Nacido en 1928, José Villar Fernández se inició en el mundo del fútbol en el barrio vigués de Coia. Allí dio sus primeros pasos y con apenas 20 años fichó por el Celta. Sin embargo, el servicio militar impidió que realizase su debut en Primera hasta la temporada 1950/1951. Fue en El Choperal de Lleida, en la primera jornada. Los de Vigo iniciaban su sexta temporada consecutiva en la máxima categoría y todavía resonaban los ecos del equipo que, comandado por Miguel Muñoz y Pahiño, había alcanzado una final de copa y un cuarto puesto liguero en 1948.

Villar apenas jugó en su primer curso como celeste pero en las nueve temporadas siguientes se convirtió en pieza fundamental del equipo olívico. Ya fuese en el centro del campo o en la zaga, sus prestaciones fueron valoradas por todos y cada uno de los técnicos que le dirigieron. Como demostraría a lo largo de toda su vida, el Villar jugador buscaba ser útil al Celta, independientemente de la demarcación en la que el entrenador le situase. En la primera mitad de los 50 aprendió a moverse en aquellas medulares de dos futbolistas, que buscaban echar una mano a la línea defensiva y, a la vez surtir de balones a las pobladas delanteras de la época.

Formó pareja durante un tiempo -especialmente durante el curso 1952-1953- con Juan Francisco, con quien ya había coincidido en el Coia. Más adelante ocupó el lugar de Lolín en la zaga, debiendo centrarse en tapar agujeros. Sus dos últimas campañas las jugó en Segunda, en los inicios de la década oscura. En total fueron 269 partidos oficiales y ocho tantos anotados con la casaca azul cielo, aunque a Pepe nunca se le valoró por su acierto de cara al gol. Sin duda sus cualidades tenían mucho más que ver con la nobleza, el pundonor y la entrega en cada partido, trabajando incansablemente para que pudiesen lucir otros.

En plena lucha con Alfredo Di Stéfano (Foto: todocelta.com)

Descubriendo su vocación

Saboreó un trago amargo en 1959, cuando tras sufrir un atropello por una moto, causó baja durante varias semanas, en las cuales no pudo ayudar a evitar el descenso a Segunda. Dos años más tarde Pepe Villar colgaba las botas pero no rompía su vínculo con el Celta. Celso Lorenzo, por entonces presidente del club, le ofreció trabajar con la cantera y Pepe no lo dudó. A sus 33 años ya comenzaba a intuir que su futuro iba en esa dirección. Y, efectivamente, su nuevo oficio le iba a reportar algún que otro éxito, más allá de la satisfacción personal de transmitir sus conocimientos a los jóvenes.

Así, en 1965 cosechó su triunfo más sonado, llevando a los juveniles del Celta hasta la final de la Copa del Generalísimo, donde caerían por 2-1 ante el Athletic de Bilbao. Por las manos de Pepe Villar pasaron en edades tiernas algunos de los grandes emblemas del celtismo como Quique Costas o el gran capitán Manolo. Pero también otros clásicos del club olívico, tales como Manuel Costas Lito, Félix Carnero o Luis Villar, quienes durante años formarían parte de la primera plantilla.

Para emergencias, Pepe

Su trayectoria como técnico del primer equipo resulta, cuando menos, curiosa. Dirigió al Celta durante 25 partidos repartidos en siete temporadas salpicadas a lo largo de tres décadas. En marzo de 1967 surgió la primera oportunidad de dirigir al equipo durante seis partidos tras la dimisión de César Rodríguez. Los de Balaídos habían perdido todas sus opciones de ascenso y Villar llegó para cubrir un expediente que ya no podía alcanzar el aprobado. A la postre iba a resultar toda una constante en su carrera como técnico celeste, ofrecerse para pelear en medio de un incendio imposible de controlar.

Así, en marzo de 1970 actuó como puente entre Roque Olsen y Juan Arza durante un solo encuentro. En aquella década ese fue su papel, reemplazar a un técnico destituido mientras no se fichaba a un sustituto con más nombre. Volvió a suceder en 1975, ocupando el banquillo que dejó Mariano Moreno durante dos jornadas, hasta la llegada de Carmelo Cedrún. Y también en 1977 ante el Barakaldo en Balaídos, partido que se disputó en el impás entre la salida de Toni Cuervo y la llegada de José María Maguregui.

Con todo, el papelón de su vida le tocó interpretarlo en la temporada 1985/86. El Celta, por entonces en Primera, completó una campaña sonrojante en cuanto a resultados. Primero con Félix Carnero y después con José Luis García Traid, el equipo se instaló en un último puesto que ya no fue capaz de abandonar. Por fin, el 12 de marzo de 1986 García Traid era destituido, ocupando su lugar Pepe Villar. Con apenas seis jornadas para concluir el campeonato y tras ocho derrotas consecutivas, los de celeste apenas sumaban 11 puntos -con 17 negativos de la época- y se encontraban ocho unidades por detrás del Valencia, por entonces penúltimo. No quedaba prácticamente ninguna esperanza y allá fue Pepe al matadero una vez más. Sus declaraciones nada más incorporarse al banquillo confirmaban que el descenso estaba más que asumido: "Lo que debemos hacer es levantar la moral de los jugadores para tratar de cerrar la temporada de la forma más decorosa posible".

Triste goleada

Once dispuesto por Pepe Villar frente a la UD Las Palmas (11/04/1986)

El punto logrado en el Camp Nou ante todo un finalista de la Copa de Europa no fue más que un espejismo. Tres nuevas derrotas certificaron la caída a Segunda antes de recibir a la Unión Deportiva Las Palmas en la penúltima jornada. Los canarios, en cuya plantilla destacaba el jovencísimo central Juanito, ya habían asegurado su permanencia por lo que en el partido no había en juego más que el honor. Aquella tarde hubo poco público en Balaídos, algo lógico vista la penosa trayectoria del equipo. Una primera parte discreta ofreció un único gol, obra de Baltazar de cabeza. El brasileño, recién fichado para afrontar el reto de Primera, completó una temporada muy floja, en la línea del resto del equipo. Qué diferentes iban a ser las cosas para él y para el Celta apenas un año más tarde.

Dirigió al Celta durante 25 partidos repartidos en siete temporadas salpicadas a lo largo de tres décadas

La segunda mitad al menos permitió un pequeño respiro a la sufrida parroquia viguesa. Los visitantes, relajados tras haber alcanzado la salvación matemática, se entregaron a una más que dudosa fiesta celeste. Con el gran Vicente Álvarez como eje del equipo, el Celta más desastroso de la década iba a golear al equipo canario. Camilo, Vicente y Pichi Lucas anotaban tres tristes tantos que redondeaban un inesperado 4-0, que de bien poco servía al equipo local. Para Pepe Villar las sensaciones debían de ser realmente extrañas, buscando formas de estimular a sus futbolistas pese a saber que los objetivos del equipo ya no se iban a cumplir. Solo un verdadero hombre de club podía afrontar tan ingrata tarea.

Lealtad hasta sus últimos días

Sus mejores días como técnico celeste los iba a vivir en la temporada 1987/88. En este caso la salida de José María Maguregui no vino motivada por los resultados, sino por su entonces aireada negociación con el Atlético de Madrid de Jesús Gil. Villar se encontró con un equipo que venía realizando una gran campaña y se encontraba en la zona media-alta de la tabla, con ciertas aspiraciones de acabar en puestos europeos. El técnico vigués se encargó de afrontar las últimas ocho jornadas de liga, su periplo más largo en el banquillo a lo largo de una sola temporada. Con todo, los resultados no consiguieron mantener la línea del resto del año y el equipo finalizó séptimo, empatado a 39 puntos con el FC Barcelona. Posteriormente llegaría José Manuel Díaz Novoa, a quien Pepe iba a reemplazar durante un partido en 1989, antes de la llegada de Delfín Álvarez. Aquel fue su último servicio como entrenador del primer equipo, dedicándose posteriormente a tareas de ojeador hasta su jubilación definitiva ya entrada la década de 1990. Su fallecimiento se produjo en 2007, a los 79 años.

Por las manos de Pepe Villar pasaron en edades tiernas algunos de los grandes emblemas del celtismo

Hombre de club, su verdadera vocación había que buscarla en la preparación de jóvenes talentos. Siempre en la sombra, nunca le gustó entrenar al primer equipo. Pero su lealtad al Celta le obligaba a aceptar tareas completamente ingratas. Verdadero doctor en modestia, su trayectoria y su disposición a colaborar en cualquier circunstancia le han convertido en una figura inolvidable para el celtismo. Lejos de los focos y de los galardones, a buen seguro que Pepe Villar continúa luciendo una casaca celeste allá donde se encuentre.

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Sobre el autor
José Luis Rodríguez Sánchez
Soy farmacéutico hospitalario