Se izan las velas. El viento sopla en contra. Las olas manchan la madera pintada a rayas blancas y azules. La tormenta perfecta delante. El buque hace aguas por todas partes. El capitán no hace mucho que se bajó del barco para marcharse a una lujosa nave árabe, el mástil de madera de ahuehuete mexicano está roto y unos corsarios de ropajes blancos saquearon dos de los tesoros más valiosos del barco blanquiazul. No hay nada que hacer. La tripulación tiene la moral por los suelos, no hay manera de levantar el ánimo y el futuro es verdaderamente aciago. Cielo anaranjado que degrada a negro. A negro hollín.

El comandante González no sabe qué hacer. Sus hombres son fieles y fuertes, eficaces en el cuerpo a cuerpo; pero no son capaces de aniquilar al contrincante con suavidad ni elegancia. Golpes duros al hígado, mucha sangre y dientes desparramados por el suelo inestable del navío. Así no se puede entrar en los mares de Primera, donde la fuerza sin control no sirve de nada. Lo mejor es atracar en el puerto más próximo e intentar disuadir a los piratas del lugar para que se unan a la empresa definitiva.

Hay mucho donde escoger pero no es fácil encontrar a la gente adecuada. Muchos son agresivos y montan trifulcas en la taberna del muelle. Esos están descartados. Otros son muy jóvenes. No saben lo que es surcar el mar pero pueden valer. Los chicos tienen agallas y mucho futuro por delante. La experiencia se adquiere con el tiempo y juntarse con tipos duros como los que dirige el comandante González puede serles útil.

En una esquina, separados de la multitud y engalanados con ropa onerosa, hay dos chicos que se diferencian de los demás. Una tez blanquecina adornan sus rostros. Dicen ser descendientes de los vikingos. Las malas lenguas comentan que son dos de los filibusteros más temibles que hay por los mares menores, sobre todo el de las cejas pobladas y negras. Estos dos también deben de estar al lado del comandante.

Las ratas salen de debajo de las cajas que transporta un negro con el pecho descubierto y de acento afrancesado. Los músculos afloran con el esfuerzo, la despejada cabeza está perlada de sudor y la enorme envergadura del sujeto le hace sobresalir por encima del resto. La fuerza del mandingo es sobrehumana. Un par de hombrecillos con rasgos indígenas, uno enjuto y con ojos rasgados y el otro algo más fondón y alto, le miran con recelo. Desde luego, juntos formarían un trío formidable y por algo de oro español se unirían a una comitiva cada vez con más talento.

Foto: RCD Espanyol.

El último hombre que le hace falta al comandante González es un corsario valeroso, distinguido y de movimientos gráciles. Un hombre capaz de levantar el ánimo al compañero y encoger los corazones de los guerreros más osados. Por el lugar no hay nadie de esas características. El comandante sabe que tendrá que desembolsar una cantidad importante de dinero para llevarse a su nave un individuo que lidere a la dotación.

En lo alto de la colina se ubica el Palacio de la Cerámica. El personal del lugar siempre viste de amarillo, pues no temen a la mala suerte. Es gente que ha probado las mieles del mar europeo, ese que solo puede ser navegado por embarcaciones reforzadas con los mejores materiales. Es complicado convencerles de que cambien una vida acomodada por otra difícil, donde siempre se debe ir a contracorriente. El comandante González creía que iba a ser complicado persuadir al menos a un miembro del clan amarillo.

Foto: Perico Domínguez.

Llegó a la residencia de la facción ‘grogueta’ ansioso por completar un plantel joven pero a la vez experimentado, sólido en la defensa del buque y poco efecto a la hora del abordaje. Faltaba esa pieza que supiera controlar los tiempos de las acometidas, que destrozara las defensas del enemigo desde dentro y lograra hacer algún prisionero. El comandante no pensaba que nada más personarse en el Palacio de la Cerámica un corsario diera un paso al frente y dijera alto y claro que quería adherirse al nutrido plantel del barco blanquiazul. No le importaba que alguien de su pandilla le tildara de traidor. Él quería unirse al propósito de asaltar el mar europeo de una vez por todas bajo las órdenes del comandante González.

La nave estaba lista para zarpar de nuevo. Los nuevos ya se codeaban con los tripulantes iniciales. Un equipo a todas luces capaz de dar la cara por cualquiera. El mar europeo está al otro lado de la tormenta. La travesía es larga, dejará heridos por el camino y otros probablemente no estén pasados unos meses del trayecto. El comandante González tiene entre manos un plantel interesante capaz de hacer grandes cosas, aunque prima la defensa del navío por encima del ataque a los enemigos. Es la hora de sobrevivir en el encarnizado periplo hacia las tierras del viejo continente.