El Barcelona dejó escapar tres puntos de Madrid en un partido que empezó dominando. Las primeras comparsas de partido se sirvieron con contensión por parte de ambos equipos, en una primera fase del encuentro que pareció un tanteo entre dos eternos rivales y que se alargó hasta la media hora inicial. El balón estaba dormido. Faltaba fluidez en el juego, la circulación del cuero era demasiado lenta. Pero pese a esto, el cuadro culé dominaba el partido sin excesivos problemas.

El Castilla estaba ahogado y sin ideas, desquiciado, ofreciendo un partido sin lectura táctica y un poco alocado por la inercia psicológica que supone un partido contra su rival más histórico. Acostumbrado en el feudo blanco a abrir por las bandas y a llegar con frecuencia, no dispuso de demasiadas oportunidades. Sólo obligó a Masip a intervenir en el minuto 4.

Necesidad de un revulsivo

El único peligro venía de las botas de Adama Los de Eusebio Sacristán necesitaban un revulsivo para cambiar la tónica del partido y aprovechar su superioridad, porque tampoco estaban causando mucho peligro en el área rival, las únicas que tuvo fueron de los pies de Adama. La explosividad del extremo en cinco metros se lució en más de una ocasión, especialmente en un centro que hizo tras deshacerse de la defensa blanca, que Espinosa rechazó sin querer.

El filial catalán mostró matices distintos de los que suele mostrar en los partidos. Se veía a un equipo azulgrana con una clara superioridad en la lectura táctica, a un equipo con mucha más experiencia que su rival, menos desesperado y con más calma.

La solución al balón dormido era clara: Se necesitaba un cambio drástico de ritmo, y tenía que ser rápido. Se necesitaba un cambio de velocidad cresciente que desequilibrase la defensa madridista. Se palpaba que un gol podría cambiar esa prudencia inicial.

Celebración frustrada azulgrana

Denis Suárez volvió a dar aire a su equipo marcando el gol de la tranquilidad, su sexto tanto como azulgrana, demostrando que está en plena racha y buen estado de forma. Justo en el momento que parecía que hubiese menos mobilidad y poco peligro para los culés, el gallego fue el revulsivo que necesitaba el equipo y la mandó al fondo de la malla sin dudar tras una gran jugada individual.

Cuando los azulgranas aún estaban celebrando que se habían avanzado en el marcador, el Madrid aprovechó la felicidad visitante para poner en tablas el partido. Burgui aprovechó un error defensivo azulgrana para disparar un chut ajustadísimo, pontente e imposible de detener para el cancerbero Masip. Sergi Samper llegó tarde y los centrales se quedaron mirando como el madridista centraba con espacio y sin problemas.

Foto: Dani mullor (VAVEL)

Cambio de guión

Los esquemas se rompieron tras el gol de Burgui. El Barcelona no se lo esperaba y se le truncó la felicidad inicial, viéndose protagonista de un cambio de guión en una película plácida para ellos. Los merengues apretaron en las contras envenenadas que los caracterizan en su casa. La zaga azulgrana se desconectó y dejó espacios para que los blancos se encontraran cómodos sobre el césped y remataran a placer. Las alarmas se dispararon cuando Cabrera pudo finalizar una buena jugada de los locales con excesiva facilidad. En estos instantes, Sergio Aguza, completamente solo delante de la meta azulgrana, remató tranquilamente de cabeza a un metro de Masip.

La madurez defensiva que había alcanzado el Barcelona antes del partido de la que hablaba Eusebio Sacristán no se vio reflejada en un partido que de repente el equipo azulgrana perdía por culpa de los errores zagueros. Los catalanes que hasta el momento habían sabido domar las contras del Madrid, sin llegar a portería pero rompiendo el ritmo ambicioso y controlando el partido, dieron aire a un equipo que cuando respira es efervescente y explosivo.

El Madrid tiró de orgullo

Con el equipo local creciéndose y los visitantes cada vez más desconcertados y con claros problemas en la retaguarda, llegó el penalti que rompió definitivamente el partido para los culés. Edu Bedia rechazó un balón cortando con el pie y el cuero le rebotó en el brazo, viendo amarilla y pena máxima por ello en una decisión arbitral excesiva. El penalti fue transformado en el tercero del Madrid por Omar Mascarell.

Los azulgranas se perdieron. Faltó hambre y actitud de ir a ganar un partido que hubiesen podido sentenciar sin problemas si hubieran materializado la superioridad del principio en goles. La mobilidad conseguida progresivamente se perdió y los jugadores se quedaron sin soluciones de pase. Necesitaban mentalidad de épica. Eran demasiado conscientes de lo mucho que habría cambiado el partido si no hubiesen concedido los dos goles al rival. Se vieron condenados por su propia zaga ante un equipo que ganó por orgullo más que por calidad táctica sobre el césped.

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