Nacido en Barcelona en 1917, Simón emigró a tierras gallegas con el objetivo de completar el servicio militar. Iba camino de cumplir los 23 años de edad y aprovechó para fichar por el Deportivo de La Coruña. En la ciudad herculina Simón permaneció hasta 1945, siempre a la sombra del gran Juan Acuña. Apenas pudo disputar cinco partidos en Primera División durante unos años en los que su carrera futbolística parecía no arrancar.

Con el descenso del Deportivo en 1945 se abrió una puerta para que el arquero catalán encontrase una salida a una situación que se había enquistado durante demasiado tiempo. El Espanyol se había interesado por él, llegando a ofrecer 150.000 pesetas, según informó en su día El Mundo Deportivo. Sin embargo Simón prefirió continuar en Galicia y el vicepresidente céltico, Faustino Álvarez, consiguió completar la operación ofreciendo al Deportivo 60.000 pesetas y la cesión del interior orensano José Benito Bermejo. El Celta acababa de recuperar la categoría perdida un año antes y la apuesta por el guardameta barcelonés fue arriesgada pero firme.

Rápida consolidación

Foto: yojugueenelcelta.com

Durante sus primeros meses en Vigo Simón disfrutó de más minutos que en las cuatro campañas anteriores juntas, totalizando 15 partidos en una temporada complicada en la que el Celta logró mantener la categoría con solo dos puntos de margen sobre el descendido Alcoyano. El nuevo fichaje céltico debutó el 16 de diciembre de 1945 en una victoria por 1-4 en Alicante y no se perdería ni un solo minuto de competición liguera hasta la jornada 26, última del curso.

Durante la temporada siguiente, ya con Ricardo Zamora en el banquillo, Simón no tuvo problemas para hacerse con la titularidad a partir de la cuarta jornada de liga, convirtiéndose en indiscutible. El Celta seguía creciendo poco a poco, sentando las bases de los primeros años dorados y logrando una permanencia mucho más cómoda que la obtenida un año antes.

Fue una tarde aciaga en la que no hubo lugar para las grandes actuaciones que Simón venía ofreciendo a lo largo de la campaña

Llegaba la temporada 1947-48, auténtica referencia en la trayectoria del club olívico. Tanto en la competición liguera como en el torneo del KO el Celta iba a hacer historia. Y en ambas competiciones iba a resultar determinante la actuación de su guardameta, un Francisco Simón que atravesaba el mejor momento de su carrera. Sus brillantes intervenciones bajo palos posibilitaron que el club vigués terminase la temporada en una inédita cuarta posición, a solo seis puntos del campeón, el FC Barcelona. Sin embargo, el equipo también recibió algún correctivo en forma de goleada, como la sufrida en el estadio de Mestalla el 21 de diciembre de 1947.

Borrón en Mestalla

Once del Celta en Mestalla (21/12/1947)

El Celta, tras un inicio de temporada brillante, ocupó el liderato durante las primeras jornadas. El equipo comenzó entonces a perder algo de gas a domicilio pero parecía encontrarse de nuevo fuerte tras golear al Espanyol en la jornada 12 en Balaídos. Se había reconquistado la tercera posición y el momento parecía inmejorable para visitar al Valencia, por entonces líder. Los del Turia —dirigidos por Luis Casas Pasarín— contaban con futbolistas muy importantes como su guardameta Eizaguirre o el ilustre goleador Silvestre Igoa.

El Celta comenzó moviendo bien la pelota en el mediocampo, con un gran Miguel Muñoz al mando de las operaciones, pero se encontró con un Valencia enormemente inspirado. A los 16 minutos de juego Simón ya había recogido en dos ocasiones el balón de sus redes, tras sendos remates certeros de Igoa. La delantera local se mostraba mucho más incisiva que la celeste, tremendamente inocente en aquella tarde. Pasada la media hora Igoa batía de nuevo a Simón, esta vez tras rematar de cabeza una jugada a balón parado ejecutada por Epi. Se llegaba al descanso con 3-0 en el marcador y la sensación de que la diferencia se había marcado de manera dramática en las áreas.

A la vuelta de vestuarios el ciclón valencianista no hizo más que recrudecerse y Simón encajó cuatro tantos más en apenas 27 minutos. Dos de Amadeo, uno de Vicente Seguí y uno más de Silvestre Igoa colocaban un inapelable 7-0, que iba a verse maquillado con el tanto de Retamar a siete minutos de la conclusión. Aretio y Zubeldia gozaron de dos buenas ocasiones para marcar algún gol más para el Celta pero la historia del partido ya estaba cerrada. Fue una tarde aciaga en la que no hubo lugar para las grandes actuaciones que Simón venía ofreciendo a lo largo de la campaña y que creó dudas al equipo, que apenas unos días después iba a ser nuevamente goleado en San Mamés. Sin embargo las aguas volverían a su cauce y los resultados iban a llegar de nuevo para acabar situando al Celta en la cuarta posición final. El Valencia terminó segundo, a tres puntos del FC Barcelona.

Brillo bajo palos con regusto amargo

No iba a quedar ahí la gran temporada del equipo, que se clasificó para la final de la Copa del Generalísimo tras superar dos agónicos partidos de desempate frente al Espanyol. En Chamartín esperaba un Sevilla mucho más fresco, que pese a encajar un gol de Miguel Muñoz al comienzo, fue haciéndose con el partido. Solo la brillantísima actuación de Simón evitó que los andaluces se situasen en ventaja antes del intermedio, dejando el resultado provisional en 1-1. A los 14 minutos de la segunda mitad llegó la jugada que inclinaría la balanza a favor de los hispalenses. Un cabezazo de Mariano suponía el 2-1 para el Sevilla, además de la retirada del campo de Francisco Simón, lesionado en la misma jugada. Al no existir la posibilidad de cambios hubo de colocarse bajo palos el defensor Gabriel Alonso, quedando el equipo con un efectivo menos. El intenso calor del mes de julio y el agotamiento extremo de un equipo extenuado por sus anteriores esfuerzos ante el Espanyol hicieron el resto. De ahí al final el Celta continuó acumulando calamidades —expulsión de Pahiño— y terminó cayendo por 4-1. Fue un subcampeonato tremendamente amargo pero que con el paso de los años ha ido cobrando importancia. Hoy en día se recuerda en Casa Celta como uno de los momentos cumbre en la historia del club.

Regularidad sostenida

Foto: yojugueenelcelta.com

Los éxitos de la campaña 1947-48 no se volverían a repetir pero a Simón todavía le quedaba cuerda para rato. Durante los siguientes años continuó defendiendo la portería celeste con acierto, colaborando un año sí y otro también a que el equipo se mantuviese en Primera División. En la campaña 1948-49, tras la marcha de Pahiño y Miguel Muñoz, se consiguió una permanencia menos apurada de lo que indicaba la clasificación final, en la que el equipo se quedó a un solo punto de los puestos de descenso.

Al año siguiente el Celta volvería a codearse con los de arriba, ocupando el puesto de líder a solo cuatro jornadas de la conclusión. El sueño de lograr el título se desvanecería ya que el equipo no fue capaz de sumar ni un solo punto más en ese tramo final, para acabar en una engañosa séptima plaza. Simón disputó solamente 17 encuentros de liga tras sufrir una lesión que le apartó del once desde la jornada 16 hasta la 24, ambas incluidas. Algo parecido le sucedería durante la campaña 1950-51, en la que su indiscutible titularidad quedó aparcada tras lesionarse en las costillas en un partido disputado en San Mamés. Simón se perdió ocho partidos antes de recuperar su sitio en la jornada 14 y jugarlo absolutamente todo desde entonces. El Celta no brilló tanto como en la temporada anterior pero consiguió mantenerse en la zona templada de la tabla.

Su protagonismo desapareció ante la inminente eclosión de Manolo Pazos

Con el inicio del curso 1951-52 nada parecía cambiar pese a que el club se había hecho con los servicios de un joven arquero llamado Manolo Pazos. Simón, con 34 años, continuó jugándolo todo, a excepción de aquellos encuentros en los que los problemas físicos se lo impidieron. Pazos intervino en seis partidos pero no logró arrebatar la titularidad al ya veterano guardameta catalán. El Celta, una vez más, se mantuvo en la zona tranquila de la clasificación y no pasó apuros para salvarse.

El final de un ciclo

Simón, retirado del campo tras sufrir una lesión (Foto: fameceleste.com)

Simón todavía permaneció dos temporadas más en el Celta, aunque su protagonismo desapareció ante la inminente eclosión de Manolo Pazos. En el arranque de la temporada 1952-53 consiguió una efímera continuidad, que desaparecería tras el primer tercio de competición. La figura de Pazos comenzó a agigantarse y terminó la temporada como titular indiscutible, hasta el punto de terminar fichando por el Real Madrid. Durante el curso siguiente —último de Simón como futbolista en activo— su participación no pasó de anecdótica, disputando únicamente dos partidos y cediendo la titularidad a Adauto. Llegaba gente nueva al equipo, como el interior Pablo Olmedo o el punta Mauro Rodríguez Cuesta y al Celta todavía le esperaban unos muy buenos años antes de caer a Segunda en 1959. Simón dejó el fútbol pero no se marchó de Galicia, estableciendo su residencia en As Pontes tras su retirada.

Francisco Simón Calvet fue, sin ninguna duda, uno de los más grandes porteros que pasaron por Balaídos a lo largo de la historia. No consiguió la internacionalidad pero sus grandísimas actuaciones resultaron fundamentales para que el Celta se consolidase entre los grandes del fútbol español. De vez en cuando le tocó encajar alguna goleada, como sucedió en Mestalla en aquel lejano mes de diciembre de 1947, algo nada extraño en aquellos tiempos. Pero no cabe duda de que sus nueve años defendiendo el marco vigués marcaron una época que todavía es recordada a día de hoy como una de las más brillantes del club.