La carrera de Borja Oubiña no fue la deseada. Los continuos problemas físicos cortaron de raíz una progresión que parecía imparable y sepultaron por completo la carrera de ese futbolista vigués poco excéntrico y muy sosegado. La enterraron en lo más hondo de la nada. El año del ascenso y el regreso (aunque taquicárdico) a la Liga BBVA fueron un haz de luz en su trayectoria. Un rincón para la esperanza. Parecía que toda una carrera plagada de sufrimiento iba a ser recompensada con un final plácido, pero el destino no iba a ser benévolo con Borja Oubiña ni en su propio ocaso como futbolista.

Después de un año siendo indiscutible tanto para Paco Herrera como para Abel Resino en el esquema celeste, ocupando la posición de pivote con garantías, Oubiña también partía como titular innegociable en el 4-3-3 del nuevo entrenador del equipo, el asturiano Luis Enrique. Pese a su decadencia física y su lentitud, una aptitud de la que nunca logró librarse desde su grave lesión en el Birmingham y que se fue acrecentando a medida que los años fueron pasando por sus botas, Oubiña había aprendido a hacer valer su capacidad de colocación y su extraordinaria inteligencia táctica como elementos sustitutorios de su agilidad perdida.

El arranque de la temporada 2013/14 para Oubiña no fue más que un reflejo de lo que había sido el curso previo. El vigués, que por aquel entonces contaba con 31 años, fue titular durante toda la primera vuelta, cumpliendo su función sin mayores alardes e incluso anotando un gol en la jornada 15, durante la victoria por 3 goles a 1 ante el Almería en Balaídos. A la postre, este gol sería el último de su carrera deportiva. Al comienzo de la segunda vuelta, con el equipo sumido en una espiral de resultados positivos, el papel de Borja Oubiña en el equipo fue perdiendo su valor.

En primer lugar sería Andreu Fontàs quien adelantaría su posición para cubrir la plaza de pivote en lugar de Oubiña, y posteriormente sería el danés Michael Krohn-Dehli, reconvertido a mediocentro organizador por Luis Enrique, quien haría las veces de batuta del equipo mientras el capitán celeste se reducía a un ostracismo del que sólo saldría (en algunas ocasiones de forma imperceptible) en seis de los últimos 16 encuentros de la temporada. Su puesto en el once titular ya estaba lejos de ser indiscutible y el brazalete que otrora había estado salvaguardado en sus dominios bailaba de brazo en brazo.

En la última jornada de la temporada 2013/14, Borja Oubiña disputó su último partido oficial con la camiseta celeste. Fue ante el Valencia, en Mestalla, cayendo derrotado el equipo vigués por dos goles a uno. Después llegó el verano, las lesiones volvieron a hacer acto de presencia y el futuro se nubló, exasperante, como ya tantas otras veces lo había hecho, carcomiendo bocado a bocado la esperanza de que, tarde o temprano, Oubiña volviese a pisar el césped de un Balaídos que yacía maltrecho, carente de un líder que representase al club de un modo tan simbólico como lo hacía el mediocentro local.

A medida que la temporada 2014/15 iba avanzando, cada vez resultaba más evidente que el esperado regreso del capitán a los terrenos de juego jamás acabaría por llevarse a cabo. Finalmente, el pasado 22 de mayo Borja Oubiña anunció su retirada, entonando ante los micrófonos una frase que quedará grabada para siempre en la retina del aficionado vigués: "Me voy sin haber sido el jugador que hubiese querido ser". La historia de Borja Oubiña es triste, pero la tristeza que suscita no invita al coro lacrimal, sino a la veneración perpetua.

En el último encuentro de la recién terminada temporada, disputado ante el Espanyol en Balaídos, el estadio que acogió sus primeros pasos y sus últimas zancadas exhaustas, Borja Oubiña fue homenajeado por su afición. Su sonrisa, siempre tímida, se alzó por última vez como jugador sobre el césped vigués para quién sabe si volver algún día con una posición diferente dentro de la dinámica del club. En la retina, un millón de retales, recortes de una carrera que terminó sin ser mucho más que la pretensión que su espléndida calidad futbolística hizo pensar que alcanzaría. Balaídos se queda sin su capitán, pero recibe la herencia del fútbol poético de un Borja Oubiña que, pese a retirarse por la puerta de atrás, ha servido de puente entre dos generaciones en el fútbol vigués.

La despedida de Oubiña como jugador del Celta de Vigo, su partida en un tren hacia paradero desconocido, se dio con los cristales empañados, imposibilitando que su mirada se alzase, elegante, una última vez para deleitar a los aficionados vigueses. Sin embargo, la incógnita todavía se halla en la posibilidad de que este tren pueda encontrar, antes o después, el camino de vuelta.

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Sobre el autor
Adrián Viéitez
Periodista vigués. Colaboré con la edición española de VAVEL.com entre abril de 2013 y enero de 2016, cubriendo la información del Celta de Vigo. Además, colaboré asiduamente con as secciones de Tenis, Premier League y Cine.