La Desolación de la Quimera, es el último de los libros de Luis Cernuda, una revisión de cuentas con su pasado y el gran recuento de todo su ser. Son los poemas de sus últimos siete años de vida, poemas de la quimera que en su desolación equivalen a la de los versos que se escriben desde la desesperación que se instala en quien se descubre ya en el crepúsculo de la vida. Un libro crepuscular en el sentido de que está hecho bajo la luz oblicua de la inminencia de la muerte. Es el libro de un poeta que, temeroso del final, pretende conjurarlo adelantándose a él, mirándose desde después de él, dolorido por sí mismo.

E inicio esta pequeña reflexión sobre el futbolista que más sensaciones ha movido en mi corazón de aficionado en la última década, porque desde el minuto uno le identifiqué como el mayor sorteador de quimeras conocido, siendo estas como versaba Cernuda la encarnación de lo divino y su forma de jugar, algo muy cercano a la poesía, la belleza, que sin conexión con lo divino no son nada. Y es la Desolación de la Quimera un buen libro de poemas para la actual situación, porque serán muchos los suministradores de estramonio que identificarán un atisbo de final en la debilidad femoral de Lionel Messi. Para aquellos solo decir que Messi, como Cernuda, jamás morirá y como buen sorteador de quimeras está habituado a adelantarse a hipotéticos finales, reservando al mundo sus mejores poemas justo para la etapa madura de su carrera, en la que no me cabe duda que queda lo mejor por llegar.

Dicho esto sería bueno analizar fríamente la situación, esta desoladora racha de lesiones musculares que castiga en mayor medida al paquete muscular que más interviene en paradas bruscas, aceleraciones o deceleraciones rápidas, características fundamentales en el estilo de juego del futbolista de Rosario. Recuerdo haber leído varias biografías de Pelé y en todas ellas además de ensalzar y valorar las cualidades futbolísticas del nº1 del mundo, se coincide en el tremendo castigo físico que tuvo que soportar un futbolista que apenas pudo descansar por el hecho de ser el mejor del mundo. Y hablamos de hace casi cincuenta años y en un fútbol que ha elevado el nivel de exigencia físico en varios escalones desde aquel entonces.

El problema de Leo además de la presión es el tiempo, o la ausencia de él, la exigencia es máxima y sus competidores son insaciables, en especial uno de ellos, natural de Madeira y surgido de las vivisecciones del Dr.Moreau. Por ello en esta historia que inquieta profundamente a los seguidores azulgranas, las palabras más sensatas las ha pronunciado su compañero y amigo Cesc, que ha aconsejado a Messi que ha llegado la hora de parar. Son muchas las cosas que no se han hecho bien o no se han llevado con la calma que requería una lesión tan compleja como la del maldito bíceps femoral. Una lesión para la que fundamentalmente es necesaria la calma, el tiempo y un efectivo reposo con objeto de conseguir una total recuperación. Hasta cierto punto es comprensible el error de precipitación, inducido sin duda por el futbolista ante el que estamos, por la trascendencia que tiene todo lo que hace, también por la personalidad insaciable del jugador, que quiere jugarlo todo y solo es feliz en una cancha, pero una racha tan continuada y repetida de lesiones en el bíceps femoral, requería una serie de decisiones y medidas a tomar.

Son varios los aspectos que escaman desde el desconocimiento que puede tener la gente que vive la situación desde fuera, sin vivir el día a día del jugador. El primero es que como dice Cesc esta es una lesión engañosa, que te hace creer en una recuperación total antes de que esta sea efectiva, y el segundo una cuestión mental que mina la confianza del futbolista a la hora de forzar la máquina, provocando descompensaciones en el resto de paquetes musculares que intervienen en las aceleraciones y desaceleraciones, dando como resultado esas lesiones alternas (derecha e izquierda) del futbolista argentino. Por todo ello me resulta difícil de asimilar el hecho de que Leo Messi no haya parado durante su periodo vacacional y mucho menos que el club no le haya programado una pretemporada a la altura del futbolista del que estamos hablando. Curioso que en un club súper profesionalizado como el Barcelona tenga que ser Cesc el que aconseje a Leo que detenga por un tiempo su imparable camino.

Los contratos son importantes y ya sabemos que el dinero es el que mueve el mundo del fútbol, pero sería imperdonable que el Barcelona perdiera una temporada a Leo, mucho más que por un problema de precipitación, de presión y falta de tiempo, se privara al mundo de la posibilidad de ver a Messi reivindicarse como el mejor en un Mundial. No dudo para nada de la profesionalidad de los servicios médicos del club, mucho menos de la eficiencia de Juanjo Brau, pero alguien debió decirle a Leo mucho antes que era urgentemente necesario un periodo real de descanso.

Cuentan los especialistas en estos temas que el tiempo es el mejor tratamiento, pero que se puede acelerar el proceso biológico de recuperación de las fibras, realizando una serie de ejercicios de la mano de un fisioterapeuta especializado. Con respeto a lo primero, parece claro que Messi tiene que aprender y concienciarse de que debe encontrar tiempo para descansar, quizás la mayor lección pendiente en sus años de madurez. Y en cuanto a lo segundo, queda en las manos expertas de los buenos profesionales que hay en el club, pues si algo falla siempre queda el comodín de la llamada. Una llamada a Múnich, lugar en el que trabaja un tal Lorenzo Buenaventura, al que he visto hacer verdaderos milagros.

Por todo ello a vueltas con este poema de la desolación de la quimera, espero que una vez más Leo conjure al destino adelantándose a él, no recuperándose lo más pronto posible sino en porcentajes absolutos tanto física como anímicamente, pues no me cabe la menor duda de que en el momento en el que esto se produzca volveremos a disfrutar con el mejor futbolista de su generación, sorteador de quimeras sin par que tiene en la magia de su zurda valor y peso de Copas de Europa y Mundiales, pero sobre todo esa conexión con lo divino, lo indescifrable, con la poesía y belleza de la que hablaba Cernuda.