Nadie se esperaba a un Dépor contemplativo esta tarde en Riazor ante un Levante – todavía en peligro con las matemáticas en la mano – que poco fútbol ofreció para hacerse con los tres puntos. Los de Víctor Sánchez del Amo se desprendieron de la indolencia que tanto se les acusaba en los últimos meses para destilar nervio y militancia en un final de liga histórico para los equipos acosados por la Segunda División. Era tarde de transistores y calculadoras en A Coruña,"Día das letras galegas" y de angustia tecnificada por la citación a los infiernos deportivos – y quién sabe si no también económicos – para un equipo que pretende deshacerse de penurias pasadas.

Armado y con brío, el Deportivo no dio lugar a la respuesta de un Levante plano y taciturno que, en los primeros minutos, se vió desestimado para la posesión del balón, producto esta vez por un control imperial en el centro del campo por parte de los herculinos. Quizá por la actitud contestataria de un Bergantiños que ofreció todo lo que tiene y más, dotando de seria consistencia a los suyos por medio de un firme convencimiento que muchos desearon haber visto, no antes, pero sí con mayor asiduidad. Los laterales, de nuevo, se desenvolvieron con la entrega y el espíritu que tanto echaba en falta una afición de inconstantes y contradictorias emociones. Tal fue la dicha de un jugador a priori tan irrelevante, porque Manuel Pablo se gustó en el temple y la colocación hasta que, en un mal despeje, su isquiotibial dijo basta para atentar contra lo que sería la más que posible despedida de un jugador que lo dió todo durante más de 16 años, aunque dicho currículum de poco sirvió al tener que retirarse resignado el lateral canario cuando ni siquiera se habían cumplido diez minutos de encuentro.

 El guante de Lucas colocó el esférico en área levantinista para que de nuevo el corazón de Lopo conquistase a una afición que estalló con el mayor de los júbilos

Si algo ha caracterizado la mano de Víctor en este Dépor de final de temporada es la recuperación de los cuatro laterales, fórmula patentada durante la pasada campaña por Fernando Vázquez, tan añorado técnico por la robusted que éste equipo no tiene. Esta tarde fueron tres los carrileros que saltaron al césped de Riazor, desacreditado Juanfran para la titularidad tras la discreta actuación en el Nuevo San Mamés, pero constante la esencia del control que presupone dicha estrategia. Fue uno de dichos inquilinos el que brilló por encima de todos en esta tarde de asegurado infarto, porque Luisinho desprendió orgullo y buenas maneras en un encuentro que se abrió por medio de una falta que él mismo provocó. El guante de Lucas colocó el esférico en área levantinista para que de nuevo el corazón de Lopo conquistase a una afición que estalló con el mayor de los júbilos por medio de un remate tan sofisticado como efectivo.

Tuvo la oportunidad de degustar el balón el Levante pasado el descanso, con actitud deslenguada con la que sentirse cómodo y hacer su parte para alcanzar un objetivo que resultó ser dado. Auspiciada por un Dépor – por momentos – alicaído, la grada comenzó a bufar por lo tenso de la situación, con la cabeza en otras partes aunque de corazón presente. Bramidos que se vieron mermados por la remontada del Sevilla en el Pizjuán, que dejaba al Almería en caída libre y con la última cita del Valencia en tierras andaluzas.

Apoteósico clímax final

La tensión no cesaba al ver, jugadores y afición, sus mentes invadidas por ingratos recuerdos y sudorosas reminiscencias, pues nunca carecen de emoción aquellos encuentros abiertos con tan fuerte apuesta encima de la mesa. Porque hay mucho en juego y hasta el más nimio detalle puede convertirse en la losa que pese sobre los hombros de aquellos que se sorprenden vencidos. Pero no mordieron los de Lucas Alcaraz, a pesar del desgaste coruñés que, de la mano de su afición, se tornó ausente con la entrada de Juanfran.

Comenzó el encuentro como hombre condenado por sus desaires ante el Athletic, pero el lateral, vestido de extremo una vez más, brindó alternativas a un equipo que volvió a sentirse fresco y arropado, así como gustoso en la conservación de la pelota. Resultó ser dicho nombre, tan señalado y cargado de reprobaciones, el que puso broche de oro al partido con un zurdazo primoroso que se coló en la puerta de Mariño tras topar con la parte interior del poste. Pudo al fin Riazor desbocarse en una celebración marcada por la intransigencia de su equipo que, con un Levante cautivo, afronta con ilusión una última jornada que no dejará lugar a contemplaciones.