Si nosotros somos capaces de hacer dos goles, el público puede marcar el tercero”. Era el día 5 de abril de 2004, y Javier Irureta mostraba su fe en la remontada al Milan en una entrevista concedida al periodista de La Voz de Galicia Toni Silva. A sólo día y medio del partido de su vida, el técnico irundarra no se imaginaba que además del tercer tanto de Luque vendría a continuación la volea de Fran que, a la postre, también certificó su peregrinación a la catedral de Santiago de Compostela. Sin embargo, la gesta que aquel 7 de abril subrayó en rojo el nombre de una ciudad de apenas 250.000 personas había comenzado días antes. A menudo, el fútbol depara sorpresas agradables imbuídas de imprevisibilidad. Aquella tarde tuvo lugar una de ellas, pero lo cierto es que A Coruña llevaba preparándose para ese momento desde tiempo atrás. Desde el final del encuentro de ida, con el 4-1 en San Siro, el Deportivo comprendió que, sin nada que perder, las batallas no son sólo 90 minutos sobre el césped, sino también un ejercicio de autoconvencimiento previo.

A la primera piedra de aquel éxito, puesta por Pandiani en forma de gol en el partido de ida, le siguió a continuación un proceso de ebullición en el que la afición y el equipo se encontraron a la misma temperatura. Todos creían en ello, pese a que, como reconocía Irureta tras el partido ante el Betis que precedió al encuentro de Champions, “la temporada empieza a pasarnos factura”. En el backstage, y con la evidente necesidad de marcar cuanto antes para infundir temor al conjunto de Ancelotti, el técnico vasco dudaba entre dar salida de inicio a Pandiani o a Diego Tristán, que atravesaba un mal momento de cara a portería pero siempre era indescifrable en sus movimientos en los últimos 15 metros.

La hemeroteca también demostró que Carletto no venía a A Coruña de forma testimonial pese a recuperar a Nesta y Shevchenko para el partido. Con la eliminación del Real Madrid y el Arsenal el día 6, el técnico rossonero sabía que el Deportivo buscaría contagiarse del mismo efecto que, aquella temporada, otorgó a equipos de segunda línea a nivel europeo el placer de disputar las semifinales de la competición. También a jugadores como Giuly, Prso, Carlos Alberto, Derlei o Damien Duff. Ninguno de ellos era una estrella, pero se comportaron como grandes jugadores en el momento clave. Igual que el Deportivo aquel miércoles. Igual que Mauro Silva, quien el día anterior al partido, en una entrevista concedida a La Gazzetta dello Sport, decía lo siguiente: “Para un club que representa a una ciudad de 250.000 habitantes, estar entre los grandes de la Liga de Campeones es algo único. Yo digo que este equipo aún puede dar grandes satisfacciones a sus aficionados. Y si nuestra temporada en Europa termina aquí, podremos decir que ser eliminados por el Milan fue un gran honor”.

Con el precedente de la remontada al Paris Saint-Germain –con Pandiani nuevamente como figura del encuentro- y la herida que supuso el no poder superar al Leeds en cuartos de final de la temporada 2000-2001 tras un partido en el que el Deportivo buscó el pase con valentía, el encuentro ante el Milan se presentaba como una oportunidad de redención y también como el reto definitivo para una plantilla en el punto de madurez perfecto para garantizar la competitividad hasta el final. A la comunión del grupo en la búsqueda de la machada también contribuyó el clima de euforia creado por las propias clasificaciones del Mónaco y el Chelsea, un hecho en el que profundizó la periodista italiana Alessandra Bocci tras la remontada: “El gran temor había comenzado la noche anterior, porque cuando los nobles comienzan a caer la psicosis aristocrática se extiende por toda Europa”.

Ya en la tarde del partido, y con Xoan Barro, un clásico del periodismo gallego, como enviado especial de TVE en A Coruña para la cobertura previa al encuentro, comenzaban a aflorar las primeras impresiones de los ciudadanos. Las cámaras de las cadenas desplazadas a la ciudad llenaban la Plaza de Lugo, donde el color blanquiazul, además de poblar los puestos de las vendedoras, acompañaba las ristras de ajos colgados en los propios puestos. Así es Galicia. Supersticiosa hasta el final. Quizá cautelosa, sabedora de que las dificultades nunca dejan de estar a la vuelta de la esquina. Sin embargo, siempre está con los suyos. El propio Barro hacía hincapié en que “quién sabe si esta noche será noche de meigas”. Y lo fue. El Deportivo robó el mes de abril a todo un Milan, pero también robó los corazones de gran parte de Europa aquella tarde, porque las historias de superación siempre comienzan con un paso hacia adelante. El mismo que dio Pandiani en el minuto 5 para realizar la recepción del pase de Romero, descolocar a Maldini y batir a Dida.

Todo optimismo, ¿no?”, comentaba semanas después Javier Irureta a Canal Plus. “Recuerdo que fui a un restaurante y todo el mundo se levantó y aplaudió. Nunca me había pasado. Ves gente feliz, y esa es una cosa con la que uno queda satisfecho. De ver a tanta gente feliz”. El 7 de abril de 2004 quedó marcado para siempre en el calendario del deportivismo, pero también en el de cualquier aficionado al fútbol de élite. Fue una noche en la que el cansancio no tuvo cabida. No en el maltrecho tobillo de Víctor. Tampoco en las piernas de Manuel Pablo, el único miembro de aquella plantilla que sobrevive a los años de vino y rosas. Sólo existía un desafío: el que afrontaron de la mano una ciudad y un equipo que siempre será leyenda.