Tras dos empates consecutivos que dejaron al Celta al borde de decir adiós a la posibilidad de quedar séptimo, pero todavía a tiro por los tropiezos de sus rivales, la penúltima jornada deparaba una de esas visitas que tan bien se les han dado a los de Berizzo esta temporada. Mestalla esperaba ansioso por ver a su Valencia certificar su clasificación para la Liga de Campeones, pero receloso de un rival que ha creado problemas a todos los grandes en sus campos.

Fieles a los principios

Recuperada la esencia de su equipo tras la avalancha de bajas de la semana anterior, Eduardo Berizzo pudo apostar por el once de gala con la incorporación de Álex López en lugar del sancionado Augusto, mientras el Tucu Hernández se mantenía en la mediapunta por la ausencia de Santi Mina, un fijo en las últimas jornadas.

La apuesta por el triunfo recibió una reformulación que hacía mucho tiempo que no se veía a orillas del Lagares

Era un equipo de garantías, que garantizaba nada menos que la apuesta por el fútbol y la firme intención de profanar otro de los templos de la Liga. Berizzo buscaba la victoria sin medias tintas, acuciado por una necesidad que ya no permitía ningún otro tipo de planteamiento. Aunque, visto lo visto, nada hace ya temer que el envite no hubiera sido el mismo en otras circunstancias.

Contra natura

Claro que la apuesta por el triunfo recibió esta vez una reformulación que hacía mucho tiempo que no se veía a orillas del Lagares. La primera sorpresa llegó rápido, cuando el Tucu Hernández se adelantó a su par a la salida de un córner para conseguir el gol vigués. No es que el de Tucumán no vaya bien por alto, de hecho ya había estado cerca de marcar de cabeza en alguna ocasión. Lo extraño del caso es el tanto a balón parado, suerte que tradicionalmente siempre ha estado reñida con los intereses del Celta.

Con el viento a favor, y las urgencias de un Valencia que necesitaba darle la vuelta al marcador, el equipo vigués adoptó una táctica poco habitual, la del contraataque. A la contra aguantó las embestidas valencianistas, con otra buena actuación de Sergio Álvarez, que repelía los remates locales, y se estiró con peligro en busca del 0-2 salvador. La tendencia no solo no fue circunstancial, sino que se acentuó con el paso de los minutos, cuando la presión valencianista empezó a ser realmente agobiante. Una circunstancia que ni mucho menos había sido habitual en los 36 partidos anteriores.

Desenlace inesperado

Cuando el desarrollo de un partido escapa a las leyes de la lógica, cuando sigue un guion imprevisto lleno de circunstancias extrañas, no es raro que la resolución tampoco siga los cánones establecidos. Tras muchos minutos aguantando la ventaja, y recibiendo noticias de otros campos que permitían vislumbrar la séptima plaza en el horizonte celeste, todo se desvaneció de la manera más cruel.

Como suele ocurrir en las últimas jornadas, fueron los transistores los que trajeron malas noticias en los minutos finales

Uno de los futbolistas más destacados del Celta, que había salvado numerosos puntos con sus intervenciones, y que fue ratificado para el partido por Berizzo como premio a su gran temporada, cometió el error a la postre definitivo. Sergio Álvarez no consiguió blocar un envío sin ninguna dificultad, permitiendo el tanto del empate.

Un punto en Mestalla no es un premio menor y, durante muchos minutos, todavía le servía al Celta para seguir en la lucha pero, como suele ocurrir en las últimas jornadas, fueron los transistores los que trajeron malas noticias en los minutos finales. Una impensable remontada del Athletic en Elche, con tres goles en diez minutos, condenaba al Celta que, además, acababa la jornada en la undécima plaza.

La última batalla

Esta temporada ha dado mucho de sí. El equipo ha vivido en una montaña rusa, en un vaivén constante que, en la peor racha, amenazó la esencia misma del proyecto. Pero, en el cómputo final, fueron más los buenos que los malos momentos. Quizás una racha de tres meses sin ganar sea un lastre que haga imposible estar en Europa, pero también es cierto que los titulares que ha dejado el equipo en algunos partidos lo hacen merecedor de terminar la Liga en la mitad alta de la tabla. Y con el premio añadido, además, de superar los 49 puntos que consiguió Luis Enrique en su única temporada en Vigo. Una victoria ante el Espanyol en la última jornada serviría para lograr ambas cosas, y sería el cierre ideal a una buena temporada.

Desde luego, y tal y como sucedió en la despedida ante el Real Madrid hace un año en Balaídos, todo apunta a que el sábado se volverá a vivir una fiesta para cerrar la temporada. Ha tenido que ser el bendito horario unificado el que haya permitido que el partido se juegue a una hora aceptable para los más pequeños. Esto, y la iniciativa del club para premiar a sus abonados augura una de las mejores entradas del curso, en un partido teóricamente sin alicientes (al menos para el Celta), pero que, no conviene olvidarlo, es un buen hábito que por fin se está instaurando en un equipo demasiado acostumbrado a jugarse la vida en la jornada final durante muchas temporadas.