Si existe un término que reconozca al Barcelona de Van Gaal de finales de los 90 es el de "Barça de los holandeses". Campeón de dos Ligas consecutivas de la mano de Rivaldo y Figo, aquel equipo contaba con hasta siete jugadores de la escuela naranja. El Ajax campeón de Europa de 1996 se veía reflejado, tan sólo tres años después, en un nuevo Barça con siete internacionales holandeses de los cuales hasta cinco habían formado parte de aquel histórico club de la capital holandesa. Un Barcelona que conquistaba títulos y enamoraba al aficionado.

A pesar de los éxitos, el por aquel entonces presidente Josep Luís Nuñez quiso romper el encanto holandés que habitaba en Barcelona y con ello, dar por iniciada la etapa más oscura de la historia reciente del club. 

Las marchas repentinas de los delanteros Sonny Anderson y Giovanni aquel verano de 1999 obligaba al equipo a buscar un delantero centro capaz de acompañar a las estrellas del momento. La decisión, tras muchas conversaciones entre cuerpo técnico y directiva parecía tomada y la sombra del holandés Roy Makaay parecía asomarse cada vez más a Barcelona. Su última temporada en Tenerife -14 goles que no consiguieron evitar el descenso del equipo insular- y su condición de holandés le situaban como el idóneo pero, aunque parezca mentira, sería su pasaporte el que acabaría por vetar su aterrizaje en Barcelona. 

Tras convencer a Van Gaal de la necesidad de reducir, o por lo menos no aumentar, el número de holandeses en la plantilla, el Barcelona cerró el fichaje de Dani García Lara por 2500 millones de las antiguas pesetas. Salido de la cantera blanca, el delantero español del RCD Mallorca firmaría por el conjunto blaugrana tras un buen año en el conjunto bermellón. Internacional por aquel entonces, sus 12 goles con la camiseta mallorquinista resultaron ser claves para el tercer puesto del equipo entrenado por Héctor Cúper que, además del buen año liguero, conseguiría alcanzar la final de la Recopa.

La llegada de Dani a Barcelona en lugar de Makaay sería algo más que un simple movimiento en el fútbol español. Sería la clave de un cambio. De un inicio y de un final, por desgracia, aciago para el conjunto culé.

Roy Makaay y el Deportivo de la Coruña, campeones de Liga

Apartado de Barcelona, el holandés Makaay hizo las maletas y se marchó a Galicia. Allí le esperaba Riazor, el Deportivo y Augusto César Lendoiro. Un equipo plagado de grandes nombres que aún mantenía la esencia histórica del Superdepor con futbolistas como Donato o Fran, a los que se le había unido otros jugadores de la talla de Djalminha o el portugués Pauleta. 

No tardó mucho el ariete holandés en rentabilizar los 1300 millones de pesetas -casi la mitad de lo que Dani había costado al Barcelona-. Con un hattrick en la primera jornada ante el Alavés, Makaay evidenció el desacierto de un Barcelona que acabaría pagando muy caro aquella fatídica decisión. Con Roy a la cabeza, el Deportivo recogería el testigo culé y alcanzaría el campeonato liguero. Los 22 goles de Makaay serían clave y, además, el inicio de una triunfal carrera del delantero tulipán en el panorama internacional. Noventa y seis goles en cuatro temporadas, incluido un triplete en el Olímpico de Múnich que le valdrían su fichaje por el equipo alemán donde alcanzó el centenar de goles.

En comparación a estos números, la pegada de Dani García en Barcelona se limitó a un primer año con 11 tantos en su haber. Sus siguientes temporadas estuvieron marcadas por la irregularidad y la sombra de unos problemas personales que le llevaron a permanecer sin dorsal durante algunos meses, entrenando en solitario sin ficha profesional, para acabar su carrera en clubes de segunda fila como Zaragoza, Espanyol u Olympiakos. 

¿Qué hubiese pasado si Makaay hubiese aterrizado en Barcelona? ¿Cuál habría sido el desenlace de aquella temporada 99/00?

Simplemente un detalle. Una tarde. Una conversación. Suficiente como para reescribir la historia del fútbol español y, por desgracia para el Barcelona, iniciar un periodo de varios años en la más oscura sombra del olvido.