"Me voy dolido porque no he sido el jugador que imaginé que podría llegar a ser”. Así de crudo y así de sencillo. Borja Oubiña dejó esta impactante frase en la rueda de prensa de su acto de despedida, dejando en el aire una conclusión a la que cualquiera que haya seguido mínimamente su trayectoria podría llegar. El fútbol no ha sido justo con el capitán celeste.

Semejante afirmación esconde la crudeza del sentimiento de alguien que se veía con unas capacidades para alcanzar un nivel alto en el fútbol, pero que durante años vio como las lesiones machacaban una y otra vez el vehículo para conseguirlo: su cuerpo. Desde que tenía 16 años y se rompió el cruzado por primera vez, hasta agosto del año pasado cuando entró en quirófano por última, pasando por dos graves lesiones de rodilla más e innumerables problemas musculares, que no le dejaron brillar durante años al nivel que apuntó a mediados de la década pasada y que le llevó a liderar al Celta en un ascenso, en una clasificación europea y a la selección española. Tiempo después, tras pasar un calvario de más de tres años y sin recuperar nunca un buen tono físico, volvió a ser una pieza fundamental en un nuevo ascenso y en una agónica permanencia en la que lo jugó casi todo.

Y es que el talento futbolístico de Borja Oubiña es enorme. Calidad con la pelota, inteligencia sin ella. Una facilidad innata para salir jugando a un toque y para ocupar siempre la posición adecuada en la recuperación. Estos atributos le permitieron seguir jugando y rindiendo a buen nivel, a pesar de que la exuberancia física que, combinada con su talento, le permitía dar exhibiciones y hacer goles como el del vídeo, nunca volvió.

Pero a esa injusta carrera se ha unido un injusto final. Tras su declive el año pasado, Borja sabía que ya no tendría un papel primordial en este Celta. Sin embargo estaba convencido de que podría ayudar en momentos puntuales, que su experiencia y su calidad serían útiles dentro del campo. No fue así. Una operación para limpiarle la rodilla en agosto, que en principio le dejaría unos meses parado, fue el principio del fin. La temporada transcurrió entre evasivas y largas. A medida que se acercaba el final del curso, parecía vislumbrarse también el final de su carrera.

Ni para eso ha tenido suerte. Hasta en el momento del adiós el fútbol ha sido muy cabrón con Oubiña, que no podrá despedirse de Balaídos sobre el césped. Él mismo lo rechazó, quizá porque sabe que sus rodillas no están ni para unos pocos minutos. No podrá emular a Bermejo que sí pudo recuperarse y encontrar un final para su carrera sobre el verde. Su último partido, hace un año en Mestalla. Su despedida con la afición, en el choque contra el Espanyol, será vestido de calle, con una sensación agridulce. La misma que el propio protagonista expresó en su despedida, la misma que sintió toda su carrera cuando las malditas lesiones le impedían, una y otra vez, convertirse en un futbolista de una dimensión todavía mayor a la que alcanzó.

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Sobre el autor
Borja Refojos
Estuve en VAVEL desde octubre de 2012 a enero de 2016. En ese período coordiné la sección del Celta desde julio de 2013 hasta diciembre de 2015, así como la cobertura del Mundial 2014, además de escribir crónicas, reportajes y todo tipo de artículos informativos. Actualmente trabajo como redactor en la Axencia Deportiva Galega (ADG Media) y colaboro en tuRadio 88.4 Vigo. Email de contacto: [email protected]