La marcha de Borja Oubiña pilló a todos un poco por sorpresa, o quizá no tanto. Una noticia que nadie quería oír pero que todo el mundo se esperaba. Fue el presidente. Fue Carlos Mouriño quién comunicó de forma casi accidental, que el capitán, el capitán de todo el celtismo, no podía más. 

Por enésima vez, el fútbol demuestra que no siempre es justo. Y no lo es, porque, ¿quién se merecía menos que una carrera que radiaba tanta luz fuese apagada de tal manera? No ha llegado a ser el jugador que debería haber sido, pero no importa. Para el celtismo, él ha sido siempre un ejemplo. 

Están los que, en 2015, le siguen vilipendiando por su cesión al Birmingham. Le están acusando de querer progresar. Le están achacando que intentase pelear por un puesto en la que sería la mejor selección española de la historia. Cuando esos celtistas le reprochan algo a Borja, se lo están reprochando a todos. Se lo están reprochando al Celta. Borja es el Celta.

Para los más jóvenes costará recordar a otro igual. Para los más mayores, seguro que también. Borja, el niño que toda madre desea. El yerno que toda suegra anhela. El corazón que todo entrenador quiere. La nobleza que hasta un árbitro enaltece. El alma que a una afición une. Borja, el jugador que nos representa.

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Sobre el autor
Javier García Vilela
Aprendiendo cada día. La inspiración siempre llega pero tiene que encontrarte trabajando. Real Club Celta de Vigo @Vavelcom // Email de contacto: [email protected]