Navegar contra la más oscura de las tempestades nunca es sencillo. De esta premisa partía el Celta de Vigo de Eduardo Berizzo en esta tarde-noche de domingo. En el horizonte, un duelo ante el Real Madrid de Carlo Ancelotti que se presentaba, como mínimo, verdaderamente complicado. La realidad viguesa estaba bañada en ambición. Tras encadenar dos victorias de categoría ante Rayo Vallecano y Eibar, los vigueses volvían a su feudo con la sensación de haber hecho bien su trabajo y con la posibilidad de acceder a competiciones europeas a tiro de carambola. Victoria del Barcelona en Copa del Rey y quedar séptimos. El Málaga, equipo que actualmente es dueño de esa plaza en la clasificación, había empatado horas antes ante el eterno rival, el Deportivo de La Coruña. Una victoria ante el conjunto blanco resultaría balsámica.

El Real Madrid, para darle más emoción al encuentro, llegaba plagado de bajas en su ataque. Ni Luka Modric, ni Gareth Bale, ni Karim Benzema. Sí eran de la partida tanto Cristiano Ronaldo como un James Rodríguez ya absolutamente repuesto de sus problemas físicos y brillando como de costumbre. La apuesta de Berizzo era valiente. Ante la baja de Radoja, salía con el doble pivote conformado por Augusto Fernández y Michael Krohn-Dehli, mientras Santi Mina, Fabián Orellana y Nolito formarían un tridente de lujo en tres cuartos de campo para escoltar a Joaquín Larrivey en busca del gol.

Balaídos rugía con fiereza, alentando a un equipo que, de partida, salía mordiendo al césped. El silencio cargaba la atmósfera y el esférico comenzaba a rodar, siempre raso, alrededor del campo de un Balaídos que, ya desde el primer minuto, era testigo del dominio celeste. Krohn-Dehli tomaba la batuta. Se movía por la medular sin oposición, repartiendo juego a ambas bandas y con Orellana ofreciéndose entre líneas. El Real Madrid sufría desde el inicio. Con apenas diez minutos transcurridos en el marcador, Nolito recibía pegado a la cal. El gaditano levantaba la cabeza. Debido a la cercanía del área, decidía encarar a dos adversarios. Con una maniobra mágica, el extremo izquierdo celeste se deshacía de ambos, perfilaba el esférico con el exterior y engañaba a Iker Casillas para enviar el balón a la red. 1-0 y locura viguesa.

El poder del acero

El Real Madrid, sin embargo, no tardaría en hacer honor a su nombre. Con un Celta absolutamente desplegado en busca del segundo gol, los huecos comenzaban a aparecer. En uno de los múltiples contraataques generados por los espacios a las espaldas de los centrocampistas vigueses, Cristiano Ronaldo penetraba por la banda derecha. Su centro raso era despejado por un zaguero vigués, dejando la pelota muerta en el punto de penalti, donde Toni Kroos la empalmaba, poniéndola lejos del alcance de Sergio y firmando las tablas. El partido volvía a empezar.

Chicharito volvía a ser protagonista con dos tantos (Foto: La Afición).

Los minutos pasaban y nada cambiaba. La pelota era celeste y los madridistas esperaban a la expectativa. Illarramendi hacía las veces de mediocentro defensivo, liberando más a Kroos, y generando una zaga más compacta ante las embestidas viguesas. De nuevo a contrapié llegaría el segundo gol del Real Madrid. Chicharito abría el balón a la banda hacia Cristiano Ronaldo, librando así la marca de un Jonny que se quedaba en tierra de nadie. El portugués tiraba la pared esquivando al central y el mexicano batía a Sergio entre las piernas. Apenas diez minutos después del gol de Nolito, el conjunto merengue ya había dado la vuelta al marcador.

Pero el Celta estaba lejos de rendirse. El Real Madrid le entregaba definitivamente el balón al equipo de Berizzo, consciente de que, con el equipo volcado sobre el área rival, sería mucho más sencillo encontrar huecos a la contra. Pero la estrategia no funcionaría en primera instancia. Un extraordinario pase de Fabián Orellana con el exterior rompía las líneas madridistas y encontraba a Santi Mina, quien tras enviar el balón al palo en un primer momento, recogía su propio rechace y empujaba la pelota al fondo de la red. De nuevo tablas. El ritmo frenético del partido, sin embargo, no hacía más que favorecer a los hombres de Ancelotti, que esperaban en su área agazapados, preparados para desplegar su arsenal y sentenciar.

Armas de alto calibre

Y así fue. En otra contra de manual, el Real Madrid, con James Rodríguez como jefe de operaciones, destrozaba las espaldas de los centrocampistas vigueses y planteaba un cuatro para cuatro que terminaba con el colombiano anotando el 2-3, con previo desvío de un defensor para despistar a Sergio. El tanto de James llegaba en un momento crucial, poco antes del descanso y asestando un golpe durísimo a un Celta que empezaba a notar como sus brillantes progresos sobre el césped no se veían recompensados en el electrónico de un Balaídos que, pese a todo, seguía encendido como en el primer minuto.

Al inicio de la segunda mitad, la historia no pretendía desviarse de su guión inicial. La posesión no cambiaba de bando. Las ocasiones llegaban una y otra vez por el lado celeste, sin que Nolito, Orellana, Mina o Larrivey pudiesen batir a Casillas ni tan sólo disponer de una oportunidad clamorosa para hacerlo. Pese a los esfuerzos vigueses, era el Real Madrid quien tenía las opciones más claras de despuntar definitivamente en el marcador. Primero, Chicharito enviaba el balón al poste y, minutos más tarde, Sergio evitaba que Isco lo batiese en un nuevo mano a mano con una salida providencial. El baile celeste, en la otra mitad del campo, se mantenía, bello e impertérrito.

Larrivey no lograría perforar la red de Casillas (Foto: Real Club Celta de Vigo).

Augusto Fernández y Krohn-Dehli seguían abriendo las bandas, Nolito y Orellana quebraban las caderas de sus defensores y el área rival era acechada con continuidad. Pero el empate no llegaba. Y, como siempre ocurre en el fútbol, esta circunstancia se acabaría pagando. En una de las innumerables contras madridistas, una pelota larga medida de Sergio Ramos caía en los pies de Chicharito ante la desconcentración de la zaga celeste. El mexicano la bajaba, levantaba la cabeza y batía a Sergio sin contemplaciones para poner el que, a la postre, sería el definitivo 2-4. Los ánimos vigueses, pese a todo, no decaerían.

Los últimos veinte minutos del encuentro fueron de absoluto dominio vigués, con el Real Madrid ya indiferente y con el trabajo hecho. En la segunda mitad, el esférico sólo tuvo un dueño, y el área madridista se convirtió en una muralla demasiado sofisticada para las armas con las que el Celta de Berizzo buscaba traspasarla. Y es que el tamaño y la magnitud de una embarcación siempre serán elementos clave a la hora de triunfar. Mientras, los pequeños navegantes celestes, vestidos con su sonrisa y sus innegables ganas de maravillar con su fútbol, seguirán peleando por acceder a Europa ante cualquier adversidad que el bravo océano ose interponer en su camino. Porque, al fin y al cabo, en eso está la maravilla. En navegar.