En los últimos cinco años, ser aficionado del Deportivo de La Coruña se ha convertido en lo más parecido a un deporte de riesgo. Desde el fatídico descenso de categoría de 2011, el camino de este equipo grande venido a menos tornó en una travesía en el desierto que durante cuatro años ha juntado alegrías y sinsabores, aunque concretamente más de lo segundo que de lo primero. Por ello, seguir al Dépor es recomendable solo para los seres humanos de corazón fuerte y nervios a prueba de bombas.

Dos descensos en tres años han convertido a la afición de la ciudad de A Coruña en un grupo con una curiosa habilidad para asimilar rápidamente los fracasos, y se vio a los cinco minutos de comenzar el Barcelona - Dépor de ayer sábado. Los goles del excepcional Leo Messi, Mikel Arruabarrena y Thomas, agrupados en el ridículo lapso de tiempo de dos minutos a los cinco de comenzar la jornada unificada, acabaron con las esperanzas del 99% de los espectadores vestidos de blanco y azul. En todos sitios hay algún loco optimista, ese 1% de mente atrevida e imaginativa, y quién le iba a decir hora y media después al resto que él tenía razón.

De la lágrima de resignación a la lágrima de alegría

¿Qué argumentos había para el optimismo? ¿Y para el pesimismo? Nada más consumarse la victoria frente al Levante ese conflicto de sensaciones se convirtió en el día a día del deportivista de a pie, deseoso de las 18:30 del día 23. Y que pasara lo que pasara, pero acabando ya con una agonía que ya había disfrutado de demasiado tiempo de vida. A las 19:30, la resignación reinaba en los bares, en las casas y en los 300 valientes desplazados a un campo del Barcelona convertido en el escenario de una macrofiesta. ¿Pero por qué no unirse a ella como invitado? No, era demasiado difícil. El Dépor iba a afrontar su tercer descenso en un lustro y solo una carambola podía evitarlo.

La euforia dominó a los jugadores del Dépor nada más acabar el partido. Foto: LFP.

El Eibar finiquitaba su compromiso con una solvencia que asustaba, el Almería era capaz de asustar al Valencia con dos adelantamientos en el marcador, y lo que era peor, Messi tenía ganas de divertirse. El segundo tanto del argentino acabó con las ilusiones hasta de nuestros amigos del 1%. Se había acabado. Pero de repente Lucas Pérez enganchó un zurdazo a la escuadra. Y luego Medunjanin avisaba con una falta al larguero. Pero fue Diogo Salomão, protagonista de una temporada algo peor que un cero a la izquierda, el que decidió que no, que el deportivismo no se merecía tanta desgracia junta.Primero Vicente Celeiro, y ahora Diogo Salomão

El gol de 'Salo' pasará sin duda a la historia del Deportivo como la culminación de una gesta de las que tienen mérito. De las que dentro de unos años se recuerdan y se pasan de padres a hijos, de hermanos mayores a menores. Un gol que firmaría el mismísimo Vicente Celeiro. Estaba todo perdido. Los de Víctor Sánchez, del que no se hablará porque esto se convertiría en una serie interminable de párrafos plagados de 'gracias', perdían 2-0 contra el mejor equipo del mundo hasta que ocurrió eso, lo más inesperado.

El pitido final desató una avalancha inmensa de emociones, lágrimas, risas y gritos innumerables de júbilo que recordaron a los grandes tiempos en los que el propio Dépor celebraba Copas y Ligas; todo descargado tras dos horas en las que aproximadamente 500.000 corazones estuvieron cerca del infarto. Pero oigan, valió la pena. El Deportivo estará una vez más junto a los más grandes de España, ¿qué más quieren? Problema solucionado. Y ahora, a crecer y consolidarse.