Nacido en 1934, Carlos Torres llegaba al mundo con sangre deportivista circulando por sus venas. Su padre, Pepe Torres, había formado parte de una ilustre delantera blanquiazul de finales de los años 20 y principios de los 30, en la que se movía desde el extremo derecho. En aquel primer cuarto de siglo compartió equipo con gente tan recordada en A Coruña como Chacho, dejando un magnífico poso gracias a su calidad y finura. Su hijo Carlos quemó todas las primeras etapas como futbolista en su Coruña natal, iniciándose en el equipo infantil del Cantábrico y pasando después por clubes del fútbol modesto como el Alameda o el Sin Querer. Todo parecía encaminado a que siguiese los pasos de su padre cuando fichó por el Fabril (hoy filial deportivista), que ya por entonces había suscrito un acuerdo de colaboración con el primer equipo de la ciudad. Durante todo su periplo coruñés Carlos Torres mostró maneras pero, de manera sorprendente, el Deportivo no terminó de interesarse por él.

Extremo con pólvora

Fue a mediados de la temporada 1952-53 cuando el Celta se hizo con los servicios del joven Carlos. El equipo vivía una sangría en cuanto a lesiones y aprovechó para reforzar su línea de vanguardia. En diciembre de 1952 Torres debutaba con la elástica celeste, anotando su primer tanto en enero del año siguiente en una goleada 4-0 sobre el Sevilla. No destacó por convertir un número exagerado de goles, en realidad materializó un total de 42 dianas en liga durante las cinco temporadas que permaneció en Casa Celta. Sin embargo sí mostró una gran regularidad, aportando 10 tantos en todas las campañas que disputó al completo, exceptuando la última en la que solo pudo convertir siete.

Foto: yojugueenelcelta.com

Carlos Torres destacaba por su velocidad e inteligencia pero también hacía gala de un buen toque de balón. Jugaba —al contrario que su padre— como extremo izquierdo y también dominaba la suerte del remate de cabeza aunque ninguna de sus cualidades era tan temible como su poderoso disparo. Poco a poco consiguió hacerse un hueco en el once, coincidiendo durante las temporadas 1953-54 y 1954-55 con históricos delanteros del equipo vigués. Los fichajes de Pablo Olmedo y Carlos Torres cubrían la progresiva retirada de Manuel Hermida, al tiempo que comenzaba a despuntar el joven Mauro.

Festín en Balaídos

El 5 de diciembre de 1954 tuvo lugar la actuación más recordada de Carlos Torres con la casaca azul celeste. Llegaba por entonces a Balaídos un Atlético de Madrid en horas bajas. Los colchoneros, dirigidos por Jacinto Quincoces, ya habían padecido los rigores de ocupar el puesto de colista durante varias semanas a lo largo de la temporada anterior y en la actual totalizaban diez puntos en las 12 primeras jornadas, ocupando una mediocre undécima posición en una liga de 16 equipos. Ese era exactamente el mismo número de puntos que sumaba el Celta de Ricardo Zamora, lo que auguraba un choque intenso y equilibrado que finalmente no fue tal.

El equipo rojiblanco se mostró sobre el césped de Balaídos como un conjunto frío y sin alma, que sucumbió desde que el árbitro señaló el inicio del choque. El Celta, al contrario que su rival, derrochó ilusión y entusiasmo mostrando un fútbol incisivo y ambicioso. Ya en el primer minuto de juego Octavio Cerdá filtraba un balón que Carlos Torres incrustaba en las redes custodiadas por el guardameta paraguayo Riquelme. Quince minutos más tarde surgía de nuevo imponente la figura de Torres, marchándose por su banda de sus marcadores —Martín y Tinte— y lanzando uno de sus poderosos disparos que se colaba por la escuadra izquierda del arquero rojiblanco. En pleno vendaval celeste Mauro estrelló un balón en el larguero y desperdició otra clarísima oportunidad tras gran jugada de Olmedo. Cerdá no le iba a la zaga, enviando fuera un balón que debió acabar en las redes madrileñas. El monólogo iba a recoger nuevos frutos antes del descanso, en una nueva jugada iniciada por Mauro y convertida en gol por Cerdá. 3-0 y a los vestuarios, con un equipo colchonero que daba gracias por no haber encajado más goles.

El paso por la caseta no supuso alteración alguna en el patrón de juego. Un Atlético inoperante veía cómo su rival acosaba insistentemente su área. Pablo Olmedo hacía el cuarto y el quinto tras convertir una gran jugada personal y un rechace de Riquelme. Quedaba media hora de juego y la paliza llevaba camino de convertirse en histórica. En apenas tres minutos el Celta lograba dos nuevos goles, por mediación de Gausí y de Carlos Torres, que completaba su particular 'hat-trick'. El coruñés, en esta ocasión, remataba de cabeza un gran servicio de Pablo Olmedo. Los de Vigo no bajaron el pistón, convirtiendo a Riquelme en el mejor hombre de los rojiblancos sobre el campo. De ahí al final únicamente se pudo transformar una de las muchas oportunidades creadas, logrando Cerdá el gol que significaba el 8-0. En los últimos instantes del choque el Atlético anotaba el tanto del honor, tras remate de Miguel que superaba a Dauder. Una goleada histórica con un equipo local espléndido en el que destacaron Mauro, Pablo Olmedo y Carlos Torres, tres auténticos símbolos del Celta de los 50.

Los célticos harían de Balaídos un auténtico fortín tras aquel partido, consiguiendo de ahí al final de temporada 24 goles en ocho partidos. Lamentablemente el rendimiento fue muy diferente a domicilio, donde no se logró ni un solo punto en los nueve encuentros disputados. El Celta finalizó undécimo sin apuros gracias a que únicamente descendían dos equipos, que fueron el Racing de Santander y el Málaga. El Atlético apenas pudo sumar dos puntos más que el Celta, completando una temporada gris en la que se situó muy lejos de los equipos de cabeza. En aquel equipo comenzaba a asomar la cabeza un jovencísimo Enrique Collar, que participó en 14 partidos durante la temporada 1954-55.

Etapas en blanquiazul

Carlos Torres continuó con su proceso de maduración, dando grandes tardes al celtismo de mediados de los 50. En abril de 1957 jugó su último encuentro vestido de azul cielo, concretándose su traspaso al Espanyol, equipo que le pagaría 250.000 pesetas por temporada. Se desconoce la cifra que percibió el Celta por su traspaso, aunque pocos dudan de que debió de ser generosa. Con los periquitos rayó a buen nivel, logrando la internacionalidad B junto a futbolistas de la talla de Araquistain, Luis del Sol, Joaquín Peiró o Enrique Collar. Nunca llegó a ser internacional absoluto.

En la campaña 1962-63 fichó por el Málaga, con el que vivió un descenso y un año en la Segunda División, pasando en la temporada 1964-65 a incorporarse al equipo que lo tuvo todo en su mano para hacerse con sus servicios años atrás. En efecto, el último ejercicio de Carlos Torres como futbolista en España tuvo lugar en el Deportivo de La Coruña, con el que apenas disputó ocho partidos. Los blanquiazules perdieron la categoría y el ya veterano extremo emigró a Venezuela, donde jugó en el Galicia de Caracas hasta 1968. Posteriormente ejerció como técnico durante la década de los 70. Hoy en día, a sus 80 años de edad, vive en la localidad coruñesa de Vilaboa.

Carlos Torres, primero de los agachados por la derecha (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Seguramente su calidad no alcanzaba para que pudiese ser considerado una primera figura. Pero el haber coincidido con otros delanteros de muy buen nivel le permitió brillar desde la posición de extremo izquierdo en el Celta y hacerse con un nombre en el panorama nacional. Los aficionados deportivistas de la época lamentaron profundamente no haberse hecho con sus servicios. Para ellos resultó muy duro no contar con su desborde y capacidad goleadora. Pero más doloroso fue que su eterno rival, el Real Club Celta, pudiese sacar partido a tan magnífico futbolista.