Neymar ha crecido. Si hace unas semanas se le reconocía una gran mejoría respecto a la temporada anterior, a partir de la eliminatoria de cuartos de final ante el Atlético de Madrid hemos visto un Neymar imbuido por el instinto asesino. SI hasta el momento el brasileño destacaba por su estilo de juego, tan alegre como vistoso, ahora ha añadido a su repertorio algo mucho más serio, ser capaz de resolver para su equipo cuando las cosas no salen tan fluidas. 

El juego de Neymar es, en muchas ocasiones, un reflejo del juego del propio Barcelona. Cuando tiene su día, Neymar es escurridizo, vertiginoso, mágico. Y hablando del Barça, cuando la máquina está correctamente engrasada, el nivel de juego azulgrana roza la excelencia. No obstante, de tanto en tanto llega un partido en el que, como es lógico, el conjunto de Luis Enrique se encalla y todo cuesta un poco más. En días así, Neymar sufría con el resto de sus compañeros y no era capaz de brillar.

Sin embargo, el brasileño ha subido un peldaño más en su fútbol. Ahora, cuando no tenga el día, no deslumbrará a la grada con sus regates, no maravillará a los espectadores con sus filigranas, pero seguirá siendo igualmente efectivo. Buena prueba de ello es su partido ante el Villarreal jugado en la noche del domingo. El Barça no desplegó el fútbol que acostumbra, seguramente debido al cansacio que acumulan sus hombres. Y Neymar era uno más dentro de esta falta de fluidez. Apenas entraba en contacto con el balón y cuando lo hacía debía siempre recular hacia el campo propio al no tener físicamente espacio hacia donde regatear de cara a la portería defendida por Sergio Asenjo.

Empezó en su demarcación habitual, pegado a la banda izquierda, pero a medida que transcurrían los minutos se le podía ver en una posición más centrada e incluso llegando, en algunas ocaiones, a ocupar momentáneamente la banda derecha. Todos estos cambios de posición revelaban algo muy sencillo: Neymar no entraba en contacto con la pelota tanto como a él le gusta. Y eso se traducía en un juego muy previsible por parte del Barcelona, falto de regate y profundidad, demasiado horizontal. 

Pero este Neymar no es el mismo de años atrás. Ahora ha crecido como futbolista y es capaz, como los más grandes, de ser decisivo aunque no llegue a jugar su mejor partido. En un encuentro en el que el Barcelona estaba cansado, en el que producía pocas jugadas claras de peligro, los delanteros debían mostrarse tremendamente efectivos de cara a gol. Y en este sentido, Neymar, Rafinha y Messi fueron la cara, mientras que Suárez fue la cruz. El joven centrocampista y las estrellas culés demostraron poseer una precisión cirujana al aprovechar las únicas ocasiones que dispusieron en el encuentro. Por su parte, el uruguayo no fue capaz de convertir en gol ninguna de las múltiples oportunidades de las que gozó. 

Neymar ha explotado, Neymar conoce el camino hacia el olimpo y está abandonando definitivamente la etiqueta de "mejor futbolista del futuro" a ser una estrella bien presente.