Su mano izquierda luce el anillo de casado y sujeta su mentón, tampoco necesita mucho esfuerzo. Su cuello está rígido, inmóvil, inerte. La mirada perdida en la inmensidad del terreno de juego, no observa a nadie, ahoga sus ojos en el césped. Su piel blanca contrasta con sus mejillas sonrosadas, su estado de salud parece óptimo. Han pasado varios segundos y no ha movido un solo músculo, ni siquiera un pestañeo incontrolado, retira su mano de la barbilla y conduce su mirada hacia el banquillo, su torso se gira lentamente. Cesc Fábregas le mira con inseguridad y los hombros destemplados, está conmovido, no entiende lo que ocurre. Su esbelta figura abandona la zona técnica lentamente mientras camina pensativo buscando su reposo, todo ha terminado.

En los últimos cinco años se ha podido ver al Barcelona perder varias veces en España y en Europa, pero jamás se le vio en todo ese tiempo hincar las rodillas sobre el césped y flexionar su cabeza ante otro equipo. Unas veces fueron los árbitros, otras los caprichos de la divina providencia y en algunas ocasiones una mezcla de ambas cosas. Ayer el fútbol, el balón, el césped, el Bayern tumbó al Barcelona sin ningún tipo de contemplaciones. Lo hizo con brutalidad alemana, sin atisbo de piedad o dudas, pero con respeto, pues bajo su hacha tenía el cuello del equipo más grande de todos los tiempos. Los alemanes no se lo pensaron ni un segundo, partieron al conjunto catalán en mil pedazos y expusieron ante el mundo entero su decálogo de flaquezas y su rosario de debilidades inalteradas.

Los alemanes asfixiaron a un Messi maltrecho e impotente, le pasaron por encima, mientras tanto, la soledad vapuleó a Busquets en el medio centro, Schweinsteiger le concedió su camiseta al descanso, el trofeo de los complejos. Xavi no pudo, Alves e Iniesta lo intentaron. Jordi Alba mostró al final un orgullo innecesario, al fútbol se juega mejor con los pies que con las manos. Fue muy pronto para Bartra y Piqué aún no es un veterano, poco podía tranquilizarle. Alexis luchó contra molinos de viento, Pedro fue un mártir abnegado, como Valdés, con el cupo de suerte suficiente consumida, aunque rozó la proeza en casi todas sus acciones. Tal fue la superioridad germana que ni tan siquiera una lamentable actuación arbitral puede ofrecer una sensación más decorosa en favor del conjunto culé.

El fútbol se nutre de tres factores, el Bayern dominó el físico y el táctico, al Barcelona no le sirvió la técnica. Mientras los blaugranas eran devorados lentamente sobre el terreno de juego, Tito Vilanova adoptó la postura de quien se siente acertado en sus augurios y al mismo tiempo vapuleado en sus razonamientos, se negó a mover un ápice de su ingenio, pasó el minuto sesenta que es el momento de los cambios mecanizados y castigó a Villa introduciéndolo en el encuentro, el martirio acabó para Pedro. Al terminar el encuentro Lineker tuiteó al mundo una ironía inglesa como un templo: “Uno de estos equipos necesita a Guardiola, y no es el Bayern”.

El Barça ha desembocado en los presagios silenciosos de Guardiola, supo irse a tiempo. Empieza a fallar la estructura culé porque esa estructura era soportada por el cerebro de Pep, Vilanova solo es un técnico, quizás un gran técnico, aunque ayer no lo supo ser. Cayó el Pepteam cuando él se fue, porque el Barcelona ha permitido que las mentiras compasivas se instalen en sus cimientos y que el vestuario abra su puerta a la autocomplacencia directiva de Rosell. El resultado y el juego son lo de menos, el FC Barcelona se ha convertido en una falsa Ong, en una gran familia sin lazos de sangre cuyo objetivo ya no es el juego, sino las relaciones metafísicas. Un karma omnipotente que se aleja del balón y que solo vela por la salud. O quizás la salud y la enfermedad solo sean una receta preventiva para los posibles fracasos deportivos. La mentira piadosa, un túnel de lavado para Toni Freixá que le permitió decir que el actual técnico ya había superado en todo a su antecesor. Lo último que necesitaba Vilanova y sus jugadores era indolencia y compasión.

Messi es el mejor jugador de todos los tiempos, nada es imposible, lo dice Adidas, su patrocinador y lo dice su infinito talento. Pero más le valdría al Barcelona caer eliminado, mejor vivir un tiempo en la realidad del sufrimiento que la eternidad en los hombros de una idílica ilusión.