Asegura Google Maps que está a 79 kilómetros de Riazor y a 92 de Balaídos, aunque gracias a la AP-9 y sus desorbitados peajes, el tiempo de tránsito es más o menos el mismo en ambos casos: poco más de una hora. Se llama Marrozos, y es una de tantas parroquias en las que está repartido el territorio gallego. Está a tiro de piedra de Santiago, de hecho pertenece a su concello, pero de urbano tiene más bien poco. Las pistas (la mayoría, por fin, asfaltadas) y corredoiras cruzan entre huertos y maizales para llegar a la iglesia, al campo da festa y a las casas que brotan aquí y allá entre el verdor de los eucaliptos que infestan la montaña. Es casi más frecuente ver vacas, caballos y tractores que paseantes, aunque últimamente la popularidad de la Ruta de la Plata, versión alternativa del Camiño que atraviesa el lugar de sur a norte, está cambiando la tendencia.

Galicia es un destino alejado en el que, sin embargo uno se siente como en casaNada especialmente relevante con respecto a cualquier otro lugar del campo coruñés de no ser porque un porcentaje respetable de los vecinos, poco más de un millar según el último censo, luce el apellido Tejo en su carnet de identidad. Es sabido que el gallego no protesta, sino que emigra, así que de allí salió una pequeña legión de hombres y mujeres dispuestos a trabajar en cualquier choio en lugares recónditos de lenguas extrañas. La familia, antaño confinada a las ocho aldeas de siempre y si acaso al cercano Aríns, se expandió por puntos muy distantes en el mapa. En Barakaldo, por ejemplo, hay una colonia numerosa. La rama madrileña es más modesta en número, pero también se deja querer. Si es usted lector habitual de VAVEL, particularmente de la sección de fútbol italiano, es posible que conozca a alguno de los representantes.

Para los gallegos en el exterior, Galicia es morriña, son recuerdos de la infancia, es nostalgia del hogar que se tuvo que abandonar y al que nunca se pierde la esperanza de regresar. Sin embargo, para los hijos de los expatriados la connotación es bastante diferente. Galicia son vacaciones de verano, son interminables horas de carretera, son cintas de casete de A Roda a toda pastilla, son "Doraémon, o jato cósmico" y otros amigos que sólo el Xabarín conoce. Galicia es comida extraordinaria, es fiesta con orquesta y petardos, es agua de mar congelada, es agua de pozos de una pureza y frescura inimaginable. Galicia es diluvio en agosto, es bosque, son incendios. Galicia es gente a quien muchas veces cuesta entender, y no solo por el idioma, al que no hay oído castellano que se termine de acostumbrar. Galicia son rapaces y vellos que comparten sangre pero con quienes la distancia hace imposible mantener una relación fluida. Galicia es un destino alejado en el que, sin embargo, será por las raíces, uno se siente como en casa.

Segundo (o tercer) plato

Sin embargo, hay algo que sí se echa de menos cuando se va por allí: Marrozos no es un lugar demasiado futbolero. Hay un campito de tierra que tiene poco uso más allá de la tradicional pachanga veraniega de solteros y casados. No da para montar peña de ningún equipo, y la población, bastante envejecida, tiene sus filias y fobias, como todo el mundo, pero tampoco se exalta demasiado por lo que pase en los partidos. Alguna vez se ha dicho que la comarca compostelana tiende más al celeste que al blanquiazul, por aquello de la rivalidad con La Coruña por la capitalidad de la provincia; el entorno rural no es el lugar más adecuado para comprobarlo.

Los gallegos en segundo grado disfrutan del espectáculo sin tomar partidoPor añadidura, el clan de los Tejo tampoco siente especial pasión por el deporte rey. Los descendientes de exiliados, cuando muestran interés por la pelota, normalmente tiran por el equipo de su tierra de nacimiento. Los nacidos allí tienden un poco más al Deportivo que al Celta, aunque, por esas cosas que tiene el fútbol moderno, hay mucho (demasiado) madridista. La generación anterior en general pasa un poco del asunto. Un buen ejemplo es don Lino, el que se vino a Madrid, que asegura que de pequeño "simpatizaba" con el Dépor... pero que se "borró" cuando el Barça fichó a Luis Suárez (el uruguayo no, el otro) y se dio cuenta de que quien manda en realidad es el dinero. Su hermano, don Andrés, durante un tiempo seguidor del Pontevedra que sorprendía en Primera, también acabó hastiado: aprovechó una visita de los granates a Bilbao, donde residía en aquella época, para acercarse al viejo San Mamés por vez primera. Y última, ya que cinco décadas después sigue sin encontrarle el sentido a que la hinchada local se dedicara a insultar al adversario por el mero hecho de serlo.

Ese apoyo pretérito a los de Pasarón simboliza perfectamente la mentalidad de muchos lugareños en lo referente al fútbol. La identidad colectiva no es viguesa ni coruñesa, sino gallega. ¿Que se gana una Liga, o se asalta el Bernabéu en el Centenariazo? ¡Forza Dépor! ¿Que se llega a finales de Copa, se juega en Champions y se conquistan campos como el de la Juventus? ¡Hala Celta! No hay animadversión alguna, pues de lo que se trata es de que a redenzón da boa nazón de Breogán llegue, aunque sea a través del balón, y da igual quién la protagonice.

Herederos de este espíritu, los gallegos en segundo grado se pueden permitir el lujo de disfrutar del espectáculo sin tomar partido, por puro placer. Porque hay que reconocer que el fútbol de emoción del que gustan los millares que acuden al Manzanares no sólo está a orillas del río capitalino. Mucho, y muy bueno, se ve en los campos del noroeste, desde los tiempos de Djalminha y Mostovoi, de Mazinho y Mauro Silva, de Bebeto y Gudelj. O voso derbi es un momento delicioso, intensísimo, que combina la elegancia del Albariño con la fuerza del licor café, y que los que son a la vez de allí y de fuera pueden disfrutar con la ventaja de no arriesgarse a sufrir ataques de nervios.

Luis Tejo, madrileño con ascendencia gallega, es redactor en la sección del Calcio en VAVEL.com