“El Espanyol apuesta por Sergio González”, una de las frases más escuchadas en el ambiente periquito hace un año. Era eso, una apuesta, un voto de confianza, un premio. Un premio por su gran labor con el filial blanquiazul, del que estuvo a cargo durante tan solo seis meses. ¿Qué hizo para merecer este gran ascenso? Cuando se quedo al mando del Espanyol B, el equipo se situaba decimosexto luchando para evitar el descenso en Segunda B. Acabaron el año octavos, con tan solo dos derrotas en 17 partidos.

A finales de mayo del año pasado, los nombres que rodeaban la atmosfera de Sant Adrià eran Ziganda, Gaizka Garitano, Javi Gracia, Mendilibar y Sergio González. El Espanyol apostó fuerte por el de casa. Querían un técnico que mirase a la cantera y, sobre todo, que no ahogara las delicadas cuentas corrientes del club. Un riesgo para unos, una gran idea para otros. El tiempo lo diría.

Presentación de Sergio González en el Power8 Stadium | fotografía: ligabbva.com

Durante la temporada 2013-2014, el Espanyol de Aguirre disputaba partidos grises, aburridos, sin brillo, pero al final pudo obtener los 42 puntos que le dieron la salvación matemática. Pero, a partir de ahí el equipo se deshinchó y se olvidó de la liga y de lo que era ganar. Entonces llegó Sergio e impuso un juego más fluido, de toque, de posesión. Pero el Espanyol empezó la temporada confundido y la intención de atesorar el esférico se iba desvaneciendo partido a partido.

En la jornada 12, tras ser derrotados en San Mamés por 3-1, el conjunto periquito sumaba tan solo 11 puntos y se situaba a uno de la zona de descenso, fue entonces cuando las dudas sobre la capacidad del técnico empezaron a aparecer, sobre todo en la directiva, que nunca se había terminado de convencerse de que Sergio tomara las riendas del primer equipo. Pero quien apostó por él, Oscar Perarnau, seguía creyendo en el proyecto y le dio todo su apoyo.

Des de aquél momento, el Espanyol se amarró con fuerzas a la Copa del Rey y fue avanzando por ese sendero. Solo era cuestión de tiempo de que las cosas en liga también empezaran a salir bien. Sin duda, enero y febrero fueron los meses de oro para el cuadro blanquiazul: la delantera empezó a ser rentable – tanto Stuani como Caicedo, sobre todo este último, vivieron un momento de auge -, se eliminó al Valencia en Copa y también a uno de los equipos más en forma de esta temporada, el Sevilla de Unai Emery. Además, se escalaron varias posiciones en la clasificación. Hasta el empate a uno en San Mamés en la ida de las semifinales de Copa, los de Sergio González vivían su momento más dulce de la temporada. Fue entonces cuando la joven plantilla se enfrentó a algo a lo que no estaban acostumbrados: un partido decisivo.

El Espanyol ofreció una imágen gris en partidos importantes. | fotografía: mundodeportivo.com

Los jugadores salieron aterrorizados – para decirlo de alguna manera – y no se vio en ningún momento al equipo de las últimas semanas. Lo mismo pasó más adelante contra el Barça: un Espanyol encerrado atrás y con miedo de dar más de dos pases seguidos no supo plantarle cara a su eterno rival. La falta de actitud en partidos importantes ha sido uno de los asuntos más preocupantes del Espanyol de Sergio González, probablemente por la falta de experiencia tanto de los jugadores como del míster en estas situaciones.

Aunque la buena cara de la moneda es la ilusión con la que se ha vivido esta temporada ambas competiciones. Se ha llegado a una semifinal de la Copa del Rey y, por otro lado, se han tenido opciones de optar a posiciones europeas hasta la última jornada (por muy remotas que fueran).

Ha sido un año de cambios. Se ha visto la mejor cara de Javi López de mediocentro, Stuani ha jugado de delantero durante toda la temporada y el sistema de rotaciones ha sido óptimo. Casi todos los jugadores de la plantilla han tenido minutos y eso no les ha permitido a ninguno de ellos relajarse ni un momento ya que sabían que ninguno era irremplazable.

Un Sergio González, novato en Primera División, ha conseguido colocar al Espanyol décimo con 49 puntos sin tirar la toalla en ningún momento de la temporada – cosa que se echaba en falta en los años anteriores -. Con errores y con poca experiencia, el joven técnico ha logrado lo que muchos entrenadores antes no lo habían hecho: avivar la ilusión del corazón de los periquitos.