Lunes por la mañana en cualquier cafetería. Una persona que disfrutó de un fin de semana lleno de actividad y no pudo seguir la jornada futbolística abre el periódico deportivo de turno. Tras superar más de la mitad de las páginas, dedicadas a los protagonistas de siempre, llega al Celta 1-5 Valencia. Oh sorpresa. “Pero si este Celta estaba jugando súper bien, ¿cómo pudo llevar semejante paliza, y encima en casa?”. Esta pregunta —o una muy parecida— junto a otras del estilo aparecerán seguro en su cabeza. Preguntas obvias para quien no vio el partido.

27 faltas y solo tres amarillas para el Valencia

Sin embargo, y aunque el tedioso resultadismo del fútbol moderno se empeñe en llevar la contraria, la lectura del choque es diferente para el que sí pudo verlo. El Celta cometió errores, algunos de bulto, e incluso no ofreció su mejor cara en diversas fases del partido, como en los primeros diez minutos. Sin embargo, el castigo al que fue sometido por el Valencia fue excesivo. Castigo en el ánimo por el resultado y también en las piernas por las patadas.

Plan definido ché

Muchas veces trata de explicarse el fútbol como una ciencia compleja, que requiere mucho estudio y preparación. Puede que sea así en algunas ocasiones. En otras, desde luego que no. El planteamiento del Valencia en Balaídos fue tan sencillo como rudimentario. Juntarse bien atrás, tratar de aprovechar los errores rivales para marcar y cortocircuitar el juego celeste patada a patada. Falta a falta, los de Nuno sumaron 27 en el Municipal vigués. 27 faltas que solo costaron tres tarjetas amarillas. Vicandi Garrido colaboró a que el planteamiento del portugués saliese mucho mejor de lo que probablemente él mismo esperaba. El colegiado vizcaíno dejó jugar casi siempre —excepto cuando pitó una falta sobre el Tucu Hernández que, de haber aplicado la ley de la ventaja, habría acabado en un gol de Wass que habría significado el 2-1—.

Uno de los cinco tiros a puerta del Valencia; uno de sus cinco goles.

Además de en faltas, en lo que el Valencia arrasó al Celta fue en efectividad. Cinco tiros entre palos, cinco goles. Inaudito. La pegada, que siempre había acompañado a los celestes, le dio de lado esta vez y solo consiguieron anotar un gol de los 17 disparos que ejecutaron.

Mazazo antireacción

El segundo gol, en el 45, y el tercero, en el 46, mataron al Celta

El Celta no entró bien en el partido. Diez minutos en los que le costó arrancar y se vio superado por la presión alta del Valencia, que todavía no necesitaba echar mano de las faltas para frenar el ataque local. Justo cuando los de Berizzo empezaban a entrar en calor, con un escarceo entre Wass y Aspas a la salida de un córner, el equipo ché encontró su primera vía de agua hacia el gol.

El fútbol es un juego de errores y el equipo naranja penalizó, y de qué manera, los del Celta. Alcácer recibió a 40 metros de la portería seguido de un Fontàs que le permitió darse la vuelta, apoyarse en Parejo y continuar su desmarque hacia dentro del área, en donde recibió y tiró cruzado ante la pasividad del catalán, blando y lento como nunca.

El gol espoleó a los locales que ofrecieron sus mejores minutos en una primera parte brillante. Cuando el partido enfilaba los vestuarios con un Celta muy superior, que había empatado y pensaba en darle la vuelta definitivamente al partido, de nuevo Fontàs cometió el error de hacerle falta a André Gomes en una posición peligrosísima. Parejo hizo el resto. Era el minuto 45. A la vuelta de vestuarios, en el 46, Jonny tuvo un error de concentración impropio y cedió la pelota a Sergio sin percatarse de que Alcácer estaba al acecho. Luego, el de Torrent definió con una maestría que sí es propia de un delanterazo como él. A los golpes físicos había que añadir los morales.

Parejo, Alcácer y sus goles psicológicos, una pesadilla para el Celta.

Hasta el final

La afición animó como nunca con el 1-5

El partido quedó visto para sentencia en esa jugada. Aunque el Celta jamás dejó de intentarlo. ADN. Ni con 0-1, ni con 1-1, ni con 1-2, ni 1-3, ni 1-4, ni 1-5. Así fuera el partido 1-70 o 70-1. El equipo celeste jamás se rinde. Este espíritu trascendió del maltrecho césped de Balaídos a las vetustas gradas del Municipal vigués. Una hinchada que animó, cantó y apoyó sin cesar a los suyos. Hasta el final.

Una afición madura, que sabe de dónde viene este equipo y hasta dónde ha llegado, y así se lo reconoce. Una afición que, al contrario que otras y que la propia parroquia celeste hace no tanto tiempo, demostró estar por encima del virus del resultadismo. Una afición que supo premiar a los suyos por lo que están haciendo —y por lo que hicieron en el partido a pesar de la goleada— y apoyarles por el mal trago que, sea como sea el desarrollo del encuentro, siempre deja un 1-5. Una afición sobre la que alzarse, sobre la que apoyarse, sobre la que levantarse. Sobre la que mirar al futuro con optimismo.