El derbi ya ha llegado, como diría Fernando Arrabal. Te preguntarás de cuál te hablo. La marabunta de los derechos televisivos ha encuadrado en la misma jornada un duelo de rivalidad gallega con el que llaman Clásico, una confrontación oxidada por el duopolio que gobierna con mano de hierro la competición doméstica. El derbi es ‘O noso’. Aquel que has vivido desde hace años con interrupciones pero con la rivalidad que amamanta el aguerrido localismo que fluye por Galicia. El partido tras el que has querido quemar el único olivo vigués o has deseado desmontar piedra a piedra la Torre de Hércules.

Te ventilas tu primera Estrella y empiezas a pensar por donde la colará Aspas. O intuyes que Lucas Pérez la armará y tendrá unas cuantas para hacerle un roto al rival. Con el segundo envase de brebaje mágico, miras el bolsillo para ver el presupuesto del que gozas. Echas cálculos y recuerdas cuando tomarse un refresco se contaba en pelas. Miras a los que corren por el campo y cuentas ya varios a los que les superas en edad. Te atreves a gritarles, a destacar su pereza y a criticar los estrafalarios looks con los que rozan balones absolutamente estrambóticos, alejados del Tricolore o el Fevernova.

Si hubieras lanzado estas perjuras a finales de los 90, en los que dormías abrazado al álbum de Panini, habrían sido pecado en el patio de recreo, donde soñabas con ser Vlado Gudelj. Cada lunes era una batalla por demostrar que Alexander Mostovoi era el único Dios que poblaba sobre la faz de la tierra aunque ello te costase una reprimenda de los Salesianos.

Becarios y delincuentes

No tolerabas que nadie ofendiese al club, aunque hubiese perecido ante el Odense. Ahora, en el partido a partido las derrotas te hacen agachar la cabeza. La mirada te lleva a ver tu nómina de becario, aunque roces la treintena. A la generación perdida (introduzca fecha de nacimiento entre 1980-1990) no le queda otra que dejarse llevar por Movistar Plus mientras recuerda los extensos resúmenes de la TVG, que casi reproducían todo el partido. Cuando Terio Carrera pronunciaba con mimo foráneo todos los nombres extranjeros. Tiempos en los que el fútbol era en abierto, se jugaba a horas normales y era un capricho, pero no un lujo.

A comienzos de los 2000 el fútbol todavía tenía delincuentes, pero estos leían fanzines y escuchaban vinilos de Cock Sparrer. Las gradas se coloreaban de bengalas, las pancartas no se silenciaban, los chavales buscaban su identidad en la grada de Fondo-Preferencia a espaldas de sus padres. Se sabían mejor las alineaciones que alguno del cuerpo técnico, a diferencia de ahora, en la que los baby hooligans a duras apenas distinguen los colores del equipo. Lo llevan mejor aquellos que ponen velas a la Virxe da Asunción para cobrar la pensión. Se conforman con volver a ver ganar al equipo y que este demuestre figurar de vuelta en el pabellón de los más grandes. Eso, y un par de pinchos con el Ribeiro prepartido son suficientes para colmar su sed.

Pero tú sigues empeñado en rescatar a Gustavo López. Y a Velasco o Cavallero, que fue Zamora en la 2002 / 2003, en la que el Celta acabó en posición de Champions, por delante del Valencia y el Barcelona, que firmó una paupérrima sexta plaza con jugadores como Rochemback o Geovanni. Éstos llenaban VHS de Mundo Deportivo, el mismo que ahora amenaza con llevarse a Nolito a diario, aunque sea con cloroformo. El andaluz no sería más que un relleno de calidad en un vestuario habitado por Makelele, Djalminha o Mazinho. Pero hasta los waltrapas del pasado tenían un aire diferente a los de ahora, atacados por las mechas y la vida nocturna en establecimientos al borde de la clausura moral.

Los malos muy malos

No es comparable la preciosa cabellera de Zsolt Limperger con los pelos de punta de Dejan Drazic. Ni los rapados al uno de Rick Hoogendorp y Welliton Soares dejaron la misma impronta. Unos eran malos con convencimiento, convencidos de que con la puntera se pegaba mejor; los otros unos afiliados a la torpeza intelectual. Y así ha pasado el tiempo.

El duelo de rivalidad gallega ya no es lo que era. Los astros del pasado han dejado paso a los 'jugones' de peinados imposibles. En los campos no se puede fumar y elevar la voz para increpar es una actitud mal vista por los defensores de lo políticamente correcto.

Las amplias casacas han dejado paso a elásticas con ribetes rosados. Los niños, influenciados por el Modo Carrera del FIFA, afirman ser de la Juventus o del Arsenal antes que del Celta, que aparece en su descripción de Twitter mezclado con otros tantos nombres. En el aspecto sonoro, la melodía celeste sigue siendo íntegramente mejor que la charanga de la Banda del Camión. La ampliación del repertorio también ha beneficiado al sector vigués. Grupos como Keltoi! han sabido recuperar con sus letras la identidad del equipo, que es su verdadero y gran patrimonio.

Le das voz al tema '1923' y vuelves a beber otro trago de la Estrella que te has comprado en el Chino, cerca de la parada de la línea 6, le das una buena hostia al portátil, todavía de tubo, y alcanzas al fin a piratear el canal. Juega el Celta, el que pese a todo, es tu equipo, el único capaz de hacerte sentir como cuando eras un crío.