Las estadísticas, al igual que el algodón, no engañan. Y Vallecas era un territorio muy propicio para que el Espanyol explotara sus virtudes, tal y como lo haría un hombre de negocios con corbata vaquera en un páramo yermo de Texas. Sin embargo, el rival también juega y el Rayo Vallecano no cometió los errores que normalmente acaban estropeando un buen trabajo en la creación.

A las primeras de cambio los periquitos armaron un pequeño contragolpe en el que Hernán Pérez centró tras romper la cintura a su defensor y poner el balón justo donde estaba Víctor Álvarez y nadie más. Toño, que sabe más por viejo que por portero, se quedó clavado y sacó una mano prodigiosa para enviar el remate del jugador espanyolista al larguero.

El Rayo no necesitó mucho para responder al Espanyol con otro palo. Lass emuló a Hernán y centró tras una cabalgada explosiva. Su centro se marchó al otro lado sin que nadie rematara y de ahí nació otro centro que nadie supo despejar. Ebert cabeceó, aunque estaba tan solo que podría haber intentado cualquier remate imaginable, y ajustó tanto su testarazo que el poste evitó lo que la estirado de Pau no pudo.

El encuentro estaba nivelado. Nadie dominaba. Trashorras estaba pluriempleado bajando a pedir y construyendo, la línea del Espanyol estaba bien colocada y no daba pie a oportunidades rayistas y solamente Hernán Pérez, Asensio y Lass especiaban un partido condenado a ver goles.

Las condenas están para cumplirlas y el Rayo Vallecano iba a ser el encargado de sacudir un cero del marcador. El colegiado señaló un penalti muy riguroso a favor de los locales después de que Javi Guerra y Enzo Roco, que acababa de cambiarse la camiseta y no había participado en las jugadas anteriores, forcejearan dentro del área. Trashorras lo tiró raso y a la izquierda. Pau López adivinó la trayectoria pero no llegó a parar la pena máxima e impedir que Trashorras se convirtiera en el segundo máximo transformador de penaltis de la Liga.

El paso por los vestuarios sirvió de poco al Espanyol. Al poco de comenzar la segunda parte Lass Bangoura, justo antes de ser cambiado por Paco Jémez, pudo poner tierra de por medio con los espanyolista en un dos para dos. Sin embargo, el habilidoso jugador rayista se confió más de lo debido y Fuentes cortó el ataque de forma tajante. Poco más tarde Álvaro González sacó con la cabeza otro tiro de los locales.

La presión del Rayo Vallecano era tal que el Espanyol no podía encadenar tres pases seguidos. La falta de acierto en la circulación del balón era un caramelo para los locales. Los de Jémez tuvieron el control del balón y en ciertos momentos embotellaron en su área a los espanyolistas. La misma actitud timorata que había exhibido en todos los partidos el Espanyol, y que guardó en la mesita de noche en el Benito Villamarín, volvió a manifestarse como los fantasmas de El Cuento de Navidad. Para colmo de males, Víctor Sánchez fue expulsado por doble amarilla.

El Espanyol estaba cansado, desbordado, con un hombre menos y sin el balón. Las contadas ocasiones en las que los espanyolistas tenían el control del esférico eran poco productivas ya que cada uno hacía la guerra por su cuenta. Asensio, totalmente desaparecido, bajó a recebir a campo blanquiazul y perdió el cuero al momento de arrancar a correr. El mallorquín, a diferencia de otras veces, bajó a recuperar el balón que acababa de perder pero ya era demasiado tarde. Bebé centró raso al segundo palo y Javi Guerra remató a puerta vacía. El ariete rayista no iba a conformarse con solo un tanto y poco después selló su buen partido con un golazo desde fuera del área al que Pau no llegó por poco.

Un partido, aunque no se luche, no acaba hasta el final. Burgui no se lo pensó dos veces y cuando tuvo oportunidad siguió la tónica de sus compañeros y se la jugó el solo. El extremeño llegó al área rival y provocó un penalti por manos y la expulsión de Tito. El propio Burgui decidió tirarlo. Ni de penalti pudo marcar el Espanyol. Toño paró la pena máxima y el Espanyol dejó de ser castigado.