El Celta de Carlos Mouriño sigue quemando etapas: después del saneamiento económico y del necesario ascenso, se impuso una hoja de ruta razonable para la vuelta a la élite: salvación (agónica) el primer año, consolidación (con liberación final) el segundo, y ambición y metas mayores de cara a este tercer año. La llegada de Berizzo trajo nuevos bríos al equipo, que dio un paso adelante en lo tocante a la intensidad y a la lucha. Solo la falta de gol en momentos puntuales ha privado al Celta de estar luchando por Europa, pero eso no quita que el equipo haya regalado partidos espectaculares. La visita del líder entrará sin duda en esta categoría.

La confirmación de una idea

Llegaba el Barcelona a Balaídos lanzado por una victoria en el clásico que le daba media Liga, pero con la necesidad imperiosa de llevarse los tres puntos para no darle vida al Real Madrid. Enfrente, un Celta sin urgencias, reforzado por los últimos resultados y confiado, sobre todo muy confiado, ya que su rendimiento esta temporada ante los grandes está siendo sencillamente espectacular.

Berizzo no se queda en declaraciones de intenciones de cara a la galería, sino que vivirá o morirá fiel a sus principios

Con esa confianza se plantó Berizzo en el partido, utilizando su propuesta más atrevida, sin Radoja y con el Tucu Hernández, su arma para grandes partidos, y con la firme idea de disputarle el balón al líder. Ese es precisamente uno de los puntos fuertes del técnico, que no se queda en declaraciones de intenciones de cara a la galería, sino que vivirá o morirá fiel a sus principios. Y, si bien los cambios bruscos y constantes de timón (o de timonel) acaban descentrando a una plantilla y afectando a sus resultados, el mantenimiento fiel de una idea y de unos propósitos acaban reforzando al colectivo, que los hace suyos. Por eso a este Celta no le importa quién esté delante, especialmente en Balaídos, y el Barcelona, al que ya había derrotado en la primera vuelta, no fue ninguna excepción.

Defensa férrea y solidaria

Para que la apuesta funcione, especialmente contra una delantera como la del equipo culé, la concentración, la intensidad y las ayudas son fundamentales. El Celta adelantó muchísimo la línea de presión, obligando a Messi a bajar al centro del campo, y a Iniesta aún más atrás. Allí donde no son tan peligrosos. Los laterales secaron y desquiciaron a sus marcas, especialmente a un Neymar que soñará otra vez con Hugo Mallo, e incluso se permitieron el lujo de incorporarse en ataque con mucho peligro. Y los centrales hicieron un partido de manual, sin errores graves, sin conceder facilidades, y sin dejar espacios.

En todo este entramado tuvo una importancia capital el doble pivote, que trabajó de manera solidaria impidiendo en todo momento que el equipo se rompiese. Krohn-Dehli tuvo que adoptar un rol más defensivo del habitual ante Iniesta y cedió más protagonismo a Augusto Fernández, que firmó un partidazo. Fueron las claves de un equipo sólido que metió en serios problemas al Barcelona.

Notable alto

Claro que nunca se puede hablar de un partido sobresaliente cuando este se salda con una derrota. El Celta hizo méritos para llevarse algo más, pero se encontró con su talón de aquiles: la falta de gol, esa que llevó al equipo a su mayor sequía histórica y le impidió estar luchando por los objetivos esperados al inicio de la temporada. Larrivey es un delantero luchador y con gol, pero no atraviesa su mejor momento de forma, y eso le cuesta llegar ese segundo tarde que le impide culminar las acciones. Su pelea en tres cuartos de campo es muy valiosa para el equipo, pero le impide participar más en las acciones de ataque que, muchas veces, se pierden en las bandas o en cambios de orientación sin peligro. A la entrada de Charles le siguió el gol y, con el equipo volcado y la posterior incorporación de Santi Mina el Celta ganó algo de mordiente, pero no fue suficiente para evitar el cero en el marcador por novena vez esta temporada.

El partido deja buenas  sensaciones, uno de los mejores indicadores de un equipo aparentemente sin presión

Y enfrente estaba el ejemplo de todo lo contrario: una delantera temible, capaz de desatascar cualquier partido, pero anulada a la perfección por los hombres de Berizzo. Al menos, hasta el fatídico minuto 72 cuando, en una acción a balón parado, los de Luis Enrique tiraron de recursos. No fue un fallo defensivo vigués. Simplemente, fue un certero remate de todo un especialista como Mathieu, que se alzó por encima de todos para desnivelar el partido. Es ley de vida, la razón por la cual los equipos plagados de fichajes millonarios (no se sabe el peso que tuvieron este tipo de acciones en la decisión de Zubizarreta de pagar 20 millones de euros por Mathieu), tienen muchas más posibilidades de ganar que los equipos considerados modestos, y armados a base de cantera, contención del gasto en fichajes y mucha paciencia.

Morir matando

Con independencia de las urgencias con las que llegaba al partido el Barcelona, y del enorme derroche físico desplegado por el Celta, no es que este bajase los brazos con el gol, ni mucho menos. Los de Berizzo redoblaron esfuerzos en busca de la igualada, heridos en su orgullo y, por momentos, metiendo al Barcelona en su área, con todos los riesgos que ello conlleva. Como si les fuese la vida en ello, los vigueses lo dejaron todo en el campo. Incluso Orellana vio el camino de los vestuarios tras pagar su frustración con Busquets, que perdía tiempo descaradamente en busca de la tarjeta. Esa es la peor noticia que deja el partido, un nuevo acto de indisciplina del chileno, que le puede costar varios partidos de sanción, junto a la quinta amarilla para Krohn-Dehli. Dos bajas sensibles para los Cármenes.

Las buenas noticias se engloban en el terreno de las sensaciones, uno de los mejores indicadores de un equipo aparentemente sin presión. Será en los próximos partidos, el primero de ellos en Granada, cuando los de Berizzo demuestren de una vez por todas si su fútbol debería haberles reservado un hueco en la zona noble de la clasificación, o si la permanencia era la meta realista de la temporada. Tras lo visto contra el Barcelona, por hambre parece que no va a quedar.