50 años en Primera. Unas bodas de oro al alcance de pocos equipos en el fútbol español. La entidad viguesa encara su quincuagésima temporada en la máxima categoría liguera. Sin embargo es imposible contar su historia sin la Copa. Tres veces, tres, rozó la gloria el Real Club Celta. Tres veces, tres, se le escurrió entre los dedos. Los años 1948, 1994 y 2001 ya están marcados en negro en la historia del celtismo. O quizá en verde. Tres finales perdidas sí, pero tres finales jugadas. Agridulce. La amargura de haber rozado un metal que se disipa en el horizonte. La dulzura de unas gestas que no se oxidan.

1948: sin premio para la primera generación de oro

El Celta de la temporada 1947/48 juntó bajo el mismo techo mitos de la categoría de Pahiño, Hermidita o Miguel Muñoz, dirigidos desde el banquillo por otra leyenda: Ricardo Zamora, para muchos el mejor portero de la historia del fútbol español. Un equipo referencia, con un potencial ofensivo desorbitado, que finalizó cuarto en Liga, a tan solo seis puntos del campeón, el FC Barcelona. Los celestes hicieron de Balaídos un fortín inexpugnable y derrotaron como locales a Barça, Real Madrid y Atlético.

Dos mitos del fútbol español: Zamora consuela a Miguel Muñoz tras perder la final. (Foto: Fame Celeste).

Lo malo de la Copa —por aquel entonces ‘del Generalísimo’— era que la final se jugaba en campo neutral. Y precisamente ahí estuvo el gran lunar de aquel Celta: su debilidad a domicilio. Los de Zamora ya sudaron tinta para eliminar al Espanyol en unas disputadísimas semifinales que precisaron de dos partidos de desempate (en aquella época no existía el valor doble de los goles en campo contrario). Empate a uno en la ida; a dos en la vuelta. Una nueva igualada a dos en el primer choque dio lugar a un segundo que también acabó en tablas. En la prórroga —decretada para no prolongar más la agonía—, los pericos se adelantaron, pero Pahíño le dio la vuelta al marcador con un doblete, clasificando al Celta para su primera final de la historia.

Los 50 años en Primera no se pueden contar sin las finales de Copa

La final, ante el Sevilla en Chamartín —antiguo estadio del Real Madrid—, era el último escollo a superar para lograr la gloria. Era el 4 de julio, una fecha tardía por los sucesivos partidos de desempate que los celestes disputaron en semifinales. Esos choques también supusieron un desgaste extra, que los hombres de Zamora acusaron a pesar de que Miguel Muñoz inauguró el marcador bien pronto, en el minuto seis. Pero el Sevilla no se rindió y siguió empujando hasta que logró el empate. A la vuelta de vestuarios, la jugada clave: Simón y Mesa, portero y defensa del Celta, chocaron en el aire en un balón bombeado en la jugada que supuso el 2-1 para los hispalenses. Pero el infortunio no acabó ahí. En la misma acción, el portero céltico se lesionó y tuvo que abandonar la final. Como en aquellos tiempos todavía no había cambios, el centrocampista Gabriel Alonso se puso bajo los palos y los vigueses tuvieron que jugar con uno menos lo que quedaba de encuentro. El conjunto hispalense sumó dos tantos más y ganó su tercera Copa.

1994: la cruz de Alejo

46 años tuvo que esperar el celtismo para volver a verse en una final. Casi medio siglo de subidas y bajadas, con momentos álgidos como la disputa de la UEFA en la temporada 1971/72, y muy bajos como la hiel de la Segunda División B. Aquel equipo aguerrido, con Txetxu Rojo al mando, cumplía su segunda temporada consecutiva en Primera, tras el ascenso del 92. Los Gudelj, Salinas, Engonga, Cañizares, Vicente o Jorge Otero consiguieron la machada de alcanzar una final, a pesar de ser un equipo de zona baja. Eran otros tiempos, en los que no solo los dos de siempre se repartían el pastel.

Las tres finales tuvieron su punto de mala suerte

Tras superar al potente Tenerife de Jorge Valdano en semifinales, los de Rojo se plantaron en la final del Calderón, el 20 de abril. Enfrente un Real Zaragoza que partía como favorito con jugadores del nivel del Paquete Higuera, Pardeza, Poyet, Cáceres, Nayim o Santi Aragón. Pero el Celta iba a vender cara su piel. Los celestes habían demostrado ser un bloque rocoso, sólido, y como consecuencia de ello, Cañizares se alzó con el trofeo Zamora. El partido salió trabajo, muy feo y sin apenas ocasiones. Higuera tuvo la más clara, pero no pudo superar al guardameta de Puertollano en el mano a mano. Salva tuvo un cabezazo en el tramo final que detuvo Cedrún.

Llegó la prórroga y la jugada clave, la que pudo cambiar el devenir del choque. Santi Aragón fue expulsado y el equipo blanquillo quedó en inferioridad. Era el momento del Celta, un momento que nunca llegó. Los celestes estaban fundidos y los minutos encaminaron la final hacia una resolución desde los once metros. Resolución fatal para el Celta.

Los hombres de Rojo contaban con dos factores a favor: ya se habían clasificado para cuartos ganando una tanda y, sobre todo, tenían a un parapenaltis como Cañizares. Pero en una lotería así nada vale. Cañete no fue capaz de detener ninguna pena máxima y en el turno definitivo, Alejo erró su lanzamiento. Higuera no perdonó y el Zaragoza se proclamó campeón. El equipo maño, dirigido por Víctor Fernández, levantaría la Recopa al año siguiente, competición a la que se clasificó mediante el titulo copero.

2001: la crueldad del destino

Siete años después. Nueva final. El Celta contra el equipo que le arrebató la segunda en la ciudad del que le arrebató la primera. En el banquillo celeste, el técnico que dirigió al Zaragoza en el 94. En esta ocasión el favoritismo había cambiado de acera, pero el campeón no.

Giovanella: "En las finales, el que pierde la concentración, pierde el partido"

El Celta llegaba en el mejor momento de su historia. Estrellas inolvidables como Mostovoi, Gustavo López, Karpin… Un equipo de leyenda ante la oportunidad de conquistar el primer título para la entidad. Enfrente un Zaragoza que venía de salvarse por los pelos, con varios cambios de entrenador durante el año —empezando por Txexu Rojo, técnico celeste en la final del 94— y con dudas en su juego.

"Las finales son partidos en los que el mínimo error te cuesta porque los equipos están siempre muy concentrados. El que pierda la concentración un poquito, pierde el partido. Nos pasó eso: diez minutos de falta de concentración. Lo recuerdo perfectamente: hicimos el 1-0, les estábamos aplastando. Nosotros pensábamos que el partido estaba dominado, perdimos la concentración ahí y nos metieron el primer gol. Enseguida sacamos de centro y penalti. El partido se fue. Ahí ya te entran los nervios, ya te entra la idea de que está todo en contra. Fue lo que nos pasó: una falta de concentración de minutos que después no conseguimos subsanar".

Fue tal cual lo describió Giovanella. El Celta empezó avasallador, imponiendo su ritmo, dominando por completo el partido. Mostovoi hizo el 1-0 con una jugada preciosa, más que digna para una final. Ocasiones de Catanha, de Gustavo, del propio Zar —con otra maniobra increíble que acabó en un disparo alto—. Nada parecía presagiar el desastre que se estaba gestando y que acabaría ocurriendo.

Apenas tres minutos bastaron para consumarse la pesadilla. En una falta lateral botada por Acuña, el Zaragoza empató por medio de Xavi Aguado. Parecía un accidente. Pero al poco de sacar de centro, Berizzo (sí, el actual entrenador del Celta) cometió penalti sobre José Ignacio (que al año siguiente ficharía por el club vigués) y Jamelli no perdonó. La segunda parte fue un quiero y no puedo de los celestes, dominados por la ansiedad, por el terror de ver que se escapa algo que ya creías tuyo. El gol postrero de Yordi con el equipo de Víctor volcado fue la puntilla. El mazazo más grande de una generación extraordinaria, que maravilló a España y a Europa con su fútbol, que incluso llegó a jugar la Liga de Campeones, pero que nunca estuvo tan cerca de la gloria como aquel 30 de junio de 2001.