17 de las 50 temporadas que disputó el Celta en la máxima categoría se desarrollaron en las décadas de 1940 y 1950, en el que se puede considerar el período de mayor estabilidad —deportivamente hablando— del equipo olívico entre los grandes.

Tras el estreno en la máxima categoría a finales de 1939 arrancaba el ejercicio 1940-41 y lo hacía con profundos cambios en la plantilla celeste. La incorporación de un buen número de futbolistas procedentes de las Islas Canarias dotó al equipo de un perfil mucho más técnico que el que había lucido en campañas anteriores. Los Victoriero, Sabina, Fuentes, Roig, Del Pino y Mundo sentaron las bases para las dos siguientes décadas, que ofrecieron muchas más luces que sombras para los de Balaídos.

Pasarín y Albéniz, dos técnicos con aura dorada (Foto: fameceleste.blogspot.com)

El técnico, Joaquín Cárdenes, también llegaba procedente del archipiélago de las Afortunadas con la difícil misión de suplir al ilustre Ricardo Comesaña. Su legado se basó en conformar un bloque con un marcado acento insular aderezado con los goles del ourensano Agustín, uno de los supervivientes de la temporada del ascenso. Hasta un total de 12 tantos marcó el atacante gallego aquel año, los mismos que logró transformar Juan del Pino. La irregularidad y la inconstancia del plantel provocaban que aquel Celta convirtiese un buen número de goles pero también los encajase. La vistosidad del juego céltico quedaba empañada cuando el terreno de juego se embarraba, cosa que sucedía con frecuencia. En una competición con apenas 12 equipos los de Vigo se mantuvieron en la zona tibia aunque con la sombra de los puestos de descenso siempre próxima. Una caída que parecía confirmarse tras una pésima racha de seis derrotas consecutivas a partir de la jornada 15. Sin embargo, dos triunfos en las dos últimas fechas permitieron eludir los puestos de promoción de descenso y certificar la permanencia.

Acercándose a los grandes

Con la Guerra Civil todavía reciente, las estrecheces económicas asfixiaban a muchos equipos, entre ellos al Celta. Pese a ello y tras la marcha de Cárdenes en 1941, se consiguió la contratación del eibarrés Baltasar Albéniz, quien apenas acababa de iniciarse como técnico. Sus dos primeras campañas al frente del club supusieron un rotundo éxito, llevando al Celta a ocupar la quinta posición en las temporadas 1941-42 y 1942-43. Con la misma base de futbolistas y apenas un par de retoques por temporada el equipo consiguió dar un importante salto de calidad en cuanto a resultados. Juan del Pino vivió sus mejores momentos de cara al gol, totalizando 37 tantos entre las dos campañas. Una cifra que se vio complementada con las 24 dianas totalizadas por otro canario, Francisco Roig, que llevaron al equipo a saborear las mieles del liderato durante dos jornadas en noviembre de 1941 y a encontrar por fin acomodo entre los grandes.

Gran victoria del Celta en Les Corts el 12/10/1941 (Foto: palabrasapunto.blogspot.com)

Curiosamente, la temporada 1943-44 supondría un inesperado desplome para los de Vigo. Baltasar Albéniz no pudo concluir con buen pie su primera etapa en el conjunto celeste, que continuaba sufriendo los rigores económicos de la posguerra. La venta de Juan del Pino supuso una rémora enorme en el apartado goleador y no pudo ser solventada con el fichaje del joven Pahiño, todavía falto de experiencia para rendir a un buen nivel. Las cifras de los de celeste en aquella temporada hablan por sí solas, sumando apenas nueve puntos y encajando 75 goles en 26 partidos. Un descenso de libro, que parecía poner fin al sueño de permanecer entre los grandes. Albéniz abandonaba la dirección del equipo y se iniciaba un nuevo proyecto con el húngaro Platko al frente en Segunda, logrando el retorno a la máxima categoría en 1945 tras superar al Granada en un play-off. La pesadilla del año anterior quedaba en el olvido y el Celta recuperaba su lugar entre los mejores.

Cumbre con El Divino

Para la temporada 1945-46 todavía se mantenían en la plantilla Fuentes, Sabina y Roig del grupo de los canarios, si bien solo el último iba a formar parte del equipo con asiduidad. A ellos se sumaban los Pahiño, Yayo o Aretio, protagonistas en el purgatorio de la División de Plata, así como las incorporaciones del arquero Francisco Simón, el defensor Mesa y los delanteros Hermidita y Retamar. El equipo se marcó como objetivo la permanencia, la cual se obtuvo con dos puntos de margen sobre el Alcoyano. De aquella temporada cabe destacar la mala racha inicial, que provocó un cambio en la dirección técnica del equipo en la jornada 12. Una fecha que supuso el debut del guardameta Simón, marcando el inicio de su reinado bajo la portería viguesa, el cual se iba a extender durante siete temporadas.

En el verano de 1946 llegaba Ricardo Zamora para alcanzar uno de los momentos cumbre en la historia del club de Balaídos. Los fichajes de Gabriel Alonso y Miguel Muñoz sumados a los 17 tantos de Pahiño permitieron al Celta moverse con tranquilidad en la temporada 1946-47, finalizando en una cómoda novena plaza, lejos del descenso. Además se alcanzó la ronda de cuartos de final de la Copa del Generalísimo, en lo que fue un simple aviso de lo que vendría apenas unos meses más tarde. Curiosamente, faltó muy poco para que Zamora abandonase el club en 1947, siendo necesarias unas intensas negociaciones por parte de Luis Iglesias —entonces presidente céltico— para lograr la renovación del técnico catalán. El esfuerzo iba a valer la pena.

En la temporada 1947-48, una de las más brillantes en la casi centenaria vida del equipo vigués, tanto en liga como en copa el color celeste iba a acaparar un inusitado protagonismo. El sorprendente liderato alcanzado durante las seis primeras jornadas de competición iba a dejar paso a una sensacional temporada, en la que se finalizó el torneo liguero en una histórica cuarta posición. Los 21 tantos de Pahiño y los 14 de Hermidita se unieron al extraordinario momento de forma de Simón a lo largo de una exitosa campaña en la que se goleó a Real Madrid, Atlético de Madrid, Valencia o Athletic de Bilbao. La competición copera también proporcionó grandes alegrías, alcanzando un extraordinario subcampeonato tras caer en la final ante el Sevilla. Fue aquella una historia que, sin lugar a dudas, merece un capítulo aparte.

La resaca del éxito iba a llegar en la campaña 1948-49, en la que se volvió a la zona peligrosa de la tabla. La salida del club de Miguel Muñoz y Pahiño rumbo a la capital dejó un buen dineral en las arcas celestes pero no vino acompañada de refuerzos de postín. Los puestos de descenso se situaron a la irrisoria distancia de un punto, suficiente para amarrar la permanencia, si bien El Divino decidía cambiar las Rías Baixas por la Costa del Sol en busca de nuevos objetivos. Con todo, la vida seguía y Balaídos iba a continuar disfrutando de los años dorados durante una década más.

Cerca del título, cerca del descenso

Luis Casas Pasarín, jugador del Celta en la década de 1920, llegaba para tratar de hacer olvidar a Zamora. Tarea difícil pero no imposible. Y es que el curso 1949-50 iba a suponer una muy agradable sorpresa para la parroquia viguesa. Los Atienza, Juan Vázquez, Sobrado y Mekerle acompañaban en la delantera a Manuel Hermida, que con 21 tantos reveló definitivamente su vena anotadora. El fenomenal desempeño del equipo de Pasarín llevó al Celta a compartir liderato con el Atlético de Madrid con apenas cuatro jornadas para la conclusión del campeonato. Las posibilidades de alcanzar el título de liga se podían tocar con la punta de los dedos pero el tramo final se iba a encargar de disiparlas. Cuatro derrotas en los cuatro últimos encuentros enviaron a los de celeste a una séptima plaza que no se correspondía con los méritos contraídos a lo largo de la temporada.

Apenas se registraron movimientos en la plantilla de cara al curso siguiente, en el que el Celta se alejó nuevamente de los puestos de cabeza, si bien no sufrió para lograr la permanencia. El equipo alternó grandes victorias con pinchazos sonados, lo que impidió acceder a la zona noble de la tabla.

El club se deshizo de valiosos activos como Gausí, Mauro o Azpeitia y protagonizó casos sonrojantes como el fichaje de Jaburú

Más complicaciones iban a surgir durante la temporada 1951-52, en la que se incorporó el gran Pablo Olmedo a la plantilla. Como ya le sucediera a Pahiño, Olmedo no firmó unos buenos números en sus primeros meses vistiendo la casaca azul cielo. También llegó al club el guardameta Manolo Pazos, a pesar de que Simón continuaba como titular. Una pésima primera vuelta desencadenó la marcha de Pasarín, quien iba a ser sustituido por Ozores y Yayo. El equipo se puso las pilas y, apoyado en los 21 goles de Hermidita y los 18 de Adolfo Atienza, logró terminar en una cómoda novena plaza. Precisamente Manuel Hermida logró en enero de 1952 batir en cinco ocasiones la portería de un equipo rival —el Atlético Tetuán—, hazaña que ningún otro futbolista celeste ha alcanzado hasta la fecha.

Golearon 4-1 al Athletic en 1952: Simón, Atienza, Olmedo, Servando Díaz, Gaitos, Villar, Lolín; Otero, Mekerle, Hermidita, Pineda (Foto: La Voz de Galicia)

Claro que las cosas iban a empeorar en el verano de 1952. Manuel Prieto Pérez fue elegido nuevo presidente y cerró la contratación de Odilo Bravo como técnico. Además se encargó de concertar una gira veraniega por distintos países centroamericanos que pasó factura —y de qué manera— a una plantilla que se hartó de padecer problemas físicos a partir del inicio de la competición liguera. En esta ocasión los 19 tantos de Hermidita no bastaron para evitar la promoción de permanencia, en la cual se finalizó en un tercer lugar que condenaba al club olívico a la División de Plata. El descenso no llegó a materializarse gracias a la renuncia del España Industrial, que había finalizado segundo, por lo que el Celta lograba evitar el descalabro en los despachos. La única nota positiva de aquel ejercicio la aportó Manolo Pazos, cuya explosión bajo palos le llevó a fichar por el Real Madrid en 1953.

Dorado estable durante los 50

La inercia negativa parecía continuar en el club olívico en la temporada 1953-54, en la que, bajo la dirección de José Iragorri, se comenzó la temporada muy mal. La llegada de Ricardo Zamora —en su segunda etapa al frente del club— a partir de la jornada 13 y, sobre todo, el fichaje del extremo izquierdo Carlos Torres en el mes de diciembre, se iban a encargar de cambiar las tornas. Sus diez tantos y los once que convirtió Pablo Olmedo sacaron al Celta del pozo y le permitieron salvar la categoría. Aunque también cabe mencionar a zagueros históricos como Lolín, Gaitos, Otero o Villar, que durante tantos años se dejaron la piel en el barro de Balaídos y que en aquella temporada acumularon muchos minutos.

Las estiradas de Manolo Pazos bien valieron un billete rumbo a la capital (Foto: colchonero.com)

Tampoco durante la 1954-55 —la última de Hermidita con la casaca celeste— se logró un resultado brillante, pese a que a la delantera viguesa se sumó Mauro Rodríguez Cuesta. Sin embargo la tendencia negativa comenzó a invertirse, logrando el equipo la salvación y protagonizando alguna goleada escandalosa, como el 8-1 propinado al Atlético de Madrid. Ricardo Zamora dejaba su sitio en el banquillo a Luis Urquiri y los años dorados continuaban su curso.

Los Victoriero, Sabina, Fuentes, Roig, Del Pino y Mundo sentaron las bases para las dos siguientes décadas

Y lo hacían con un Mauro que estuvo muy cerca de inscribir su nombre en el Pichichi. Los 23 tantos del goleador olvidado se quedaron a uno solo del registro de Alfredo di Stéfano, quien finalmente se llevó el trofeo. Los de Balaídos lograron una vez más evitar los últimos puestos y continuar entre los grandes. El verano de 1956 continuaba contemplando a un Celta de Primera.

Desmanes y descalabros

Tocaba cambiar nuevamente de técnico, con Alejandro Scopelli como elegido para el proyecto 1956-57. El argentino, fiel defensor de la cantera, destacaba por su mimo a la hora de preparar a los jóvenes. No le fue demasiado bien en Vigo, pese a traerse de la mano a Ernesto ‘Che’ Gutiérrez, un centrocampista de gran calidad. 300.000 pesetas volaron desde Vigo rumbo a Sudamérica, a las que hay que sumar las 150.000 pesetas que iba a percibir el futbolista como ficha. Un desembolso muy importante para la época, seguramente excesivo. Finalmente se mantuvo la categoría de manera muy apurada, con apenas un punto de ventaja sobre Deportivo y Condal, los dos últimos de la tabla. Carlos Torres abandonaba el equipo rumbo a Cataluña, donde le esperaba con los brazos abiertos el Espanyol.

Alejandro Scopelli, tercero por la izquierda (Foto: fameceleste.blogspot.com)

Tras varios años merodeando la zona baja de la tabla iba a llegar el canto del cisne. De nuevo con Luis Casas Pasarín al frente, el Celta protagonizó una muy buena temporada 1957-58, ocupando la cuarta plaza durante varias jornadas. Solo un tramo final discreto hizo que el equipo cayese hasta el séptimo escalón en otra gran temporada de Mauro, bien secundado por Pablo Olmedo y Antonio Gausí. El 4-0 sobre el Barcelona de Luis Suárez y Kubala fue como el veranillo de San Miguel, preámbulo del largo y duro invierno que se avecinaba.

El final de los años dorados lo marca la lamentable temporada 1958-59. El club se deshizo de valiosos activos como Gausí, Mauro o Azpeitia y protagonizó casos sonrojantes como el fichaje de Jaburú. Nada menos que un millón de pesetas de la época desembolsó el club olívico por un futbolista que no llegó a debutar en competición oficial. Los últimos puestos de la tabla fueron los grandes aliados de aquel Celta y Pasarín entregó la cuchara en enero de 1959. Su sustituto, Lluis Miró, no pudo contener la hemorragia y el Celta se marchaba a Segunda con un buen número de problemas deportivos y económicos en la mochila. El aura dorada que cubrió Balaídos durante dos décadas dejaba paso al negro azabache de la década de los 60.