Allá por abril del 2006 se disputarían las semifinales de la UEFA Champions League cuya final, en mayo, tendría lugar en el estadio de Saint Dennis, en París. El Milan de Carlo Ancelotti, Kaka, Pirlo, Shevchenko era el principal favorito para levantar la 'orejona' y en la penúltima ronda de la máxima competición continental a nivel de clubes, les tocó un equipo joven, con buenos jugadores y con hambre de títulos y gloria. El Fútbol Club Barcelona, comandado desde el banquillo por Frank Rijkaard y por Ronaldinho Gaúcho desde el césped se entrometía en el camino de los italianos en busca de la tan deseada final.

La ida en San Siro, la vuelta en el Camp Nou. La experiencia contra la ilusión, el carácter contra un sueño, el catenaccio italiano contra la samba de Ronaldinho, Deco. Shevchenko y Eto'o, dos depredadores, cara a cara y una eliminatoria, dos partidos que cambiaron el devenir de ambos conjuntos. Esa semifinal marcó un antes y un después en los dos equipos.

Entre Iniesta y Ronaldinho pusieron la magia

El primer partido, en el templo italiano, fue el decisivo. El Barcelona sufrió al comienzo para imponer su juego, su ritmo, su toque. Las embestidas 'rossoneras', lideradas por Kaka, las salvaban in extremis Puyol o Víctor Valdés, todavía supervivientes de aquella eliminatoria. El Barça, con el paso de los minutos, conseguía entrar en el choque a la par que su rival se debilitaba físicamente.

Lejos de los cracks, como Ronaldinho o Eto'o, una figura, que comenzaba a despuntar en el primer equipo azulgrana, emergió en la eliminatoria, principalmente en el encuentro de ida. Andrés Iniesta, con apenas 21 años fue la estrella que brilló con más fuerza pese a su juventud.

En un centro del campo, que no contaba ni con el sancionado Deco ni con el lesionado Xavi, formado por Edmilson, Van Bommel y él, Iniesta fue el único futbolista que podía poner algo de toque y pausa ante tanto músculo. El por entonces '24' culé asumió galones y movió a todo el equipo rival buscando y encontrando huecos para Giuly, Eto'o y Ronaldinho, la tripleta atacante del Barça de Rijkaard hasta la irrupción de Leo Messi, que en aquellas fechas también estaba lesionado.

El único gol del partido, que posteriormente valdría la clasificación del FC Barcelona para la gran final, llegaría cuando apenas se habían transcurrido doce minutos del segundo tiempo. Ronaldinho, genio y figura de aquel Barça, se inventó una asistencia mágica para Ludovic Giuly. El pequeño extremo francés protegió el cuero y batió, con un fuerte disparo, a Dida. Un gol que bien valía una final europea.

Foto: Diario Sport

Ese gol fue vital para los de Rijkaard ya que, tras ponerse por delante, dominaron a placer el partido y pudieron sentenciar la eliminatoria ya en el campo rival. Sin embargo, sin sufrimiento no hay victoria y en los compases finales el Milan pudo empatar la semifinal. Una gran actuación de la zaga culé en conjunto y de Víctor Valdés, en la portería, impidieron que los de Ancelotti llegaran al Camp Nou, seis días después, en igualdad de condiciones.

Sufrimiento para llegar a la gloria

Apenas una semana después de la vital victoria y conquista de San Siro, era el AC Milan el que se presentaba en el Camp Nou dispuesto a remontar y dejar al equipo de Frank Rijkaard sin la oportunidad de levantar una Champions, como ya ocurriera en la anterior final disputada por los azulgranas y que acabó con el famoso "desastre de Atenas" y un humillante 4-0 en favor del cuadro de Milán.

El templo del Fútbol Club Barcelona se vistió de gala, como en las mejores ocasiones para recibir la semifinal de Champions. Y es que el pase a la final de París estaba encarrilado y el aficionado culé llevaba 12 años sin ver a su equipo en la gran final europea. Para esa gran noche, Rijkaard recuperó a Deco, vital en la consecución del título y también alineó a Belletti, posterior héroe en la capital francesa. Ancelotti, por su parte, recuperó a Filippo Inzaghi, segundo máximo goleador histórico de la Champions para dejar en el banco a Gilardino.

A diferencia de la ida, el encuentro del Camp Nou fue lento, sin ocasiones, sin ritmo. Los nervios podían con los locales mientras que los rossoneros, sin espacios, se ahogaban en el centro del campo. Giuly y Ronaldinho no aportaban profundidad y Eto'o era un islote al cual no se llegaba.

Como ya pasó en la ida, sin sufrimiento no hay recompensa y la semifinal estuvo a punto de llegar a la prórroga en los últimos instantes del encuentro. Con el Barcelona defeniendo a ultranza y con el Milan con más corazón que cabeza buscando la portería rival, Shevchenko anotó un tanto, que si no lo llega anular el colegiado, hubiese significado el empate en el global. Sin embargo, el árbitro señaló falta y el Barcelona sacó el billete a París, escenario de la conquista de su segunda Champions League.

Foto: Mundo Deportivo