Empezaba la temporada en Riazor y con Víctor Sánchez del Amo en el banquillo. Un hombre de la época dorada del Dépor que quería llevar la camiseta blanquiazul a cotas mayores que la temporada pasada.

Con la remontada y salvación agónica en el Camp Nou todavía en la retina del aficionado herculino, se disputaban los primeros encuentros de una temporada que, por fichajes y pretemporada, se presumía más llevadera que la anterior. Sin embargo el Deportivo sorprendió a propios y extraños con una gran propuesta de juego que lo llevaría a cosechar más puntos de los esperados en las primeras fechas, situándose en puestos de acceso a Europa. Cualquiera que conozca al equipo coruñés sabía que tocaba ir con prudencia. Después de vivir una montaña rusa los últimos años tocaba una campaña tranquila y, pese a lo que se veía sobre el verde, soñar con volver a competición europea se antojaba demasiado.

Aún así los hombres de Víctor se empeñaban en ilusionar a una hinchada que ha sufrido como ninguna otra últimamente consiguiendo finalizar la primera vuelta entre los diez primeros. Si se mantenía el ritmo se podría soñar o, cuanto menos, se daba por hecho el no sufrir. Aspirando a convertir un sueño en realidad, las comparaciones… quién sabe el por qué, pero lo visto en la primera vuelta se quedó en una mera ilusión y el equipo perdió el norte. El conjunto compacto y rocoso, sorpresa de la primera vuelta, se comportó como una taza de porcelana al caer desde la mesa llegada la segunda parte del campeonato. Fragilidad defensiva, inoperantes en ataque y una extraña incapacidad de ganar que en algunos partidos llegaba a ser inexplicable aún contando con un mal de ojo.

Las jornadas pasaban y el sueño se esfumó, dando paso a la incertidumbre. Se avanzaba en el calendario y el Deportivo descendía en puestos alarmantemente hasta casi tocar fondo. En los últimos partidos los blanquiazules se encontraban ya envueltos en la quema. Otro año en el que el público de Riazor finalizaría la temporada con el corazón en un puño, dando paso a los nervios y el enfado. Algo que parecía utópico en diciembre se cumplía llegado abril y tocaba confiar en un equipo que en el presente año solo había vencido en un encuentro.

Para alivio de los deportivistas, el tramo final de temporada tuvo un final feliz para sus intereses, aunque eso no les privó del susto. Parecía que, de nuevo, el año acabaría en pesadilla, con los jugadores tirados sobre el césped de Riazor en el último encuentro. No fue así y lo que comenzó siendo una ilusión a principios de octubre se quedó ahí y no pasó a más. El sueño esta vez no se tornó en pesadilla, solo fue un mal sueño.