Dicen por ahí que es de afortunados el otorgar la importancia que no merece el pasado al vivo presente. Muy de afortunados. Sin embargo, olvidar tampoco es la receta adecuada para construir una personalidad consecuente y consciente de su realidad. Con el Celta codeándose con los equipos más grandes de la liga española, se va haciendo difícil acordarse de que, no hace tanto tiempo, en Vigo se vivió una intensa hambruna de la que costó mareas de sudor escaparse. La intensidad de la recuperación, pese a todo, ha acabado por suturar definitivamente una enorme herida.

El momento clave de la desestructuración celtista se vivió, curiosamente, en Balaídos y ante el Getafe, en la misma situación que se vivirá este viernes pero en muy distintas circunstancias. Opuestas, incluso. El Celta vivía un momento crítico económicamente. Las deudas contraídas por los excesos en la gestión de Horacio Gómez estaban a punto de estallar y la permanencia en Primera División era el único halo de esperanza que se mantenía reluciente en el horizonte vigués. Pero no pudo ser.

El 17 de junio de 2007, el Getafe visitaba Vigo sin jugarse nada. Sin embargo, a los hombres dirigidos por Hristo Stoichkov no les valía únicamente con ganar su encuentro. La grada de Balaídos, aquella tarde lluviosa de una ya moribunda primavera, tenía su mirada puesta en dos estadios más: El Sardinero y San Mamés. En Santander, el Celta esperaba que el Betis no cosechase una victoria. En Bilbao se daba el mismo caso con el Athletic. Realmente, en caso de ganar al Getafe, a los vigueses les valía con que o bien béticos o bien bilbaínos se dejasen algún punto en sus respectivos enfrentamientos. Un empate de alguno de ellos era suficiente.

Gustavo López se despidió aquella tarde del celtismo (Foto: El Fútbol Es Celeste).

Las cosas comenzaron a torcerse en el minuto 25 de la primera mitad, cuando Pablo Redondo alcanzaba con el empeine un esférico perdido en el punto de penalti y fusilaba a Pinto para poner a los azulones por delante. El drama visitaba Vigo y los fantasmas del descenso de 2004 volvían a asolar la grada de Balaídos. Diez minutos antes del descanso, Habib Bamogo encaraba a la defensa getafense, se zafaba de sus marcadores y batía a Luis García tras una meritoria jugada individual para reestablecer unas tablas con las que el partido emprendería su camino a los vestuarios.

Después de la reanudación todo ocurrió muy deprisa. El Athletic se adelantaba en San Mamés con un tanto en propia meta de Óscar Serrano que posteriormente sería refrendado con un gol de Gabilondo. Los vascos se libraban automáticamente de la pelea y todo se decidiría entre Celta y Betis, quienes seguían empatando en sus respectivos partidos. La gloria efímera acudió al rescate de los vigueses en el minuto 66. Gustavo López, ídolo insustituible de la afición, colgaba un balón al área tras un libre directo. Entre la marea de futbolistas habitual de una jugada a balón parado emergía en ese momento Matías Lequi, el central argentino, quien se suspendía en el aire para dar la vuelta al marcador y salvar momentáneamente al equipo. Lequi celebraba el gol con rabia, se arrancaba la camiseta y recibía una tarjeta amarilla que bien valía la permanencia.

Sin embargo, a diez minutos del pitido final, el drama regresaba. Edu, exjugador del Celta, adelantaba al Betis en El Sardinero. Poco después, el propio jugador brasileño convertía su segundo gol de la tarde. Todo había sido en vano y el equipo vigués descendía a Segunda División por segunda vez en tres años. Aquella tarde llovió mucho en Balaídos. Tanto que las gotas que desprendían aquellos nubarrones grises acabaron confundiéndose con las lágrimas de un Gustavo López que sollozó con los ojos enrojecidos víctima de la impotencia.

Después de cinco años de travesía ciega por la que ahora es la Liga Adelante, el Celta volvió a la élite. Lo hizo sufriendo, pero en base al trabajo ha logrado asentarse como una de las grandes esperanzas de la Liga BBVA y uno de los proyectos más ilusionantes a nivel europeo. Este viernes, el Getafe vuelve a visitar Vigo. En esta ocasión, nada está en juego. El ambiente será distendido. Lo más probable es que no haya lágrimas. Pero el pasado visitará la memoria de cada aficionado vigués. Aquel pasado sórdido, lluvioso, lleno de amargura. Un pasado que ha construido, con su profunda crueldad, la personalidad de un equipo ganador.