De este tipo de partidos se sale a hombros o con los pies por delante. Hablo de los entrenadores, porque los futbolistas suelen distribuir de forma solidaria toda su responsabilidad. Ancelotti y Martino, entrenadores tan diferentes que cruzan sus caminos en la jornada diez con una situación tan parecida. Ambos han heredado plantillas impresionantes, estilos arraigados, y ambos estrenan estrellas para en el día señalado. Si bien el técnico italiano aún no se ha alejado de las dudas desde que aterrizó en Madrid, el entrenador argentino empieza a saborearlas en Barcelona. El miedo a la derrota intenta restar trascendencia al encuentro mientras todo el mundo acepta en la opacidad de su mente la importancia del partido. Que a nadie le quepa la menor duda, alguien pagará caro el resultado.

El clásico se asumirá a dos bandas con alineaciones similares a las del año pasado, poco cambia salvo la maestría de Ozil por la fuerza de Bale y la persistencia de Villa por la clase de Neymar. El flamante fichaje blanco caminará por el túnel de vestuarios como el que camina sin saber si se acerca a la gloria o a la horca. Si su fútbol falla, nadie tendrá piedad de un jugador con la hora al cuello, que afrontará el partido del año intentando engañar a cada uno de sus músculos mientras lucha en territorio comanche por alcanzar la calma emocional. Si se pasea sin acierto su nómina y su precio serán juzgado junto a un nudo corredizo. El Real Madrid compró a precio de oro cada libra de Bale pero hoy solo se espera fútbol donde hace tiempo anidó la ilusión. A Neymar nadie le espera porque el brasileño hace muchos “regates diferentes” que llegó y bajará las mismas escalinatas que Bale hacia el césped, sabedor de que Messi ya ha comprado parte de su presión poniendo en juego su propia reputación. De Neymar se espera más que de Villa y no más que del astro argentino. La joven estrella brasileña sentirá el manto de protección que ofrece el estilo de juego culé, donde los mecanismos colectivos someten a las individualidades y donde el uno para todos tiene mucho más valor que el todos para uno.

Las batallas tácticas azulgranas agradecerán la ausencia de Xabi Alonso y los balones aéreos de los blancos encontrarán mayor justificación por la posible baja de Piqué. Jordi Alba prestará su aliento al posicionamiento de Adriano o el hambre de Montoya, mientras Coentrao acepta con resignación a pie de campo la evidente superioridad  brasileña de Marcelo. Nadie echará de menos a Mourinho y solo se hará peregrinación psicológica hacia los recuerdos de Guardiola si los azulgranas vuelven a mirar los ojos de la derrota.

Ya no hay posibilidad de retroceso porque el clásico se disputará una vez más y lo hará con zapatos nuevos, sin insultos, sin peligro, sin presión artificial, sin provocaciones interesadas, con miedo a equivocarse y sin temor a enfrentarse. La mala educación y el vandalismo verbal se han disuelto entre la niebla londinense que nos devuelve al resto de la humanidad un partido que es para disfrutarlo y no para sufrirlo, para vivirlo y recordarlo sin la necesidad de volver la cara a actitudes lamentables por bochorno ajeno. El clásico vuelve a dibujarse sobre los márgenes del verde tapiz y vuelve a ser acompañado por la banda sonora que deciden los aficionados. Ya no hay sitio para maratones televisivos de 24 horas porque el balón le ha pegado una patada en la espinilla a los bajos barrios mediáticos del deporte nacional. El fútbol español se despojó de los intrusos y ahora llama a los futbolistas con un toque de silbato.

Será Undiano Mallenco, quien encuentre en el banquillo el abrazo de Casillas y quien reciba el lógico recelo culé. El único perdedor obligatorio de una batalla que se estirará hasta el umbral de la madrugada en tascas de tertulianos avocados a acomodar su frases sobre la barra dialéctica con el firme objetivo de alargar el partido una semana más. Si el encuentro es igualado ganarán los aficionados neutrales pero Undiano perderá tras el pitido final.

El clásico se reencuentra con el clásico de toda la vida donde se revalorizan los planos del palco y donde los pavoneos presidenciales vuelven a enmarcarse por la televisión. Se volverá a buscar cada detalle, cada gesto, cada sonrisa o mueca en dos tipos que suelen rehuir de la ocasión. Se buscará la naturaleza polémica en dos esculturas hechas de cemento y se devolverá el interés al terreno de juego producto del aburrimiento burocrático. Mientras los aficionados madridistas encuentran el céntrico acomodo del sofá, los blaugranas rendirán homenaje y mosaico a un tipo que se lo merece. Villanova saboreará el reconocimiento mientras Casillas busca desde el ostracismo el aplauso que algunos han prometido sacarse de la manga. El doble filo de un aplauso culé podría en la misma escala de nerviosismo tanto a Diego López como a Valdés.

Vuelve el clásico para quedarse muchos años, vuelven los adversarios y huyen los enemigos en un lugar donde no hay marquesina para los rencores duraderos, la rabia permanente y la propagación de falsedades maliciosas. El partido deja de ser ese agobio exagerado para ambos bandos y recupera naturalidad y sinceridad en su auténtica y única esencia, la del fútbol.