¿Fue verdad lo que conté?

Por esos avatares del trabajo, y pese a ser un habitual en Riazor desde hace más de treinta años, bien fuese como socio desde mi infancia o ya como informador, aquella mágica noche de abril me tocó vivirla y contarla desde la distancia. Distancia física, que no emocional.

En aquel momento yo trabajaba habitualmente en los estudios centrales de la Televisión de Galicia en San Marcos, justamente en el turno de tarde de la redacción de deportes, y era frecuente que me tocase seguir y resumir para los telespectadores gallegos los partidos del Deportivo en la Liga de Campeones. Aquel día también, por suerte, lo que me permitió vivir la hazaña de primera mano a pesar de la distancia física.

Confieso que cuando comenzó el partido no era de los que apostaran un euro por la suerte blanquiazul. Me parecía simplemente una quimera que el Deportivo fuese capaz de superar el más difícil todavía que suponía tener que golear al superpoderoso Milan. Pero lo cierto es que esa misma incredulidad agigantó de tal forma la proeza que lo recuerdo con una emoción indescriptible según iban cayendo uno tras otro los goles. No sólo era quimérico sino que era posible, y a mí me tocaba ser uno de los responsables de contárselo a la gente.

Recuerdo que, consumada la hazaña, era tal la sorpresa y el orgullo que sentía que me costaba dar crédito a lo que yo mismo estaba contando según repasaba y locutaba las incidencias del partido. Aquel Deportivo no sólo se había cargado al Milán. Es que además lo había hecho con todas las de la ley, con un fútbol de escándalo y sin posible pega que ponerle a su triunfo. Me faltaban adjetivos. Me preguntaba dónde podría estar el límite de aquel maravilloso equipo que se apostaba en una semifinal de Champions League, a un par de pasos de poder ser incluso campeón de Europa. Jamás lo hubiese imaginado. Fue ese día el que me abrió los ojos y me hizo ver que sí era posible.

Así que lo recuerdo como una de las noticias que siempre soñé contar, pero nunca pensé poder hacerlo. De esas hazañas de David contra Goliat que quedarán marcadas para la eternidad. De alguna manera yo también era un privilegiado. Eso sí, reconozco que me quedó una espina clavada. Lamenté no haber podido vivirlo en el propio estadio. Sentí envidia sana de mis compañeros que disfrutaron “in situ” en Riazor de una atmósfera inigualable y un momento difícilmente repetible. Gajes de un oficio precioso que, en ocasiones como esta, te permite vibrar y hacer vibrar de felicidad a quien tienes al otro lado de la pantalla.