Si hay algo por lo que se caracteriza el fútbol es por ser una inmensa fábrica de ídolos. Un mundo lleno de amores y odios, aceptaciones y rechazos que con el tiempo, como ocurre en la vida, siempre acaba dejando espacio para uno sólo, intenso como el primero, pero único e inolvidable, como el último.

Una hinchada como la del Barcelona no es la excepción. Los más veteranos del lugar se sientan en los bancos recordando a Kubala. La generación de los 80, como no podía ser de otra manera, nunca podrá olvidar a Maradona y, los que vienen desde abajo, seguramente tienen claro que como Messi sólo hay uno.

El protagonista de estas líneas, como muchos otros, llegó a Barcelona con la ilusión de dejar su marca, consciente de su diferencia con el resto. Diestro, de trote despacio. Sangre fría. Un talento descomunal escondido en una timidez a veces desquiciante que, una vez conquistada su casa, viajaría a España con la idea de comerse el mundo.

Juan Román Riquelme aterrizaba en 2002 en un Barcelona teñido de negro. A sus 24 años, el jugador proveniente de Boca Juniors se convertía en la estrella de un club carente de ilusión por aquel entonces. Con Rivaldo ya en el Milan y tras varias temporadas en blanco, la afición azulgrana se apoyaba en un joven jugador capaz de tumbar por sí solo al Madrid galáctico en Tokyo, pero al que su carácter introvertido y la poca confianza de su entrenador le acabarían pasando factura.

Apartado desde un primer momento de los planes del entrenador Louis Van Gaal, Román nunca pudo mostrar sus condiciones. Media punta puro de poco recorrido, el juego de Riquelme perdía sentido apartado de la zona central. Enganche clásico tras los puntas. Control, pase, regate. Estandarte de una gambeta preciosista y bandera de un fútbol de "toco y me voy" que en Argentina aún lleva su nombre.

En Barcelona, el jugador xeneize se vería desplazado a banda izquierda. Esta posición, tan fuera de su hábitat, sería uno de los muchos factores que llevaron al "10" a una desconexión total con juego y afición en su etapa culé. La presión por volver a llevar al equipo a lo más alto, sus problemas de adaptación y su carácter reservado lo dejaron durante todo el año en el punto de mira de una inchada históricamente exigente y acabaron por ser una losa demasiado grande en la espalda de un jugador poco acostumbrado a la exigencia europea.

"Con sólo ver día a día a Riquelme, aprendías mucho" (Andrés Iniesta)

Tras certificar la peor temporada de la historia del club en cuanto a clasificación -un sexto puesto tras el buen trabajo final de Radomir Antic-, la llegada de sabia nueva con Joan Laporta acabó por certificar el fin de Román en el Camp Nou. Ronaldinho heredó su número y Riquelme hizo la maleta. Un paso triste y fugaz, increíblemente injusto con la verdadera calidad de un futbolista que, unos kilómetros al sur, acabaría por mostrar, también en Europa, su verdadero fútbol.

"Si yo fuera entrenador o pudiera hacer un equipo, Juan Román Riquelme jugaría siempre" (Zinedine Zidane, marzo de 2003)

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Sobre el autor
Manuel Domínguez Rodríguez
Periodista graduado en Santiago de Compostela. Ourense 1992. Si el azar no me quiso dar pies para golpear un balón por lo menos que me de manos para escribir sobre el cuero. Colaborador con Elfútbolesnuestro. Toco y me voy.