Tres jornadas invicto, con dos victorias como local y un importante empate en Anoeta han devuelto al Celta al mapa de la zona tranquila de la Liga, desterrando definitivamente una crisis de resultados que se extendió durante diez partidos y que amenazó la idea misma del equipo y a su mayor defensor, Eduardo Berizzo. El técnico nunca renunció al estilo, consciente de que los resultados volverían a llegar, aunque una crisis tan larga tuvo consecuencias devastadoras a nivel anímico, afectando incluso a la confianza de los jugadores.

El poder de la mente

Que el fútbol es un deporte de estados de ánimo no es ningún secreto. Las rachas pesan, e influyen decisivamente en el rendimiento de veinteañeros acostumbrados a vivir en una montaña rusa emocional. No es de extrañar, por tanto, que cuando las cosas van mal se note en todos los aspectos del juego. La confianza se ve mermada, se llega un segundo tarde, se fallan montones de ocasiones claras, incluso penaltis, y los resultados no llegan.

Que el fútbol es un deporte de estados de ánimo no es ningún secreto

Esa fue la dinámica en la que se metió el Celta en noviembre, y de la que salió definitivamente tres meses y medio después, tras doblegar con autoridad al Atlético de Madrid en Balaídos, donde nunca dejó de dominar a sus rivales. Y todo pese a que el campeón llegaba lanzado por la goleada al Real Madrid, en su mejor momento de la temporada, aunque con bajas importantes. En esta ocasión el Celta fue el equipo más fuerte, y dejó una imagen muy parecida a la de las diez primeras jornadas, con presión, movilidad y mucha presencia ofensiva. Ni rastro del bloqueo mental y físico que atenazaba a los vigueses.

Una marcha más

El Celta dominó a su rival sin contemplaciones. Y no fue un dominio estéril, sin profundidad, como en anteriores jornadas. Fue un auténtico aluvión de juego, canalizado desde el centro por Augusto Fernández y Krohn-Dehli, y lanzado arriba por Orellana, que se dejó caer hacia el centro recordando su buena actuación contra el Córdoba. Al chileno le gusta asociarse con Nolito, y desde el centro lo consigue con más facilidad. Para cubrirle las espaldas se multiplicó un omnipresente Krohn-Dehli, mientras Larrivey se encargaba del trabajo más gris, el de pegarse con los centrales.

Lo más sorprendente del rendimiento céltico fue el enorme despliegue físico que exhibieron los de Berizzo. El bajón que experimentaron a finales de año parece definitivamente olvidado, y esa es una de las mejores noticias que dejó la victoria sobre el campeón. Es como si aquella imagen de equipo cansado, sin ideas, sin desborde, hubiera sido un mal sueño. Una pesadilla, eso sí, que dejó secuelas clasificatorias.

El punto de mira

En el debe, si un partido como este deja algo que matizar, está la falta de puntería. A pesar del dominio, y de una posesión que rozó el 80%, el Celta no consiguió tirar entre los tres palos. No es fácil pisar el área de un equipo como el Atlético de Madrid, pero el cuadro vigués lo hizo sin temor, sin miedo y sin respeto. Lejos de lo ocurrido en otras ocasiones, cuando el dominio del balón se producía en campo propio (en la visita atlética de hace un año, por ejemplo), esta vez el Celta fue un equipo realmente peligroso. Pero el problema llegó a la hora del remate; el puñado de ocasiones que generaron los delanteros en la primera parte se fue lejos de los dominios de Moyá.

Hubo que esperar a la jugada del penalti para ver el primer remate entre los tres palos

Hubo que esperar a la jugada del penalti para ver el primer remate entre los tres palos, que se convirtió en el 1-0 con un ajustado golpeo de Nolito. Claro que, después de fallar las dos anteriores penas máximas, no se debe restar méritos a la ejecución. Posteriormente llegarían otros dos tiros a puerta: el 2-0 con el que Orellana culminaba una espectacular jugada combinativa, y otro remate del chileno al que respondió Moyá con una mano salvadora.

La defensa acompaña

Cuando un equipo atraviesa una sequía goleadora resulta indispensable que su defensa rinda para mantener el nivel competitivo. Al Celta de los últimos meses le fallaron ambas líneas, pasando de una gran efectividad en las dos áreas a un desplome colectivo difícil de explicar, que llevó a la peor racha de su historia.

Es como si aquella imagen de equipo cansado, sin ideas, sin desborde, hubiera sido un mal sueño

Pero en los últimos partidos, el Celta ha corregido su rumbo, recuperando sus mejores sensaciones. A pesar de que, en ataque, no destaca por su cantidad de remates a puerta, ha vuelto a marcar. En este sentido llama la atención el papel de Larrivey, que se sigue peleando con todos los rivales y beneficiando al equipo, en detrimento de sus propias posibilidades. Pero parece que le está costando algo más salir de la crisis que a sus compañeros. Se le ve algo menos dominador físicamente, y contra el Atlético desperdició una clara ocasión de volver a marcar, algo que no consigue desde el 1 de noviembre en el Camp Nou.

Con la delantera recuperando poco a poco sus números, especialmente a través de un Nolito que se ha reconciliado con el gol, la defensa también se ha puesto firme. Contra el campeón volvió a dejar la portería a cero en casa, algo que ya había conseguido ante el Córdoba, y lo hizo con solvencia, permitiendo pocas aproximaciones del tridente inventado por Simeone para la ocasión.

Y ahora, o noso derbi

Con este panorama alentador, asoma en el horizonte la visita a Riazor cuyo resultado, como ya sucedió en las últimas temporadas, marcará a fuego el futuro inmediato para los dos contendientes. Ambos llegan con buenas sensaciones, pero el Celta aún tiene pendiente plasmar esa mejoría lejos de Balaídos, donde rescató un valioso punto de Anoeta como mayor botín después de perder en las seis salidas anteriores. Y, quizás por eso, y por el peso del factor anímico explicado anteriormente, cobra aún más importancia el partido del sábado. Su resultado permitirá constatar la recuperación definitiva, y quien sabe si volver a mirar hacia arriba en la clasificación, o si el Celta sigue desaparecido fuera de Vigo.