El partido de ida en el City of Manchester como referencia a lo que debe ir, y ser, el Barça de Luis Enrique. Hilando más fino todavía, los primeros 45 minutos que se vivieron allí en la ida de los octavos de final de la UEFA Champions League. Un equipo herido en su orgullo tras perder ante el Málaga atropelló al cuadro de Manuel Pellegrini con una actuación memorable que, por momentos, hizo recordar al socio culé los años y momentos vividos entre 2008 y 2012, con Pep Guardiola en el banco azulgrana.

Luis Enrique, que había rotado durante el año, dejó los cambios a un lado y apostó por un once de gala que ya muchos comienzan a conocer de memoria. Con ter Stegen, el meta de las copas, Alves, Piqué, Mascherano y Alba en defensa. Busquets, Iniesta y Rakitic en medio y Neymar, Suárez y Leo Messi en la punta de ataque. Todo esto, claro, sobre el papel ya que cuando el colegiado hizo sonar su silbato para que rodara el cuero nada fue como hacía pensar el previo.

Pellegrini, tal vez escarmentado del rácano planteamiento y peor resultado de la eliminatoria de la pasada edición, puso en liza un once más ofensivo, más llegador, con intención de poner en mayores aprietos al Barcelona en la salida del cuero y con la idea clara de tener una rápida circulación del mismo para poder finalizar acciones con rapidez. Hart, Zabaleta, Demichelis, Kompany, Clichy, Fernando, Milner, Silva, Nasri, Dzeko y Agüero fueron los elegidos en un (1-4-4-2) sistema tan marcado como descompensado.

Comenzó el partido tras el pitido inicial del árbitro y la primera intención del conjunto inglés, como era de esperar, fue de ir a buscar al Barça a su zona defensiva, para que no se sintieran cómodos con el cuero y tardaran en asentarse en el partido. Como buen equipo inglés, el City, espoleado por su público, empujó a ter Stegen a jugar en largo, igual que a Piqué, pero fue un mero espejismo que apenas duró minutos, hasta que en una de esas acciones, Messi fue capaz de incrustar un pase de 40 metros a Neymar, que cerca estuvo de abrir la lata.


​Poco a poco, el equipo de Pellegrini fue bajando las líneas de presión y el Barça, que iba encontrando sensaciones, se iba encontrando cada vez más cómodo sobre un verde en el que mandaba Leo Messi. El argentino, que comenzó algo escorado a la derecha como de costumbre, fue cayendo al centro para mezclar con Rakitic, Sergio e Iniesta. Especialmente importante para el devenir del partido fue su conexión con el manchego, futbolista con el que más interacciones tuvo a lo largo del encuentro.

A raiz de las primeras internadas en profundidad de Neymar, el City fue aculando su línea de atrás pese a que la primera presión la seguía haciendo bien arriba y hombre por hombre, como se muestra en las imágenes. Con Suárez y el brasileño fijando defensores y el equipo inglés presionando '4x4' el primer pase culé, la zona ancha tenía un claro dueño, el Barça.

Con tanto espacio en la divisoria, Messi, que cada vez era más centrocampista que extremo, Rakitic, Busquets e Iniesta, tenían una superioridad aplastante ante Fernando y Milner, que fue reconvertido al mediocentro para la causa sin apenas éxito.

Esa superioridad, sumado al acierto en la entrega de los culés y, sobre todo, a la excelsa movilidad sin cuero que mostraron en la primera mitad, hicieron del Manchester City, campeón de la Premier League y candidato al cetro continental, un equipo más, que parecía en momentos vulgar. Un títere en manos de Messi y cía, que se movían, con y sin esférico, como pez en el agua, con total libertad y comodidad.

El partido en ataque, con el cuero controlado, fue notable, incluso excelente por momentos, por parte del cuadro culé, lo que no quita que sin balón, en tareas defensivas y de presión, fue menor. Más bien al contrario, si el Barça fue superior con balón al City fue en gran medida gracias a esa presión en espacios reducidos que formó el equipo de Luis Enrique en la sala de máquinas 'citizen'.

Conscientes que el peligro inglés residía en los dos volantes (Nasri y Silva) más la libertad total de movimientos y recursos de Agüero, el Barça buscó la manera de que no les llegaran balones con superioridad ni en condiciones de enlazar arriba. Fernando y Milner, jugadores más dados a destruir o llegar, eran incapaces de poner cordura y fútbol al centro del campo ya que siempre recibían de espaldas y con dos/tres rivales alrededor, tapando cualquier opción de entrega.

El único recurso que le quedaba al City para superar esa presión era el jugar en largo hacia Dzeko en busca de segundas jugadas con el Kun o centros laterales tras desplazamientos en diagonal, los cuales no ocasionaron peligro alguno a la meta de ter Stegen, que participó más con el pie que muchos futbolistas ingleses.

Dos minutos como idea básica

Entre el primer y segundo gol azulgrana, ambos obra de Luis Suárez, pasaron aproximadamente unos quince minutos de juego en los que el equipo culé movió y movió el cuero a su antojo con la ya mencionada preciosa circulación del mismo y con un sinfín de movimientos sin el balón que hacían imposible la presión individual que, por momentos, había planificado en la salida de balón Manuel Pellegrini.

Lo que sucedió entre los 22 y 24 minutos fue para recordar y no olvidar jamás. El Barça, con Messi e Iniesta a la cabeza, conectaba una y otra vez en todas las zonas del campo exceptuando las áreas, si bien es cierto que se inició en una y se finalizó en la otra.

Desde la recuperación de Jordi Alba en el córner derecho del ataque inglés hasta el remate de cabeza de Ivan Rakitic pasaron más de dos minutos y 51 entregas sin posibilidad, ni remota siquiera, de una recuperación 'citizen'.

En esas 51 entregas participaron todos y cada uno de los futbolistas de campo que estaban presentes quedando, únicamente, ter Stegen sin tocar el cuero. Por dentro o por fuera, hacia delante o hacia atrás. Conducción y entrega, entre los 'olés' de los aficionados culés que se habían desplazado a Manchester y los abucheos de los seguidores locales, que quedaban entre desesperados y resignados ante una exhibición azulgrana.

Messi como factor diferencial

El Barça se gustaba a base de tocar y tocar, en cualquier zona del campo. Una vez el equipo había inaugurado el marcador por mediación de Luis Suárez, el City se había tirado hacia atrás, como si el miedo a una posible goleada les pudiera más que el planteamiento, atrevido, del comienzo.

Todo lo expuesto antes no habría sido posible sin Leo Messi. El argentino, que se llevó más críticas por fallar una pena máxima que halagos por el cómputo general del partido, fue ese factor que hizo del Barça un buen equipo a uno excelso, brillante. 114 intervenciones, más que ningún otro jugador sobre el verde, 10 regates completados, siete recuperaciones y un sinfín de acciones que hicieron desesperar al City y su planteamiento.

En los momentos en los que a cualquier jugador se le podría pasar por la cabeza la idea de jugar en largo o quitarse el cuero de encima para no tener problemas, el argentino, calmado como siempre, se lo quedaba en su poder hasta que sus compañeros pudieran recibir en ventaja. Si, por el motivo y circunstancia que se produjera, tenía que avanzar, Leo avanzaba. Si tenía que recortar para retroceder, también. Todas las acciones, tanto en la parcela ofensiva como en la de producción y construcción de juego, llevaban el sello del '10' argentino, que movió tanto a su equipo como al rival a su antojo.

Así, antes de un segundo tiempo tan plano como miedoso, el Barça vistió sus mejores galas para superar a todo un campeón de la Premier. Mucho o poco, pero algo seguro que queda de aquel Barcelona que enamoraba a medio mundo con su fútbol preciosista y sus mejores resultados.

Esas gotas que se pudieron apreciar y disfrutar en el City of Manchester como camino a seguir o añorar. Messi liderando y Suárez goleando en una de las mejores actuaciones azulgranas desde que Guardiola abandonara el banco culé allá por 2012.

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