernández nos ha dejado la doble moraleja de que un año notable no convierte a un futbolista mediocre en una estrella, y que el favoritismo en un vestuario trae más problemas que beneficios. En una niebla de dudas, a las puertas de una semana que será muy larga, el Celta agota sus fórmulas para recuperar el tiempo perdido. Y Pedro Pablo Hernández, el ausente de los 1,6 millones de euros, seguirá siendo parte importante de ellas.