Una final para el Espanyol, una finalísima para el Levante. Los dos equipos en plena lucha por conseguir la permanencia llegaban a esta 33ª jornada en situaciones un tanto diferentes. Los locales, colistas; los visitantes, con un margen de ocho puntos pero con la necesidad de sellar el objetivo para hacer frente al complicado calendario que se les acerca con cierta tranquilidad. Un partido de aquellos donde no hay alguien que lo gana sino que es uno quien lo pierde. Un partido de detalles, donde minimizar los errores es un factor clave. Un partido de alta tensión, ganas e ímpetu.

Como Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Los pericos salieron al campo con el habitual 4-1-4-1 que tan buenos resultados les había dado en estas últimas jornadas. Con dos líneas de cuatro y un Diop encargado de cortar los pases interiores el Espanyol contrarrestaba casi de forma simétrica el 4-4-2 del conjunto entrenado por Rubí. La consigna de Galca era clara: orden defensivo  y salida rápida al contragolpe. Efectividad antes que el juego vistoso. Pragmatismo para llegar a la tan ansiada permanencia. Ante un Levante tímido en los primeros minutos, la receta funcionaba. Los nervios se apoderaban de los locales y las pérdidas en el centro del campo empezaron a ser preocupantes desde el minuto cero. En una de ellas llegaría el primer tanto de los blanquiazules. Caicedo, titular por sorpresa de todo el mundo, fue quien empezó la jugada, interceptando un balón en el centro del campo. Tras un gran pase interior de Víctor Sánchez y un mejor control de Hernán Pérez, el paraguayo batió al meta Diego Mariño con un disparo raso a la derecha. Séptimo gol para el guaraní que iguala a Felipe Caicedo como máximo realizador perico en liga.

El Levante, incapaz de traspasar las dos telarañas que había dispuesto su rival en el campo se desesperaba. Los locales no conseguían darle continuidad al juego y las acciones a balón parado se presentaban como la única opción para conseguir la igualada. Nada más lejos de la realidad. Una falta lateral colgada por Rossi planeó sobre un mar de cabezas y entre despropósitos e indecisión el balón acabó entrando en la portería defendida por Pau. Donde acabó la mejor versión del Espanol, empezó la mejor del Levante.

A balón parado, capítulo dos

Con el empate en el marcador el conjunto blanquiazul se sentía cómodo. Más dominador de la posesión que su rival, controlando las acciones de peligro y viendo pasar los minutos. El Espanyol hubiera firmado el final del partido antes de empezar la segunda parte. Por mala suerte y recurriendo al tópico, los partidos duran noventa minutos. La fórmula para no sufrir pasaba por el centrocampismo, algo que estaba funcionando a la perfección con un Víctor Sánchez todoterreno que echaba una mano allí donde fuera necesario.

Todo era un camino de rosas hasta que Abraham cometió una falta un tanto absurda sobre Lerma, uno de los jugadores más activos en el partido desde que entró en el terreno de juego. Verdú cogió el balón, lo puso donde se lo indicó el árbitro y subieron los centrales. A partir de aquí, lo previsible. De nuevo, una defensa pésima de la zaga perica permitió a Medjani rematar absolutamente solo para dar la vuelta al luminoso.

Más fe que fortuna

El Espanyol no estaba fino arriba. Con un Caicedo desaparecido y un Asensio fundido el peso del ataque lo llevaba Hernán Pérez. Sin ideas ni combinaciones, Galca apostó por dar entrada a Gerard Moreno y Burgui, cambios que se tradujeron en un Espanyol más volcado pero con la misma inefectividad.

A falta del resto de la jornada los de Galca se encuentran ahora mismo a ocho puntos de la zona peligrosa, una distancia que podría reducirse hasta cinco dependiendo de los resultados de los equipos implicados en la pelea. Los pericos han dejado escapar un auténtico match-ball viendo el calendario que les espera. El próximo martes 19 de abril reciben al Celta, equipo que pugna por puestos europeos. A este le sigue un Las Palmas en racha para terminar después con Sevilla, Barcelona y Eibar. La situación no es alarmante pero ya se oyen algunos tímidos avisos por megafonía. Cerrar la salvación o sufrir hasta la última jornada.