Siempre se ha dicho que los trapos sucios se lavan en casa, pero esta noche el Deportivo no hizo más que sumergirlos en el fango ante un equipo que sabe lo que es eso. Un Córdoba deshauciado por más de uno sacó pecho y talante a relucir en un partido que se le escapó en los últimos minutos con un empate inesperado que les corta profundamente las alas.

En la banda, un Víctor Fernández taciturno y nervioso, despojado de sus videntes Lucas, por sanción, y Cavaleiro, por lesión, agudizando la crisis colectiva del equipo con Getafe como su máximo esplendor. El Dépor no mete goles, pero en las últimas jornadas se ha visto desprendido de su capacidad competitiva, el tino al combinar y el carácter que mantenía con esperanzas a una afición desconfiada y sin ilusión, que ve cómo su equipo se hunde paulatinamente en el barro con la miseria de lo tres de abajo como único argumento para la salvación. Esta noche tuvo la oportunidad de abrir brecha con el descenso ante un Córdoba hundido que sacó fuerzas de flaqueza para acercarse de un modo esperanzador a un objetivo que hace cuatro días se tornaba imposible.

El orgullo siempre ha sido talante de andar por casa, y el Deportivo saltó a Riazor con esa máxima para dar un golpe en la mesa y estabilizar un poco las cosas, para salud de Víctor Fernández. La grada, a medias pero presente, arropó inicialmente a un Dépor entregado y decidido, con un Fariña eléctrico que avisó a los tres minutos con una portentosa jugada individual que terminó con una espléndida estirada de Juan Carlos con la que desvió el esférico a córner. Cuenca también quiso unirse a la fiesta con una internada por la derecha, desde donde armó la pierna para sacar de su asiento a medio Riazor con un derechazo que se perdió lamiendo la escuadra izquierda.

Pareció ser ese todo el fuelle de los herculinos, ya que el Córdoba se creció en mediocampo para dominar la sala de máquinas y contestar asì la autoridad al Deporrtivo. Revuelta que terminó en hegemonía, pues Fede Cartabia y Bebé camparon a sus anchas por el césped para dar alas a un Córdoba que se gustaba más y más según avanzaban los minutos. Con esa tendencia, los de Víctor Fernández se descoyuntaron de manera insospechada para experimentar con un burdo patadón que no dejó lugar ni a tres pases seguidos. Causado, quizá, por la inoperancia de Bergantiños y Borges, que siendo siempre más lentos que sus parejas, conformaron un doble pivote yermo y sin sangre. José Rodríguez, beneficiado de la ausencia generalizada en la mediapunta, tampoco hizo méritos para que en la casa blanca se fijen en él, jugador tenaz e intrépido, pero que esta noche se mostró lejos de su mejor versión.

Florín Andone confirma el horror en Riazor

Tras un final de primera mitad abrupto y arrollador por parte del Deportivo, después de pastar concienzudamente el verde de Riazor, todo volvió a la normalidad en la reanudación, en donde el Córdoba volvió a mostrarse sereno y cauto, privando del olor del esférico a un conjunto zafio y deshecho. Tal temor se hizo carne a los diez minutos cuando Florín Andone se adelantó a Fabricio en una jugada rápida en donde al delantero andaluz le dió tiempo para controlar y anotar. Los gritos del cordobesista se imponían a una afición muda, Toché intentaba surtir de segundas jugadas a Cuenca y Fariña, pero no encontró pareja de baile hasta que Víctor Fernández, en un movimiento reflejo, dio salida a Oriol Riera para poblar el área rival de portentosas cabezas.

El gusto combinativo del Deportivo seguía dejando mucho que desear, sobre todo cuando, al cuarto de hora, Luisinho es expulsado por una doble amarilla nacida de una falta innecesaria e inexperta. El Córdoba continuaba entero y no perdía los nervios ante un equipo fuera de quicio y con un hombre menos. Pero de nuevo salió a flote el orgullo y, con la entrada de hombres versados en la asistencia, como pueden ser Medunjanin o el infante Hélder Costa, los coruñeses se echaron encima del farolillo rojo con más corazón que con cabeza para que, finalmente, el hombre que había puesto delante de la cara la salvación de su equipo, introdujese el balón en su propia portería para certificar un empate ingrato para todos.  

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